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La seducción de otra Clinton

Por lo menos Jerry Falwell no dijo que Hillary Clinton olía a azufre. Pero sí dijo que, si se presenta como candidata demócrata a la presidencia de Estados Unidos, para los evangélicos será como si se presentara el diablo, alguien con una oscura fuerza superior a la de Lucifer, y eso les empujará a votar a los republicanos.

Supongo que, dado que los estridentes críticos de derechas de la senadora Clinton suelen calificarla de bruja, que la hayan ascendido a diablo puede considerarse una victoria feminista. Y está bien acompañada por alguien del otro partido: el presidente, al que también llamó diablo un excéntrico de categoría mundial.

Hillary está abandonando su imagen de trabajadora para dedicarse a estar en el escaparate y preparar el camino hacia su histórica candidatura presidencial con una serie de grandes discursos políticos. Y empieza a atacar con más fuerza a la otra dinastía.

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"Estoy segura de que si a mi marido y su equipo de seguridad les hubieran enseñado un informe secreto titulado Bin Laden decidido a atentar dentro de Estados Unidos se lo habrían tomado más en serio de lo que, por lo que indica la historia, se lo tomaron nuestro actual presidente y su equipo de seguridad nacional", declaró tajantemente el martes 26 de septiembre a los periodistas en el Congreso.

Cuarenta años después de que el feminismo irrumpiera impetuosamente en la escena, las mujeres en puestos de responsabilidad siguen reflexionando todavía sobre cómo combinar fuerza y sexualidad sin que les salga el tiro por la culata. Pensemos en lo ocurrido en Hewlett-Packard, la empresa tan progresista de Silicon Valley. Carly Fiorina fue despedida de su cargo de presidenta después de un mandato con todos los rasgos masculinos estereotípicos, y Patricia Dunn perdió ese mismo puesto por haber empleado, en palabras de algunos, un subterfugio propio de "camarilla de chicas adolescentes" para espiar a otros miembros del consejo de administración a propósito de unas filtraciones, en vez de interrogarles directamente.

Hillary también está probando distintos métodos para dar con la llave que le permita entrar y hacerse sitio entre las paredes de caoba del club masculino por excelencia, el número 1600 de Pennsylvania Avenue. Va a intentar regresar al ala oeste y no va a apoyarse en lo que ha hecho en el Senado, sino en cómo lo ha hecho.

En estos tiempos tan escalofriantes se ha comportado como una estrella del cine mudo, sin que se oyera su voz cuando el Gobierno de Bush manipulaba la Constitución, llamaba traidores a quienes le criticaban y espoleaba el terrorismo con una guerra mal concebida y mal dirigida en Irak.

Cuando Joshua Green le pide que explique por qué no ha adoptado posturas impopulares ni ha defendido grandes ideas, en un reportaje de portada de próxima publicación en The Atlantic Monthly, Hillary tiene una respuesta más propia de diva que de diablo: "Todo lo que hago tiene un riesgo político, porque nadie sufre el escrutinio que sufro yo. No tengo absolutamente ningún margen de error".

Ha transformado sus métodos: ha pasado de ser una auténtica apisonadora en la Casa Blanca -prepotente, unilateral e insensible al tratar los problemas de la sanidad- a construir alianzas en el Congreso. Ahora, esta mujer que odiaba que la llamaran primera dama seduce con argucias y estratagemas propias de una damisela romántica, desde servir café a sus colegas del Senado hasta retroceder discretamente para que los pavos reales masculinos que la rodean puedan presumir y acaparar los focos.

Como explica orgullosamente uno de sus ayudantes a Green, resulta muy eficaz porque los hombres que intentaron destituir a su marido no se esperan que la ex primera dama de Estados Unidos "les pregunte si quieren dos terrones de azúcar".

"Lo del café, en mi opinión, es excesivo", dice Michael Morris, de la Escuela de Empresa de Columbia. "Pero todo buen político sabe coquetear. Bill Clinton seducía a todos los hombres y mujeres con los que hablaba".

Un ayudante de Hillary presumía ante mí, hace poco, de la asombrosa cantidad de colegas de la senadora que están fascinados con ella. Y el reverendo Falwell no debe de haber visto los lazos que está creando con los congresistas conservadores en los desayunos-oración que se celebran en el Congreso. Como escribe Green, Hillary y Sam Brownback trabajaron juntos en varias leyes después de que el senador conservador de Kansas confesara, en uno de esos desayunos, que se había dado cuenta de que había sido un pecado meterse tanto con ella.

Más que poner la otra mejilla, lo que está haciendo Hillary es triangular la otra mejilla. "La guerrera", como la llama su equipo, no ha olvidado lo que aprendió de su cónyuge. En una ocasión, cuando estaban en la Casa Blanca, los Clinton hicieron un sondeo sobre dónde debían ir de vacaciones (Dick Morris les dijo que, si se iban de cámping, eso caería bien entre los votantes indecisos), y ahora Green afirma que se fueron a vivir a Chappaqua, al menos en parte, por los resultados de otra encuesta.

También dice que, en 2003, el especialista en sondeos Mark Penn creó un equipo supersecreto para averiguar si Hillary podría romper su promesa de cumplir un mandato entero en el Senado y, aun así, conservar la fuerza suficiente para ser candidata a la presidencia; Penn ni lo niega ni lo confirma.

Es posible que no huela a azufre, pero tiene toda la pinta de ser verdad.

Maureen Dowd es columnista de The New York Times. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia. © 2006, New York Times N. Service.

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