La revancha de la derecha
La derecha catalana pretende recuperar su antiguo y largo poder, del que le apartó la mayoría parlamentaria de izquierda hace tres años, "robándole la cartera", según acertada metáfora inconsciente de Duran. En la pertinaz idea de que CiU y Cataluña son lo mismo, la Generalitat es vista como cosa nostra, algo propio. Por eso, si el Parlament no respeta tal propiedad particular, no representa al país y roba al único y verdadero representante de Cataluña. La democracia existe si manda CiU, si no, no. La conspiración más abyecta acabó con 23 años de monopolio legítimo del poder por los buenos catalanes. ¿Quién puede negar esa legitimidad? De entrada quien recuerde que la ley electoral provisional pactada entre CDC y el Gobierno de Suárez sólo para los primeros comicios autonómicos se ha aplicado hasta ahora de forma ilegal, amén de ser inconstitucional al negar la proporcionalidad de escaños y perjudicar gravemente el voto de la población mayoritaria. Hubo, pues, un robo previo: el de la Generalitat. Para fortalecerlo, la identificación CiU-Cataluña logró menguar el interés por el voto autonómico en unos municipios plenos de emigración española. Por si acaso, se destruyó por ley la Corporación Metropolitana porque era un "contrapoder" de la Generalitat de CiU. A la oposición socialista en el Parlament se la anuló moralmente tachándola de sucursal cómplice del "enemigo exterior". El PSC no era un partido catalán. Le votaban los de fuera, los andaluces de Felipe González. No tenía catalanistas. Reventós, Obiols, Maragall no lo eran, se habían vendido traidoramente al PSOE español. Ni en la televisión salían, fuera de las inevitables comparecencias en las campañas electorales. Se comprende que la revancha ahora intentada responda a la misma actitud de rechazo absoluto a una alternativa democrática y popular, más nacional y catalana que la excluyente, autoritaria y antinacional de CiU. La misma alternativa que recuperó la cartera robada por el ladrón de origen y que éste reclama como suya de toda la vida.
Condenada a ser oposición del Gobierno de Maragall, CiU la ha practicado este trienio como el PP con el de Zapatero: de forma destructiva, insidiosa, negada a todo reconocimiento de la rápida, eficaz e inédita política social emprendida. Para que Maragall no triunfara y fuera imbatible en futuras elecciones boicoteó su proyecto estatutario y, una vez sumado a él para no perder la cara, demostró tenerla y mucha al convertir su conformismo final en victoria propia y en monopolio del éxito obtenido. Aquí no hubo robo, sino apropiación indebida, una variente del mismo delito. Toda derecha se define por quedarse lo que es de todos. ¿No se apropiaron en 1980 los convergentes de las conquistas socialistas de una Generalitat restablecida, una Constitución y un estatuto autonomistas? Jordi Pujol llegó al poder con el apoyo de toda la derecha españolista, futura votante del PP, que calificaba al PSC de marxista incendiario. Hoy, de nuevo, el Muy Honorable ha resaltado que José Montilla proviene de la extrema izquierda estatalista española, y el neoliberal, hace un mes, Artur Mas presume de socialdemócrata como Jordi Pujol se hizo el sueco en l977. Pero CiU intentó en las Cortes que desaparecieran del Estatuto los derechos humanos y sociales que obligarán a gestionar políticas de izquierda al Gobierno catalán, preludiando lo que harán si vuelven a mandar, pues tales derechos y políticas perjudican a influyentes grupos conservadores. La derecha no tiene patria (por eso la invoca tanto) y siempre antepuso la cartera a la senyera.
Felip Puig, eminencia bastante gris de CiU, ha repetido lo de siempre: que no existe un socialismo catalán, sino "cien por cien de importación", es decir, no nativo. Ahora lo encabeza un cordobés "sin una idea clara de país ni un proyecto propio de gobierno, sin referente alguno", como no sea el que le denuncia como agente del enemigo exterior que "desnaturaliza" a Cataluña como esos nuevos emigrantes que tanto preocupan a Duran. Sin embargo, CiU de pronto ha descubierto que el PSC estaba lleno de catalanistas maragallianos que, en lógico rechazo a los anticatalanes amontillados, se pasarán a las filas catalanísimas de Mas, ese neocatalanista desde que CiU lo encumbró. La revancha, pues, no se basa en obtener una mayoría de escaños ya asegurados por una ley electoral favorable aunque se pierda en votos populares como les ocurrió a Jordi Pujol y Artur Mas en 1999 y 2003 frente a Maragall. Logrado con presiones e insidias que éste no repita como candidato, se trata ahora de dividir el voto socialista y de impedir que José Montilla continúe la política social ya emprendida. Que Mas no desdeñe el apoyo del PP, como lo tuvo CiU cuatro años para que la izquierda no derrocara al bloque conservador, es bien lógico. También lo es que siga fomentando la deslealtad de ERC a un proyecto progresista con la trampa de un bloque catalán frente a los españolistas de José Montilla. CiU saca siempre partido de sus propias contradicciones radicales y emula al PP en la desfachatez, la manipulación artera y el ataque mezquino. Controla influencias mediáticas amarillentas y el uso privilegiado de ciertos entes públicos. Por eso espera triunfar en la revancha y que todo vuelva a ser como siempre. Aunque el PSC, según todos los estudios, sea el partido que mejor refleja la plural sociedad catalana, eso no deja de ser algo "antinatural" para CiU. Esa Cataluña no existe. Para CiU, Cataluña, su Gobierno y su Parlament son, naturalmente, cosa nostra.
J. A. González Casanova es catedrático de Derecho Constitucional de la UB.
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