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Columna
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Justicia popular

Los teléfonos de los concejales de Marbella han dado testimonio de su peculiar dedicación al municipio. "Yo papel que hago, papel que cobro", decía la primer teniente de alcalde al teléfono, ese tentador confesionario policial, y me recordó a aquel compositor de canciones, Samuel Cahn, que, cuando le preguntaron si era primero la música o la letra, respondió inapelablemente: "Lo primero es el cheque". Cahn es autor de Time after time, interpretada por Frank Sinatra y Chet Baker, entre otros, que empieza así: "¿Qué te parece lo que digo? Si pudieras oír las cosas que dejo sin decir..."

A los antiguos concejales de Marbella los conocemos hoy por sus conversaciones telefónicas, grabadas por la policía, parte de diez tomos con documentos de la instrucción judicial. Estos papeles son una especie de enciclopedia de la época, datos desnudos, sin interpretaciones, puro encadenamiento de sucesos, el fluir insensato de las cosas humanas. Los concejales y sus socios hablan por teléfono, y uno cae en la tentación de suponer el caso probado, juzgado y sentenciado. El tribunal sería superfluo. No hay implicados, sino directamente culpables, y las cámaras y micros se instalan a la puerta de la delegación malagueña de la Consejería de Salud, a la caza de una de las reos, o de la impresión que la reo causa en los inocentes.

En libertad bajo fianza, la antigua primer teniente de alcalde de Marbella, García Marcos, se ha reincorporado a su trabajo de inspectora médica. La concejal, de larga experiencia televisiva, tiene habilidad para evitar el micro periodístico, pero empleados y visitantes de la delegación parecen unánimes, todos escandalizados por la presencia de la que será juzgada por cohecho y otros delitos complementarios. ¿Hay necesidad de juicio? La sentencia está ya en las palabras telefónicas de la supuesta delincuente. Nadie, entre los que opinaban ante la cámara callejera, defendió el derecho de la concejal caída a ocupar su puesto de trabajo, a la espera de juicio.

Tenemos una mentalidad justiciera, popular, que se concilia perfectamente con un tipo de periodismo inquisidor bastante desagradable. Los nuevos periodistas abordan en plena calle a su objeto de interés, micrófono en mano, preguntando sin pedir permiso, fotografiando, grabando con las cámaras, entrometiéndose en el espacio del individuo al que acometen. No importa que uno se niegue a hablar, el reportero insiste. Cuanto más esquiva sea la pieza, más se le acosará, invadirá, interrogará, y más valdrán sus declaraciones, aunque estén en blanco. El interpelado se hace el sordo, finge incomprensión o indiferencia, pide que no lo fotografíen. Lo fotografían alterado porque lo están fotografiando. Le meten el micro en la boca. Estamos en la calle, ¿no?, y fotografío lo que me da la gana.

Las preguntas que los nuevos reporteros hacen a sus entrevistados forzosos suelen llevar implícita la respuesta: "¿Sientes vergüenza de ser un sinvergüenza?", podría ser una pregunta típica del nuevo género periodístico-policial. La irrupción intimidatoria incluye preguntas intimidatorias, muestra de un poder que sólo viene de la caradura del periodista y del valor de masas que el interrogatorio feroz alcanza incluso antes de recibir respuesta. Exhibir a la gente acorralada e incómoda vende. Hay, lo sé, interrogados que viven de este modo de periodismo, y lo fomentan, parte del espectáculo y sus trampas, pero me temo que esta manera de entrometerse en las vidas ajenas se acabe imponiendo como modelo de conducta social.

Abordaremos e interpelaremos despiadadamente a los vecinos que no nos gustan. Juzgaremos sin compasión. Empezaremos por los delincuentes más o menos notorios, y seguiremos, por ejemplo, con quienes demuestran poco criterio en la elección del colegio de sus hijos. La maledicencia de vecindario será nuestro modelo de justicia popular: conversión de todo el mundo en sospechoso o culpable, interrogatorios sin respetar los derechos más elementales del encausado, juicios sumarísimos sin necesidad de tribunal.

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