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Reportaje:

Una historia escrita en el agua

Una ruta peatonal permite descubrir los paisajes naturales y viejas ferrerías que jalonan el último tramo del río Lea

El río Lea guarda en sus aguas un pasado ferrón y de antigua ruta comercial, que se intuye en los restos de las presas, molinos, puentes y antiguas ferrerías que jalonan su recorrido desde que nace, en el macizo de Oiz, hasta su desembocadura, entre Mendexa y Lekeitio. Ese patrimonio, junto a los valores naturales del que se tiene como cauce más limpio de Vizcaya, es disfrutado a diario por cientos de caminantes, gracias a una ruta peatonal inaugurada parcialmente el pasado marzo y que cubre los últimos siete kilómetros de su recorrido. Las obras para acondicionar el resto de la ruta han comenzado este mes y permitirán, a partir de finales de 2007, visitar a pie la totalidad de la cuenca, a través un itinerario de 23 kilómetros.

Un anexo de hormigón facilita el paso a los salmones que remontan el río para desovar
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Un ilustre olvidado

El visitante puede acceder al camino ya abierto abandonando la autopista A-8 en Durango. Desde allí, deberá tomar la N-634 hasta Markina-Xemein, y desde ese punto, la N-633 en dirección a Lekeitio. La ruta se puede comenzar a la altura del barrio de Oleta (en el municipio de Amoroto), justo antes de la intersección de esa vía con la BI-2405, que conduce hacia la costa.

Unos carteles con la leyenda "Lea ibilbidea, ingenio&natura" señalan el acceso a la ruta. El nombre evoca lo que el caminante podrá observar: los valores naturales de un raro río salmonero, junto con un rosario de ingenios hidráulicos, algunos de los cuales supusieron importantes avances técnicos en su época. "El camino transcurre en paralelo al río, utilizando los tramos históricos que se han podido respetar", explica el responsable del proyecto, Guillermo Ruiz de Erentxun.

Desde ese lugar, merece la pena recorrer unos cientos de metros tierra adentro para llegar hasta el puente de Errotabarri. Datado ya en el siglo XVI y con una estructura de medio punto rebajado, está construido con mampostería y sillería. El caserío homónimo situado a pocos metros fue concebido originalmente como molino. Ambas construcciones son, además, vestigios del antiguo Camino Real que unió la costa vizcaína con la meseta y que sirvió de ruta de intercambio comercial entre vascos y castellanos desde la Edad Media.

Volviendo al punto anterior, el río discurre formando meandros entre alisos. En pocos minutos se llega a la altura de la presa de Olalde, que tuvo su época de mayor actividad en el siglo XVIII coincidiendo con el auge de las ferrerías en la comarca. Desgraciadamente, la que funcionaba con la fuerza generada por esta instalación fue derruida hace décadas.

Un anexo de hormigón construido junto a la presa facilita el paso a los salmones que remontan el río para desovar. Se puede discutir su impacto estético, pero no su utilidad en una zona de gran riqueza piscícola y faunística, en cuyos tramos altos está presente aún el visón europeo.

Poco a poco, el paisaje va cambiando. El río se hace más ancho a medida que el olor a salitre anuncia la cercanía del mar. El paseante atraviesa entonces zonas de marisma, donde crecen juncales y tamarindos, sobre seguras plataformas de madera. El camino busca la ladera de la montaña para evitar acabar ahogado por la marea.

La vegetación que lo rodea es una crónica vegetal de la huella que la actividad humana ha dejado en sus márgenes: los robles, encinas y castaños que han llegado a nuestros días se salvaron de acabar convertidos en cascos de embarcaciones, útiles de labranza o, incluso, en picas para los Tercios. Junto a ellos crece el pino insignis, introducido en el siglo XIX por varios miembros del linaje Adán de Yarza, y los eucaliptos. La casa solariega de la familia es el palacio de Zubieta, un caserón de estilo barroco que se puede observar al otro lado de la orilla.

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