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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Libros en Internet

Sigo desde hace tiempo la polémica suscitada por el proyecto Gutenberg, esa maravillosa y no tan nueva idea de democratizar radicalmente la sabiduría mundial. Soy botánico, y eso hoy día significa entre otras cosas pasar muchas horas de laboratorio rodeado de pipetas, matraces, secuenciadores, termocicladores y otras novedades tecnológicas que son más caras que un sedán de gama alta o un piso en el centro de Madrid. Pero también significa que las fuentes bibliográficas de nuestro trabajo se extienden hacia atrás en el tiempo de manera vertiginosamente profunda, hacia épocas en que el latín era el idioma al uso en el mundo del saber, antes de que se establecieran los fundamentos mismos de lo que hoy es la ciencia moderna.

A menudo, estas fuentes bibliográficas antiguas son cuando menos difíciles de encontrar, siendo bastante común que haya que dejar interrogantes abiertos en el trabajo porque la fuente original está enterrada en el fondo antiguo de alguna biblioteca remota. No podemos ir allí a leer, está demasiado lejos, el viaje cuesta demasiado. Muchas veces localizamos una obra gracias a alguna ficha de cartulina amarillenta escrita a mano con letras góticas, dentro de un cajón de biblioteca que contiene un catálogo sin informatizar. Por eso son de una importancia tan vital los proyectos como Gutenberg, o los menos famosos pero muy importantes Philological Museum, de la Universidad de Birmingham, o Gallica-la bibliothèque numérique, de la Biblioteca Nacional de Francia. Ya no es necesario ir a la Rue de Richelieu de París si uno quiere leer unos anales científicos de principios del siglo XVIII. Basta con teclear unas palabras y unas fechas en el buscador para que broten las páginas en la pantalla del ordenador. Le doy a otra tecla y oigo el ruido seco de la impresora funcionando. La primera vez que hice esto y vi aparecer un texto de Joseph de Tournefort, de 1706, en la bandeja de la impresora, casi me echo a llorar de la emoción. Gracias a iniciativas como las mencionadas, pronto no importará cuándo ni cómo ni en qué idioma fueron escritas, veremos las fuentes originales brillar en nuestras pantallas.

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