El nacimiento de una guerrilla
Un grupo de 250 jóvenes antisistema provoca altercados de forma reiterada en Barcelona ante la impotencia policial
De tanto en tanto, el centro de Barcelona se transforma en algo parecido a un campo de batalla. Un tropel de jóvenes antisistema, formado por entre 200 y 250 belicosos guerrilleros, aprovecha cualquier acontecimiento masivo para armar bronca. Los radicales, adscritos a ideologías de signo diverso, actúan generalmente con el rostro cubierto y utilizan tácticas de guerrilla urbana, según fuentes policiales. Armados con piedras, palos, botellas de vidrio y hasta lanzacohetes, andan siempre a la espera de una excusa -un empujón, una carga policial, un gesto- para enfrentarse a sus enemigos acérrimos: los Mossos d'Esquadra.
El balance de esas noches de orgía violenta, que vienen repitiéndose en la capital catalana de unos meses a esta parte, es siempre el mismo: mobiliario urbano destrozado, comercios afectados, jóvenes y policías lesionados y, en ocasiones, detenidos. La policía autonómica, que posee las competencias en materia de orden público en Barcelona desde hace casi un año, trata de impedir que los radicales actúen con impunidad. Pero no resulta fácil.
El Gobierno aplazó la cumbre europea sobre vivienda por temor a una protesta violenta
Desde que el ex alcalde de Barcelona y ahora ministro de Industria, Joan Clos, hiciera referencia por primera vez a la existencia de este grupo de vándalos, el pasado marzo, su difusión no ha dejado de crecer. Tanto es así que la cumbre europea de ministros sobre la vivienda, que debía inaugurarse mañana en Barcelona, finalmente, no se celebrará. El Gobierno decidió aplazarla hasta noviembre por miedo. Miedo a que la concentración prevista por la Asamblea por una Vivienda Digna pudiese degenerar en altercados debido al concurso de los violentos. Y eso, coincidiendo con el inicio de la campaña electoral en Cataluña. Para Ada Colau, miembro de la Asamblea, y para diversas voces del colectivo okupa, la anulación de la cumbre fue sólo "una excusa para silenciar el problema de la vivienda".
Pese a que los incidentes no cesan, los Mossos d'Esquadra han recabado cuantiosa información sobre los violentos. Hasta el punto de que la mayoría están "controlados" y, algunos, fichados. Se sabe dónde viven: en Barcelona y su cinturón metropolitano, especialmente en ciudades del Baix Llobregat como Cornellà. Se conoce que pertenecen a un universo ideológico variopinto, aunque con poca chicha: anarquistas insurreccionalistas, movimientos de extrema izquierda y algunos tipos de skins y punkis. Se sabe, incluso, "cuándo tienen la intención de liarla y cuándo no", explica Josep Saumell, jefe de seguridad ciudadana de la policía autonómica en Barcelona.
Pero ni siquiera este caudal de conocimiento sirve para poner freno a la voracidad de estos grupos. Cualquier excusa es buena para el enfrentamiento: una celebración deportiva, la intervención sobre una casa okupada, las fiestas de un barrio o una manifestación.
Los últimos meses son prolijos en ejemplos. En febrero, un agente de la Guardia Urbana quedó en estado vegetativo por la agresión de unos jóvenes, durante un desalojo en el casco antiguo. En marzo, la celebración de un macrobotellón en el popular barrio del Raval se saldó con más de 50 detenciones y casi 70 heridos. En mayo, durante la celebración de los dos títulos del Barça (Liga y Copa de Europa) los comercios del centro sufrieron daños por valor de 600.000 euros. En junio, un grupúsculo perfectamente organizado puso patas arriba, en apenas unos minutos, el barrio de Gràcia. En el último incidente el pasado 5 de octubre -el que motivó la suspensión de la cumbre europea- los violentos utilizaron hasta lanzacohetes caseros.
Los mossos argumentan que hay muchas dificultades para poner coto a la guerrilla urbana. Para empezar, actúan con la cara tapada, por lo que es difícil identificarles y, en consecuencia, atribuirles un delito. Sus incursiones, ágiles y rápidas, aprovechan el puzle de calles que es el casco viejo de Barcelona y eso les permite huir con relativa facilidad. Además, aunque la policía detecte a uno de los jóvenes "fichados" en una manifestación, no puede detenerle de forma preventiva, porque vulneraría la ley.
Saumell admite que, en un momento dado, los violentos pueden actuar con impunidad. "Te pueden montar un zipizape en cualquier lado. Hoy, con Internet y un móvil, es fácil organizarse. En la Red hay manuales para hacer una bomba casera y para saber cómo luchar contra la policía". Están organizados como un pequeño ejército: "Unos parecen los generales, dando instrucciones y recibiendo visitas; y otros, las tropas".
Ante la imposibilidad de ir más allá, ¿cuál es la solución? Para Saumell no pasa necesariamente por aumentar el número de efectivos policiales, sino por "empezar a considerarles, no como románticos que luchan por unos ideales, sino como delincuentes". Muchos de ellos, según la policía, se escudan en el movimiento okupa y buscan la "violencia por la violencia". Aunque es un grupo muy variable, se ha detectado que cada vez hay más extranjeros entre sus filas -especialmente franceses e italianos- ávidos también de emociones fuertes.
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