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Columna
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La financiación de las doctrinas

El acuerdo entre el Gobierno y la Conferencia Episcopal ha supuesto un paso de gigante en la autofinanciación de la Iglesia Católica, una entidad cuyo mantenimiento no se entiende por qué debe correr a cargo de la ciudadanía. Claro que tan magnífico criterio podría extenderse a otras congregaciones. Podrían mencionarse tres clases de tinglados susceptibles de aprovechar las enormes ventajas de la autofinanciación: partidos políticos, sindicatos y organizaciones no gubernamentales.

Es cierto que los partidos políticos cumplen en democracia un importante papel constitucional, pero no es menos cierto que sus proyectos de fondo sólo identifican a algunas personas. Entre sus fuentes de financiación están la insignificante aportación de los militantes; el dinero de los contribuyentes; y, last but not least, una vía sobre la cual mejor no hablar porque, como decía Voltaire, "soy amigo de la verdad, pero en modo alguno del martirio". No, no seré yo el que se complique la vida glosando esa tercera vía de financiación de los partidos, de la que algo sabemos cuando, por despiste, sus cuentas llegan a la prensa o a la jurisdicción penal.

Es decir, los partidos cuentan para financiarse con una vía ridícula, una vía indecente y además nuestro dinero. Es loable negarse a que el dinero público financie a la iglesia, pero no menos loable es aplicar este principio a otros apostolados. Así, se financian con el dinero de la ciudadanía organizaciones que predican el socialismo (de alta o baja intensidad), la unidad de España o la construcción de Euskal Herria. No me niego a que tales formaciones se apliquen, dentro de la ley y por vías pacíficas, a implantar sobre la tierra sus diversos paraísos, pero sí a que lo hagan con mi dinero. Por eso es necesario un nuevo avance y exigir que a los partidos los financien sus militantes, a los sindicatos sus afiliados y a las organizaciones no gubernamentales sus socios y bienhechores. Financiar con dinero público doctrinas particulares y proyectos ideológicos parciales nada tiene que ver con el interés general.

El caso de las ONG resulta especialmente grave. Se habla de ellas de forma acrítica, al amparo de una supersticiosa inmunidad. Los poderes públicos les inyectan dinero sin tasa, ya que cualquier regateo podría ser utilizado en contra del político, siempre dadivoso con aquello que no es suyo. Pero en la industria de la solidaridad, como en botica, hay de todo. Al margen del sarcasmo que supone llamarse "no gubernamental", pero asaltar sin tregua las arcas gubernamentales, conviene recordar la muy diversa utilidad de estas organizaciones: muchas realizan una labor extraordinaria, pero otras se limitan a la arenga ideológica o al turismo en todoterreno. Y, de nuevo, no me niego a que la gente predique lo que mejor le venga en gana, con tal de que sea a su costa. Una conocida ONG vasca, por ejemplo, mantiene un virulento discurso antiisraelí, rayano en el delito de xenofobia. Pues bien, en Internet declara ufanamente que un 70% de su financiación proviene de instituciones públicas.

El camino que se ha iniciado con la iglesia impone su extensión, a medida que la ciudadanía, hablando en plata, vaya despabilando. Sin duda alguna, el dinero de los contribuyentes debe sufragar a aquellos militantes partidistas que acceden a cargos públicos, así como a numerosos operadores sociales, pero es intolerable que financie también los gastos internos de organizaciones que persiguen fines tan discutidos y discutibles como la unidad de España, el antisionismo, la independencia de Euskadi, el Estado fascista, la dictadura del proletariado, la implantación del socialismo, la abolición del capitalismo, la implantación del capitalismo, la abolición del socialismo y la implantación y/o la abolición de cualquier otra mandanga.

Ahora a la iglesia la financia, también en el pico que había pendiente, su propia feligresía. Sólo falta liberar al presupuesto público de lastres aún más costosos. Preveo el entusiasmo con que los partidos políticos y los sindicatos de clase van a aplicarse este didáctico cuento moral. Después de poner a los obispos en su sitio, sólo les falta encontrar a ellos el suyo.

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