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Columna
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Bombas o regímenes

Andrés Ortega

Israel sabe que las armas nucleares son su baza en última instancia para garantizar su existencia. Los ayatolás iraníes, en un país rodeado de potencias nucleares y que ha sido atacado con armas químicas, también buscan garantías existenciales no sólo como Estado, sino como régimen. Y ahí puede estar un gran error de EE UU: haber intentado a la vez evitar que Corea del Norte e Irán se dotaran de armas nucleares y provocar un cambio de sus regímenes políticos, cuando lo más importante para el resto es que no tengan la bomba.

En Corea del Norte, EE UU -en un grave revés, que también lo es para China- ha conseguido lo contrario: un régimen reforzado gracias al anuncio de su prueba nuclear. En parte se debe a que EE UU (entonces con Clinton) le dio los medios a Corea del Norte, y luego la dejó sin control para fabricar el material fisible cuando ésta se salió en 2003 del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (TNP, de 1968). Ése es el segundo gran error estratégico y debe servir de lección para Irán y otros: mejor, incluso a las malas, con cierto control dentro del TNP que fuera. El tercero fue el aislamiento diplomático.

Pese a Israel, Pakistán, India, el TNP y su régimen asociado no ha funcionado tan mal. Cuando Kennedy lo empezó a lanzar en los sesenta, pensaba que en 20 años el mundo tendría de 20 a 25 potencias nucleares. Son sólo ocho, más la anunciada Corea del Norte. La Suráfrica del apartheid persiguió el arma atómica (y se sospecha que hizo una prueba), como forma de preservar el régimen, y tras su caída, renunció a ella. Ucrania y otros países de la ex URSS, heredaron armas nucleares y capacidad de fabricarlas, y, sin embargo, renunciaron a ellas (gracias a un buen programa americano). Aún no es demasiado tarde para que Pyongyang acabe dando marcha atrás. Pero no se logrará interrumpiendo la ayuda alimentaria y haciendo sufrir aún más a la población.

España sigue con atención todos estos casos, preocupada no por amenazas a su existencia, sino porque la proliferación de estas armas pueda extenderse al Mediterráneo. El riesgo es real. De no remediarse, la proliferación de armas nucleares y su eventual uso por Estados o grupos terroristas, puede convertirse en la pesadilla del siglo. Y no sólo porque puedan brotar otras Corea del Norte, algo improbable, sino porque se va a multiplicar la producción de energía nuclear civil en el mundo, por razones económicas y ambientales y con ella, la tentación de usarla para fines militares. Hasta Egipto le está saliendo mal a EE UU, al proclamar el Gobierno de Mubarak su deseo de construir una central atómica para hacer frente a la falta y carestía de la energía derivada del aumento de la demanda de petróleo en el mundo entero. Actualmente hay 441 centrales en 31 países. Se están construyendo o planeando un centenar más, casi todas en Asia. Algunas de estas centrales pueden llevar a fabricar uranio enriquecido susceptible de ser utilizado para fabricar armas nucleares.

Una buena forma de controlar esta situación sería internacionalizando el control del ciclo del combustible. Control no significa propiedad, ni quedarse fuera del negocio y los avances tecnológicos. Lo podría hacer una o varias empresas multinacionales, eso sí, supervisadas por el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA, con sede en Viena). Los países recibirían el combustible utilizable, pero luego entregarían los residuos para su depósito o reciclaje. Pero para que fuera creíble, todos los países deberían someterse a este control, de EE UU, a Rusia y China, además de Israel. Ideas sobre esta internacionalización del ciclo han sido barajadas por el propio director del OIEA, Mohamed el Baradei, y varios políticos internacionales. Ante el fracaso norcoreano puede haber la tentación, especialmente desde EE UU, de debilitar el TNP y el OIEA. Lo que se requiere es lo contrario: reforzarlos y construir un nuevo régimen internacional para el combustible. Pero hay que creer en ello. aortega@elpais.es

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