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ESPAÑOLES EN Y DE PARÍS / 1
Columna
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Escritores e intelectuales

Francia ha sido nuestro compañero más inexcusable, nuestro enemigo necesario. Si eliminamos del pasado acontecer español esa parcela fundamental de nuestra realidad, su decurso económico, sus vicisitudes políticas, su vida cultural no son inteligibles. Más de mil años uncidos a un mismo destino de paces y contiendas, de confrontaciones y de reencuentros, unidos/separados por los Pirineos, Francia ha sido desde siempre para nosotros un país-tapón, un aduanero intratable con el que era capital entenderse para saber y estar en el mundo. Una interacción traumática en la que los parámetros amor/odio han funcionado como constituyentes de una relación a la que nuestros exilios y nuestras emigraciones han conferido una vitalidad extrema, una actualidad permanente. Nada de extraño tiene pues que Francia se haya constituido en el proveedor constante de nuestras modas e instituciones, desde el Consejo de Estado y el Código Civil hasta la zona azul de los aparcamientos.

Pero Francia se ha resumido siempre a París. Todo ha pasado por allí. Allí se ha decidido y creado, de allí, según el decir de las familias españolas, vienen los niños. La historia de las relaciones entre París y los españoles, especialmente de los escritores, artistas, creadores es la historia de una fascinación. Hemingway escribió que quien de joven ha vivido en París ha asistido a una fiesta que le acompañará toda su vida. Máxime habría que añadir si tiene algo que ver con las cosas de las artes, la literatura, la cultura. Como refugio, escuela de aprendizaje, plataforma de lanzamiento, otorgador de consagraciones y famas, París ha sido actor principal, referencia imperativa. El censo de sus protagonistas es tan numeroso que declinarlo agotaría las posibilidades de espacio de esta columna. Raimundo Lulio, Luis Vives, Siliceo, Ignacio de Loyola, Miguel Servet, el Padre Vitoria, y ya en los años cincuenta del siglo XX Paco Benet y Pepe Martínez pueblan las aulas de la Sorbona y hacen del Barrio Latino, de sus casas y sus calles, su segunda patria. Pepe se enclaustra en el exiguo perímetro que va de la Rue des Bernardins a la de Sommerard y en ese territorio de predilección lanza la aventura de Ruedo Ibérico. Todos ellos perpetran en París el primer descubrimiento/ocupación de la cultura sin fronteras. Unos años antes Xavier Teixidor ha sido nombrado titular del Colegio de Francia, donde Antonio Machado había escuchado las lecciones de Bergson, y se convierte en uno de los mejores especialistas mundiales en estudios semíticos. Jorge Guillén y Rafael Alberti se encuentran durante el exilio franquista, unas manzanas más arriba, en el Instituto de Estudios Hispánicos de la Sorbona y conspiran en favor de la República y de la poesía.

En ese barrio y en sus prolongaciones acrecientan su obra nuestros grandes escritores de la generación del 98 y del 27, Pío Baroja escribe diversos libros y en 1939 las tristísimas crónicas de una derrota colectiva y personal. Azorín, que, desde su temprano París bombardeado, resultado de su condición de enviado especial en Francia durante la Primera Guerra Mundial, no cesa de producir y publicar; Salinas que gana su cátedra, hace poesía y acomete su espléndida traducción de A la recherche du temps perdu; Jorge Guillén, que vive frente a la iglesia de Notre Dame, allí nacen sus hijos Teresa y Claudio y en Francia tiene la iluminación de su Cántico; Gerardo Diego, que con su amigo Vicente Huidobro inaugura el dadaísmo y se afirma en sus rupturas literarias y con sus compañeros de generación establece una linea poética que tendrá en los años sesenta su culminación parisina con José Ángel Valente. Pero la fecundidad intelectual y literaria española en París tiene muchos otros representantes. Entre ellos destaca Ramón Gómez de la Serna, el gran triunfador parisien y uno de los escritores españoles de esa época más conocidos en Europa, que crea un puente muy transitado entre el café Pombo, de Madrid, y La Rotonde, de París. Sin olvidar escritores tan relevantes como José Bergamín, Jorge Semprún y Juan Goytisolo y esa figura excepcional y proteica, en España tan despreciada, que fue Blasco Ibáñez, uno de los más prolíficos best seller españoles que, desde París, inundó el mundo con sus novelas. Para entrar más a fondo en este tema hay que dirigirse a Juan Pedro Quiñonero, español de París, escritor y periodista que es una mina inagotable que yo he comenzado a explotar.

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