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Reportaje:LA RESPONSABILIDAD DE LOS INTELECTUALES

Por los cuatro costados

Andrés Trapiello

Se ha visto ya que son insuficientes tres Españas para explicar lo que sucedió entonces. Tal vez nos sean precisas cuatro, como poco. En 1954 Juan Ramón Jiménez se niega a saludar en Puerto Rico, donde vive, al escritor Segundo Serrano Poncela, implicado en las matanzas de Paracuellos: "No he dejado mi país", explica, "para acabar dándole la mano a un asesino". Ambos están en el exilio, pero desde luego no forman parte de la misma España. Azorín u Ortega no fueron asesinos, pero tampoco podremos asegurar que ellos, beneficiarios del régimen en cierto modo, y JRJ estaban en una España común. Cuatro Españas son al menos necesarias para desentrañarla: la España revolucionaria, no siempre democrática, de anarquistas, comunistas, trotskistas y socialistas radicales; la España contrarrevolucionaria, antidemócrata y reaccionaria de los fascistas, el clero, la milicia y la oligarquía; la España de izquierda democrática que pese a no ser revolucionaria corrió la misma suerte que ésta, y la España que pese a ser de derechas, no dejó de ser democrática, y se mantuvo más o menos al margen del franquismo. Naturalmente ninguna de estas cuatro Españas tenía el mismo tamaño ni el mismo peso en todo momento, y encontramos representantes de todas ellas en el exilio y en el interior, lo cual viene a complicar la comprensión del problema.

Ni eran todos de la misma derecha ni su literatura vale lo mismo. No es sencillo dilucidar eso

Pocos escritores de la España fascista se arrepintieron, desde luego. Claro que no sabemos qué límites le ponemos a esa palabra: ¿cuánto hace falta para arrepentirse? ¿Vale lo mismo un arrepentimiento de 1944 que otro de 1974 o de 1980? Tampoco hubo muchos que, habiendo sido comunistas, se arrepintieran de su pasado estalinista. Alberti, por ejemplo, premio Lenin, al venirse abajo el bloque socialista, lo dijo con melancolía: "Siempre llevaré a la URSS en mi corazón". Al frente de Fundación, Hermandad y Destino, escribió Sánchez Mazas de su puño y letra con una arrogancia delirante: "Ni me arrepiento ni me olvido. 1957". Stalin murió en 1953 (y sólo diez años después Neruda inició su tímido mutis), y 1953 fue el año en que Antonio Tovar, a la sazón rector de la Universidad de Salamanca, o sea, un hombre hecho y derecho, recibía honoris causa a su caudillo, pero también por esos mismos años escritores del régimen, como Sánchez Mazas o Panero, facilitaban el regreso de exiliados como Bergamín o Gaya. Es imposible explicar lo que ocurrió en un bando, sin tener en cuenta al otro. Y más cuando hablamos de cuatro costados. "Por los cuatro costados" podría titularse una historia de la preguerra, de la guerra, de la posguerra, esa historia en la que no es fácil encontrar a muchos que admitan sus errores y complicidades (y de crímenes ya ni hablamos).

A estas alturas, por ejemplo, todavía hay miles de españoles que se resisten a condenar el régimen de Franco y otros miles que se niegan a hablar de las checas mientras no queden solventadas las afrentas que se les hicieron. Cuando Tovar o Laín se apartaron de la Victoria que se lo dio todo, habían pasado ya muchos años. De ese todo, a unos el régimen les incautó algo y otros no devolvieron nada, como si pensaran: que nos quiten lo bailado. Por lo mismo, algunos escritores republicanos le deben mucho a la derrota. Y al revés, están aquellos a los que la literatura les debe mucho, pese al exilio, pese al régimen, como Cernuda o Aub, como los Villalonga o Francisco Pino. Los mejores de una parte, Foxá, Ruano, Sánchez Mazas, Panero o D'Ors, murieron mucho antes de que se vislumbrara el final del régimen. Incluso después, algunos como García Serrano, hicieron del fascismo la sustancia literaria de sus libros. De hecho, ni siquiera es razonable meter en el mismo saco la subliteratura de éste y la de, por ejemplo, los admirables Torrente Ballester o Josep Pla, los vesánicos engrudos de Giménez Caballero y las fabulaciones de Cunqueiro, los versos de Pemán y los de Manuel Machado, y así hasta el infinito: ni eran todos de la misma derecha ni su literatura vale lo mismo. No es sencillo, desde luego, dilucidar todo eso, unas veces por exceso de palabras interesadas y otras, por ausencia de las necesarias (y cómo se echan en falta las de un Ferlosio, pongamos por caso, para ayudarnos a desenredar esa madeja que en buena medida empezó a hilarse, y enredarse, en la casa paterna).

Nadie ha dicho nunca que haya que medir a todo el mundo por el mismo rasero, porque ni todos tenían manchadas las manos de sangre ni todos fueron pésimos escritores a los que salvó la política. Y eso vale para la izquierda y la derecha. Tampoco se trata, ni mucho menos, de aplicar dos pesos y dos medidas, como a menudo vemos que sucede de modo indecoroso. La complejidad de esto pasa por la singularidad de cada persona, de cada obra, de cada circunstancia. Echa uno de menos los matices y asusta un poco ver que quiere volverse al sistema del blanco y negro, otra vez a las dos Españas, cuando puede decirse que hubo entonces tantas como españoles. Y como en este caso hablamos de literatura, recordemos: reconocer sus errores políticos y asumir sus responsabilidades fue un gesto valeroso y expuesto que tampoco hizo de Ridruejo un escritor mejor. Foxá o Sánchez Mazas, para los que ni siquiera fueron errores, no son peores escritores por ello.

Andrés Trapiello es autor de Las armas y las letras. Literatura y Guerra Civil (Península).

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