Oro puro en la recta final de Sitges
Johnny To realiza con 'Exiled' un homenaje a la épica que contrasta con el humor macabro de 'Fido'
Una banda de mafiosos hongkoneses anclados en Macao decide afrontar su postrer acto heroico, su definitivo sacrificio. Cuando llegan al lugar del enfrentamiento con su cruel ex jefe, encuentran un fotomatón y deciden inmortalizar el momento. Sus cómicos empujones para meterse dentro de la escueta cabina se dilatan en uno de esos remansos de anti-épica cotidianidad que el director Johnny To ha convertido en figura de estilo. Ésa es una de las escenas clave de Exiled, secuela de la ya grande The Mission, y, quizás, película cuya adscripción genérica la convierte en discutible selección para la sección oficial competitiva del festival de Sitges.
Exiled no es cine fantástico, pero su condición de obra maestra debería merecer menos discusión. Homenaje a la épica y al tempo de Sergio Leone, Exiled es, ante todo, puro Johnny To: una película de gánsteres llena de gran cine desde el minuto uno hasta la aparición de sus créditos finales, un largometraje que parece un músculo tenso, un trabajo cuyo creador ha hecho todo lo que tenía que hacer -todo lo que el público pide-, sin por ello dejar de sorprender con filigranas de estilo, giros imprevistos y sorpresas fuera de agenda a cada minuto. Habría que conectar un complejo sistema de riego a esta película para que bañara de cine a las academias del mundo entero. Si hay quien sostiene que no ha habido cine más puro que el contenido en los cortos cómicos del mudo o en los cartoons clásicos de siete minutos, Exiled demuestra que la lista debería ampliarse con el spaghetti-western y el cine de acción hongkonés. El arte y el genio contenido en esta intensa hora y media no podrían traducirse a ningún otro lenguaje.
Cuando la sección competitiva afronta su recta final, los títulos de interés no han sido pocos, a pesar de haber tenido que lidiar con la sombra de To y el recuerdo de Gondry, Bong Joon-ho, Dante y Carpenter. En Time, el coreano Kim-ki Duk propone una historia de amor obsesivo, donde la cirugía estética abre capas de sentido sobre la identidad, la naturaleza del amor y el poder de la imagen. Sin duda, se podrían escribir tesinas con la riqueza conceptual de este trabajo, pero el cineasta parece un tanto relajado en lo formal y abandona su suficientemente demostrada precisión estilística. El canadiense Andrew Currie trajo con Fido reminiscencias del viejo Sitges y sus años de transparente adhesión al humor macabro: es una comedia negrísima de piel aparentemente luminosa, en la que la visión utópica de la América de los cincuenta muestra su alma más sórdida. Cuando, en una escena, un ama de casa le anuncia a su marido su embarazo, éste replica: "Cariño, no creo que mi sueldo llegue para costear otro funeral". Sátira con zombies, Fido abre muchos frentes críticos, pero no profundiza en todos.
"Tienes que dar un gran salto de lógica o de fe para entrar en mi película. El público sólo puede aceptar la propuesta o rechazarla según entre en el juego o no", afirma Rian Jonson de Brick, un trabajo premiado en Sundance que recrea la mitología de Dashiell Hammett en el ambiente adolescente de los institutos americanos. No fue este cronista uno de los que aceptaron el juego y se le quedó la impresión de haber asistido a una representación de fin de curso con panolis haciendo de tipos duros y chicas en edad del pavo ejerciendo, sin convicción, de femmes fatales.
El entorno familiar entendido como infierno y el pasado formulado como pesadilla cíclica son los dos ejes de Los abandonados, debut en el largometraje del muy brillante cortometrajista Nacho Cerdà. "La película trata del abandono como elemento positivo", comenta el director, "tirar hacia adelante es la única forma de sobrevivir. Pero, aunque quieras cortar con el pasado, eso no significa que el pasado haya cortado contigo". El resultado final ofrece una factura competente, pero sucumbe a los registros de ese terror de posproducción que el sello Filmax ha convertido antes en abuso que estilo.
Fuera de competición, uno de los títulos más esperados por el público era La fuente de la vida, de Darren Aronofsky. Historia de amor condenada que desemboca en una necesaria aceptación de la muerte, la película es menos compleja de lo que su director, probablemente, cree y le confirma como un auténtico esteta de la afectación. "El planteamiento visual de mi película es cruciforme", precisa Aronofsky, "su estructura sería la de un crucifijo tridimensional: el protagonista, Hugh Jackman, siempre está viajando de un punto a otro y en todo momento lo mostramos moviéndose, con la cámara enfocando al lugar hacia el que se dirige". Lo mejor que puede decirse de la película es que su visión no fue (del todo) una cruz.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.