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Reportaje:MEMORIA DE LA GUERRA

Absuelta tras morir en la cárcel de Franco

Benigna Caravaca falleció en la cárcel de Ocaña en 1940. Dos años después se revisó su caso y fue exculpada

Francisca Vidal Caravaca, de 70 años, se acuerda aún de su tía Benigna, aunque su madre le contase muy poco de ella. Pero Francisca es capaz de rememorar todavía cuando, de niña, la peinaba en la cárcel: "Iba con mi abuelo y mi madre al penal de Ocaña, yo con cuatro o cinco años. Los guardias no querían dejarme pasar, por lo chica que era, pero yo me agarraba a la cintura del abuelo y pasaba. Pasaba todas las veces. Allí estaban la Efigenia, la Clementa, la hermana de Celia... De la que más me acuerdo es de ésta, de la hermana de Celia, porque me decía: 'Mira, ya está la Francisca peinando a su tía'. Después se puso peor, y ya no me dejaban pasar".

Benigna Caravaca murió en mayo de 1942 en la enfermería del penal de Ocaña de una tuberculosis que le sobrevino en el cautiverio, a la edad de 22 años. Su expediente, la historia de su apresamiento, del consejo de guerra que la sentenció a un año de cárcel, las declaraciones delatorias de los vecinos de su pueblo, su fallecimiento, y la absurda y tardía revisión de su caso, que derivó en una absolución que llegó dos años tarde, cuando ya estaba enterrada, constituye un ejemplo de los miles de atropellos judiciales que se desarrollaron con total impunidad durante la represión franquista.

"Usaba corrientemente correaje y uniforme de miliciana", delató uno de los vecinos de Benigna en el consejo de guerra que la llevó a prisión

Benigna fue detenida en su pueblo, Miguel Esteban (Toledo), poco después de que oficialmente finalizara la guerra, por pertenecer a las Juventudes Socialistas. Se la trasladó a la prisión de Quintanar de la Orden el 10 mayo de 1939. Un consejo de guerra la condenó. Varios vecinos declararon en su contra. "Se distinguió por su propaganda comunista, a cuyo partido pertenece, y en la manifestación roja celebrada el día primero de mayo de 1936 figuraba como abanderada", dijo una mujer. "Usaba ordinariamente el uniforme y el correaje de miliciana, haciendo también instrucción militar", añadió otro vecino. "Se llevó de los domicilios de derechas artículos de comer, especialmente conejos, gallinas y jamones, para proveer de ellos a sus compañeros", señalaba un tercero.

El entonces alcalde, Isidro Yébenes, también figura en el expediente: "Desconozco si realizó apaleamientos a los de derechas, aunque sí puedo asegurar que insultaba a derechistas de ambos sexos". El informe del jefe de Falange del pueblo, Pedro Rodrigo, concluía: "La vecina de esta villa Benigna Caravaca Torres, hija de Pernales, ha sido una de las muchachas que más ha sentido el ideal marxista".

No hubo defensa. Nadie pudo declarar a su favor. La única persona que lo hizo fue ella misma. En una hoja del expediente aparece su testimonio. Sólo admite "haber llevado la bandera en las manifestaciones en estos últimos años" y haber pertenecido al "Socorro Rojo Internacional".

El consejo de guerra que la juzgó y condenó a un año de cárcel el 23 de septiembre de 1939, por un delito de "auxilio a la rebelión militar", es aún ahora legal, desde el punto de vista jurídico. A Benigna, que ya llevaba 10 meses encarcelada, jamás le comunicaron la duración de la pena, ni la resolución de la sentencia. En teoría, debería haber sido puesta en libertad en mayo de 1940. Pero siguió en prisión, soportando las durísimas condiciones del penal de Ocaña, donde su padre y su hermana iban a verla en un carro, tras recorrer 65 kilómetros desde Miguel Esteban, acompañados de la pequeña Francisca, que se agarraba a la cintura de su abuelo para no quedarse en la puerta.

En 1944, con los nazis a punto de perder la guerra, las cárceles abarrotadas y los campos y las fábricas sin manos que las trabajaran, el Gobierno de Franco decidió levantar la mano en las prisiones. Es entonces cuando un tribunal militar de Madrid revisa de oficio el caso de Benigna. Y decide absolverla, sin mencionar que había sido sentenciada a un año y que debía estar ya en libertad. El tribunal envió un telegrama al penal de Ocaña. Los responsables de la cárcel contestaron que Benigna llevaba enterrada en la fosa común del cementerio municipal desde el 9 de mayo de 1942.

Francisca, la sobrina, recuerda ese 9 de mayo, el día en que su abuelo Julián se enteró de que Benigna había muerto: "Mi abuelo lloraba, ¡ay cómo lloraba! Fuimos en el carro, hasta Ocaña, ocho o diez personas amontonadas. Y desde ese día mi madre no volvió a hablar de su hermana".

Monumento funerario que cubre la fosa común en la que se enterró a presos del penal de Ocaña, en el cementerio de esta localidad.
Monumento funerario que cubre la fosa común en la que se enterró a presos del penal de Ocaña, en el cementerio de esta localidad.PABLO TORRES

Pena, cautiverio y muerte de Efigenia

EN EL PENAL DE OCAÑA también falleció, el 1 de enero de 1942, Efigenia Casas Lara, cuando contaba 23 años. Efigenia y Benigna compartieron cautiverio y destino: ambas procedían del mismo pueblo, Miguel Esteban, en Toledo; ambas fueron condenadas a un año de cárcel por un delito de "auxilio a la rebelión militar" en un consejo de guerra, y ninguna de las dos sobrevivió al presidio. Efigenia pertenecía a una familia republicana muy castigada en el primer posfranquismo: su padre, Nemesio Casas Navarro, moriría en el penal de Ocaña el 2 de agosto de 1940, a los 66 años, pocos días después de que Efigenia ingresara en prisión, ya que su avanzada edad no le permitió soportar las condiciones de vida del penal; su tío Florencio Rodríguez fue fusilado en el verano de 1939, sin juicio previo, en Quintanar de la Orden y enterrado en la fosa común; su tío Manuel, absuelto en consejo de guerra, estuvo en prisión hasta 1944...

Las causas de la muerte de Efigenia se desconocen. Familiares directos que pudieron visitarla en el penal de Ocaña poco antes de que falleciera aseguran que en su celda se registró un incendio días después de que Efigenia se negara a tener una relación sexual con algún militar destinado en el centro carcelario.

No existe la menor certeza, porque su muerte jamás se pudo investigar. Tampoco ha aparecido por ningún lado el pertinente certificado de defunción. El franquismo no permitía cerrar ciertas muertes.

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