_
_
_
_
SALONES DE PARÍS / y 3
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Un café para Sócrates

Comencé hace varias semanas en esta columna un ejercicio consistente en la elucidación histórica y actual de los espacios públicos de la privacidad parisiense. Nos ocupamos primero de los cafés; de ellos pasamos a los pasajes, y ahora estamos en la presentación de los salones, cuyo gran momento fue el siglo XIX. Los salones pierden protagonismo en el siglo XX en virtud de la prevalencia de lo popular y democrático, que deslegitima la condición elitista del salón; y del primado de la autonomía y la informalidad difícilmente compatibles con el talante regentador de las saloneras. Con lo que la función y la actividad de los salones se desplaza a territorios sin casi condicionantes, como las librerías, los cafés, etcétera.

En 1992 un profesor de filosofía del Instituto de Estudios Políticos de París, Marc Sautet, un militante de la popularización de la filosofía, empieza a reunirse los domingos por la mañana en el Café du Phare, en la plaza de la Bastilla de París, con un grupo de amigos para "hablar de filosofía". A esas reuniones las llaman cafés filosóficos, y su emblema es el que titula este artículo. En una entrevista en la radio ese mismo año cuenta su experiencia, y el eco es extraordinario multiplicándose los cafés filosóficos en París y en toda Francia. Hoy desaparecido Sautet, la expansión prosigue y el número de ellos en Francia supera ya los 150, con casi un centenar en París. La experiencia se ha extendido a otros países, sobre todo francófonos, como Bélgica, Suiza y Canadá, y en todas partes conserva su vocación de educación popular, de pedagogía participativa de aprendizaje mediante la discusión. Los cafés filosóficos, resultado casi siempre de iniciativas individuales, buscan el respaldo de soportes institucionales, como universidades, asociaciones culturales, revistas, etcétera. En Canadá, por ejemplo, la Universidad Concordia; en Bruselas, la asociación La Filosofía en la Ciudad; en París, la asociación Nueva Arcadia, la revista Agora, el grupo Philos, etcétera. Para información sobre todo relativa a los cafés filosóficos por Internet, véase http/www.philos.org y http//membres.lycos.fr.

Aunque la espontaneidad sea el rasgo dominante, han tenido que establecer ciertas reglas de funcionamiento. La más importante, la elección de un animador que encuadra los debates, dando la palabra a los intervinientes, impidiendo las interrupciones, pidiendo mayores explicaciones, rogando que se acorte una intervención que se alarga demasiado; proponiendo conclusiones breves que deberán aprobar los intervinientes, etcétera. Lo que no puede hacer nunca el animador es manifestarse en favor de una u otra opción intelectual o ideológica. El soporte teórico básico de los cafés filosóficos es la mayéutica socrática, que frente a la tabula rasa aristotélica que funda la creación filosófica en la aportación del saber formalizado y reconocido, confía esa tarea al espíritu humano en su confrontación con la palabra del otro, en la capacidad germinativa de una disposición interior movilizada por el diálogo/debate. Estos cafés han sido objeto de fuerte contestación por la academia filosófica y publicaciones cultas tales como Le Monde de l'Education, Magazine Littéraire, etcétera, que los han acusado de populismo filosófico y de banalización, cuando no falsificación del saber de la filosofía. Esta objeción que no carece de fundamento ignora que el propósito de estos lugares no es entrar en el análisis de los sistemas filosóficos, sino por una parte someter a debate público los grandes temas de nuestras sociedades contemporáneas, y, por otra, impulsar la práctica de la ciudadanía mediante la aceptación del otro y la escucha y el respeto de sus opiniones aunque disienta de ellas. Los cafés filosóficos, que otros llaman cafés políticos o ciudadanos, tienen que vivir con el oxímoron a cuestas que les hace existir: querer ser populares y rigurosos. Con todo, esta voluntad de introducir pensamiento y compromiso en las conversaciones de café es un proyecto valioso. En el que podrían tomar pie nuestras tertulias madrileñas -Café Gijón, Alabardero, Café Comercial, etcétera- para reforzar su tradición de lugares de discusión y debate.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_