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Reportaje:

Optimismo en la trinchera biomédica

Investigadores de primera línea explican los avances que obligarán a cambiar la asistencia

Milagros Pérez Oliva

¿Qué tiene que ver un pollo con tres patas y un corazón infartado? Aparentemente, nada. Pero no es así, según se pudo comprobar ayer en la Academia de Ciencias Médicas de Barcelona, donde el Queen Sofia Spanish Institute de Nueva York reunió a seis investigadores de primera línea para explicar los últimos avances en sus respectivas áreas -Valentín Fuster, Carlos Cordón-Cardó, Josep Baselga, Teresa Gómez Isla, José Masdeu y Juan Carlos Izpisúa- en la clausura de las lecturas médicas Santiago Ramón y Cajal.

Cada uno de ellos está en una trinchera diferente y todos libran una batalla de titanes contra la enfermedad de su especialidad. Escucharlos a todos juntos infundiría optimismo en el más derrotista de los enfermos y desasosiego en los gerentes acomodaticios, porque de lo que explicaron se deduce que los avances que se fraguan obligarán a cambios radicales en la práctica asistencial y en la organización de los hospitales.

No sólo va a ser posible detener el proceso de degeneración, según Izpisúa, sino también la regeneración de los tejidos dañados Los avances que se fraguan obligarán a cambios radicales en la práctica asistencial y en la organización de los hospitales

Valentín Fuster, director del Instituto Cardiovascular del hospital Mount Sinai de Nueva York y del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares de Madrid, abrió la sesión explicando los avances en la investigación cardiológica, y la cerró Juan Carlos Izpisúa, del Instituto Salk de San Diego y director del centro de Medicina Regenerativa de Barcelona. No era casualidad. Los dos están en la misma trinchera, con un pie en Estados Unidos y otro en España: el primero en la cabecera del enfermo; el segundo en el laboratorio, allí donde se cuece el conocimiento básico que les permitirá luego diseñar conjuntamente la estrategia de ataque.

Izpisúa mostró las células madre que, cultivadas, ya han permitido regenerar tejido cardiaco en animales. Estas células han de permitir reparar los corazones infartados. Pero también mostró su último experimento, publicado hace apenas un mes, que demuestra que incidiendo sobre la edad biológica, algo que se vislumbra como factible, se pueden impedir procesos degenerativos como el Alzheimer, que se está resistiendo más de lo esperado, pese a los avances que expusieron José Masdeu, de la Universidad de Navarra, y Teresa Gómez-Isla, del hospital de Sant Pau de Barcelona.

Izpisúa mostró un gusano al que primero se había inducido un proceso de degeneración y luego se había modificado genéticamente para vivir el doble de lo que es normal en su especie, que son 30 días. Y en ese caso, no se producía la degeneración. Parecidos experimentos se están haciendo en ratones. No sólo va a ser posible detener la degeneración, según Izpisúa, sino también la regeneración de los tejidos dañados. Por ejemplo, tejido cardiaco. Para los incrédulos mostró un polluelo al que le habían cortado una pata y luego volvía a tener dos. Y otro polluelo ¡con tres patas! para ilustrar que el proceso tiene sus riesgos: "Sabemos que el hígado se regenera sólo, y de ahí la tortura eterna de Prometeo; sabemos que hay animales como la salamandra que son capaces de regenerar una extremidad en pocos días, y sabemos que hay organismos que pueden regenerar cualquier parte de su cuerpo. Se trata de estudiar bien esos mecanismos y aplicarlos a las especies que carecen de ellos. Eso es factible. A condición de que el proceso se haga de forma controlada, porque el desorden conduce al desastre". El desorden conduce a un pollo con tres patas o a un cáncer con metástasis, que Joan Massaguer comparó, en una carta a la audiencia, con unas células antisociales que no se atienen a ninguna de las reglas básicas de la comunidad. Lo explicó así: hace millones de años algunos organismos unicelulares encontraron ventaja en agruparse en colonias. La condición de supervivencia era que renunciaran a su libertad y se atuvieran a reglas muy estrictas de funcionamiento. Ninguna de ellas podría moverse por su cuenta sin el consenso de sus vecinas. Buena parte de nuestro genoma está formado por genes y proteínas que regulan ese tipo de órdenes que hacen que de una célula inicial surjan todas las demás, y todas cumplan estrictamente las funciones que tienen encomendadas. Pero hay unas células que, por diversos motivos, se vuelven antisociales. Y cada vez se comportan peor y además migran para colonizar otros órganos. Massaguer, que ayer no estuvo en el encuentro porque inauguraba las nuevas instalaciones del departamento que dirige en el Sloan-Kettering Cancer Center de Nueva York, ha descrito ya el proceso por el que una célula cancerígena de mama migra al pulmón y a los huesos, y está a punto de describir el que la lleva al cerebro. Cuando se controle ese mecanismo, se habrá dado una batalla decisiva contra el cáncer, pues el 90% de los pacientes no mueren por el tumor inicial, sino por las metástasis.

Las células cancerígenas son muy poderosas. Josep Baselga, coordinador de Oncología de Vall d'Hebrón, las describió así: "Se vuelven antisociales, son insensibles a las señales de freno, ignoran la regla del suicidio celular o apoptosis, por lo que se vuelven inmortales; tienen un potencial de réplica ilimitado, consiguen alimentarse mejor que ninguna otra célula y viajan a otros órganos, cosa que tampoco pueden hacer las células normales". La secuenciación del genoma humano ha traído dianas terapéuticas que permiten curar cánceres hasta ahora incurables. Baselga expuso varios ejemplos espectaculares de curación con simples tratamientos orales. "Las metástasis craneales, por ejemplo, ya no van a ser el principio del fin. Tenemos casos de remisión completa con una simple pastilla".

Pero el cáncer agrupa a más de trescientas enfermedades diferentes y avanzar en cada una de ellas exigirá, según coincidieron Baselga y Carlos Cordón-Cardó, director de Patología Molecular del Sloan-Kettering, un diálogo mucho más intenso entre los investigadores básicos y los clínicos, y entre las diferentes especialidades. Y cambios en la organización sanitaria. La nueva medicina exigirá acabar con los reinos de taifas por especialidades. En un futuro que prevén inmediato, los hospitales deberán organizarse por patologías y reunir en un solo equipo a los investigadores básicos, los patólogos y los especialistas de las distintas ramas relacionadas con esa enfermedad. El enfermo y su patología deberán situarse en el centro del sistema, que ahora gira en torno al médico. La revolución de la genética permitirá determinar las terapias apropiadas para el perfil genético de cada paciente. Y será posible predecir qué tipo de terapia necesita cada paciente y conocer en el momento si es o no efectiva. "Ahora estamos tratando con quimioterapia a muchos pacientes que no se benefician de ella y que sufren innecesariamente sus efectos tóxicos. Cuando sepamos quién puede beneficiarse y quién no, podremos evitar muchos tratamientos agresivos y tratar más agresivamente a los tumores más difíciles". Eso ahorrará mucho sufrimiento y mucho dinero. Y está doblando la esquina.

Valentín Fuster, a la izquierda, conversa con Juan Carlos Izpisúa en la clausura del ciclo de lecturas.
Valentín Fuster, a la izquierda, conversa con Juan Carlos Izpisúa en la clausura del ciclo de lecturas.EFE

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