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Columna
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Van pregonando

Curtido en la experiencia de pregonar efemérides y festejos en los más diversos puntos de la geografía peninsular e insular, céntrica y periférica, el cronista ha sufrido como propios estos días atrás los agravios infligidos a su colega, de amplio espectro, Elvira Lindo, pregonera de las fiestas de Barcelona, desairada incluso por algunos de sus anfitriones, injuriada por escandalosos fariseos que hicieron de sus querellas nacionalistas estandarte de un atroz provincianismo que evidencia una imprevisible falta de seny.

Es costumbre asentada en la tradición que, a la hora de buscar pregoneros para exaltar las virtudes de sus respectivas ciudades, villas, pueblos, aldeas y barrios, los consistorios ofrezcan el honor a personas foráneas, por lo general vinculadas con las localidades festejantes, para que les halaguen los oídos y feliciten a los nativos por el curioso privilegio de haber nacido y de vivir en semejante emporio del arte, la historia, la cultura y el jolgorio, donde todas las piedras son venerables, bellas las mujeres, valerosos los hombres, ilustrados los alcaldes, milagrosas sus imágenes, copiosas sus cosechas y esplendorosos en fin sus festejos, taurinos, pirotécnicos y de variedades artísticas.

Pero últimamente ya no es necesario, ni siquiera pertinente, que el pregonero tenga vinculación alguna con la localidad pregonada. En el mercado de la competencia pregoneril, ya no se valoran ni el texto ni el contexto, sólo el nombre, el renombre, no la palabra sino el eco mediático del personaje seleccionado, tocado por una fama efímera a explotar sin contemplaciones, pero con jugosas subvenciones a muy corto plazo, tan corto como sus expectativas de éxito futuro.

No le arrendaría las ganancias al pregonero que en un inoportuno alarde de objetividad osara pronunciarse negativamente desde su tribuna sobre la relevancia de sus monumentos y la antigüedad de sus orígenes, o viceversa. El cronista que esto suscribe sabe algo del tema, cuando en el pregón de Carnavales de una ciudad a la que ama tanto como para no mencionar su nombre, osó referirse irónica y amablemente, como corresponde a unas fiestas teóricamente subversivas, a ciertos problemas sufridos y denunciados a diario por los pobladores de la urbe, no faltaron -sobraron- las críticas locales que le injuriaron por su condición foránea. Sólo los nativos, al parecer, tenían derecho a denunciar sus carencias y sus problemas.

Hubo un tiempo en el que los pregones fueron protocolarios y previsibles discursos retóricos a cargo de próceres políticos, clérigos literatos, catedráticos, poetas y cronistas locales, piezas de hueca oratoria que los vecinos convocados solían escuchar con mal disimulada impaciencia, a la espera del chupinazo que diera vía libre a la fiesta y rienda suelta a sus instintos primarios.

La insoslayable periodicidad de las fiestas y la exigüidad de la nómina de personajes idóneos ampliaron rápidamente las bases de elección: deportistas, artistas, famosas y famosos, rebajaron la calidad retórica y oratoria y subieron los precios y el afán competitivo entre localidades con rivalidad comarcal o autonómica. Como paradigma de este género de pregones quedaría el proferido por una triunfadora de O. T., modelo de concisión y discreción, cuyo contenido íntegro se reproduce a continuación: "Buenas noches..." Sustitúyanse los puntos suspensivos por el nombre de la localidad gallega que la había contratado y ya está dicho todo menos el magnífico caché percibido a cambio de su estentóreo, entusiasta, y se supone que afinado, grito.

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La elección de una escritora madrileña, de lengua y prosa agudas y afiladas por la ironía, para pregonar las fiestas de Barcelona, parecía una ocurrencia oportuna, desmitificadora y festiva a la par que culta e ilustrada, una buena ocurrencia que Elvira Lindo refrendaría con un pregón a tal medida. Los reventadores del evento no argumentaron su desagrado por el contenido que desconocían y seguirán desconociendo, sus malas formas ahogaron el fondo, su ruido mediático apagó los ecos de la razón y de la buena palabra.

No faltarían, sobrarían todos, en Madrid los energúmenos que montarían una cencerrada aún mayor si el pregón, por ejemplo de los próximos carnavales se lo encargaran a Boadella, Rubianes sería provocación... Una diferencia importante es que en Madrid sabemos quiénes son y donde están (en la extrema derecha) los fariseos y con lo de Barcelona algunos aquí estamos un poco confusos. Aun sabiendo que su opinión es minoritaria y conflictiva, al cronista le agradaría especialmente que un pregonero catalán utilizara por una vez su hermosa lengua vernácula para pregonar, con traducción simultánea, la fama, la buena fama de Madrid y el buen nombre de los madrileños. Sería la primera vez y ojalá, no fuera la última.

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