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Columna
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Dulces manzanas traigo

Una amiga me contó hace poco que estuvo viviendo varios años en Estambul donde ejerció, entre otras funciones, el cargo de directora de un liceo. A veces, como pasa en todas partes, los alumnos llegaban tarde. La diferencia es que allí, cuando se les preguntaba por la razón de aquel retraso, alguno había que contestaba: Perdone, pero es que vengo de Asia. Y efectiva y literalmente de ahí venía, que Asia es la otra orilla de esa espléndida ciudad que ocupa y se ocupa en dos continentes.

Acaba de iniciarse un nuevo curso escolar con, entre otras, la noticia de que cinco de cada cien alumnos matriculados en Euskadi es de origen extranjero. Tenemos ya en nuestras aulas niños y niñas que vienen de Latinoamérica, África, Europa del Este y Asia. O por decirlo de otro modo, nuestros niños vienen ya, como en la historia de mi amiga, de más de una orilla, lo que plantea novedades que hay que aprovechar y a las que hay que hacer frente.

Empiezo por lo segundo. Los alumnos inmigrantes no llegan todos en las mismas condiciones, no tienen de partida la misma experiencia ni el mismo bagaje social, cultural, formativo o lingüístico. La primera meta educativa es, o debería ser, la integración de esos alumnos en un entorno que garantice que esas diferencias se limen (cuando sean aristas), se armonicen y acrisolen con las de los demás (diferentes somos todos, cada uno a su manera); y, sobre todo, que sus singularidades no sean ni cimiento ni pretexto de desigualdades.

En la actualidad, el 70% de los alumnos inmigrantes están matriculados en Euskadi en la escuela pública. El consejero de Educación, Tontxu Campos, afirmaba a comienzos de septiembre que la prioridad de su departamento para el nuevo curso era equilibrar las cifras, repartir mejor a los alumnos inmigrantes entre la escuela pública y la privada concertada. La declaración me pareció acertada, pero poco más que un título, anacrónico. No venía acompañado del detalle de las medidas concretas previstas para el cumplimiento de ese objetivo y se producía fuera de fecha, con el curso empezando; esto es, con los alumnos ya matriculados. Cuesta imaginar cómo va conseguir la consejería de Educación articular otro reparto cuando el actual (y desequilibrado) ya se ha puesto en marcha.

Obras, y no buenos titulares, son los amores educativos. En fin, que hay que decir menos y hacer más, y sobre todo enseguida, antes de que la falta de planificación convierta en un problema lo que es sólo una realidad y una oportunidad. En el sentido de la concreción se orienta la proposición no de ley que el PSE ha presentado esta semana en el Parlamento vasco. Se trata de un conjunto de medidas, consensuadas con la Federación de Ikastolas y con representantes de la escuela pública, que incluyen la exigencia de que la consejería de Educación determine la cuota de alumnado inmigrante que debe corresponderle a cada centro. Personalmente apoyo esa medida destinada a evitar altas concentraciones de estos alumnos en unos pocos centros, como ya está sucediendo (en medio centenar de escuelas vascas el alumnado de origen extranjero representa más del 20% del total); concentraciones que dificultan extraordinaria, por no decir, definitivamente, no sólo la integración del alumnado de origen extranjero, sino el beneficio que sus diferencias representan para todos.

Decía más arriba que la inmigración plantea novedades educativas que hay que aprovechar y afrontar. Para subrayar lo primero vuelvo al diálogo de Estambul: "Perdone, pero es que vengo de Asia". Y si le imagino esta continuación: "¿Y qué nos traes de allí?" es porque pienso que la incorporación de alumnos inmigrantes a nuestras aulas lejos de quitar, suma mucha ganancia, trae muchas frutas (como cuando los viajes eran descubrimientos): otras experiencias vitales, geografías en directo, la historia desde más de un ángulo y una noción multiplicada, crecida, de lo que significa y exige la cultura. Concluyo en consecuencia con este: "¿De dónde vienes?". "Dulces manzanas traigo".

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