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Columna
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Sin ambigüedad

La ambigüedad es un recurso que puede ser muy útil en la competición política. Hay ocasiones en las que no decir con claridad qué es lo que se piensa hacer o qué es lo que se propone a la ciudadanía para dar respuesta a un determinado problema puede ser rentable e incluso muy rentable. Permite o puede permitir ganar tiempo, a fin de fijar la propia posición con más conocimiento o puede evitar que se produzcan tensiones en el interior del propio partido, que en ese momento la dirección del mismo considera que no puede manejar.

Pero hay ocasiones en las que no cabe la ambigüedad, en la que los partidos tienen que fijar claramente su posición y dársela a conocer a los ciudadanos. En tales ocasiones es importante además que no exista ambigüedad en el discurso con el que se explica a los ciudadanos la posición que se adopta, es decir, que exista coherencia entre lo que se hace y lo que se dice. Votar sí en el Parlamento con un discurso que debería conducir a votar no, únicamente puede conducir a restar credibilidad al partido que se comporta de esta manera. Si se dice sí hay que explicar a los ciudadanos por qué se dice sí y todo lo que no sea eso es confundir a la ciudadanía en general y al propio electorado en particular. Es lo que acaba de hacer el PP en el Congreso de los Diputados con ocasión del debate sobre el envío de tropas a Líbano. Después de la experiencia del referéndum de la OTAN, era obvio que Mariano Rajoy no podía comportarse como lo hizo entonces Manuel Fraga, pero su discurso lo que dejó traslucir es que lo que le pedía el cuerpo era comportarse de esa manera. En tales casos no se puede decir sí con la boca pequeña, porque no sirve nada más que para tirar piedras contra el propio tejado.

En esas se encuentra Javier Arenas en lo que a la reforma del estatuto de autonomía se refiere. La contradicción entre lo que Javier Arenas ha dicho y lo que el PP ha hecho ha sido una constante. Desde que empezó el debate sobre la reforma Javier Arenas no se ha cansado de hacer declaraciones en el sentido de que el PP estaría en el proceso de reforma y que acabaría votando positivamente el texto que sería sometido a referéndum y que, en consecuencia, llamarían al sí a sus votantes en dicha consulta. Y sin embargo, en cada paso de la tramitación parlamentaria de la reforma, tanto en el Parlamento andaluz como en el Parlamento del Estado, el PP ha votado en contra de la proposición de ley de reforma. El sí final que Javier Arenas ha anunciado de manera reiterada ha ido acompañado de un no hasta la fecha en todas las fases del proceso.

El PP andaluz ha hecho en este terreno lo contrario de lo que ha hecho el PP nacional en el caso del envío de tropas al Líbano. En este caso ha acabado diciendo sí después de haber anunciado que podría decir no. En lo que a la reforma estatutaria andaluza se refiere, el PP ha anunciado que diría sí, pero viene diciendo no de manera reiterada.

El tiempo para seguir con esa suerte de esquizofrenia se agota. El PP andaluz no puede seguir votando no en la fase en que se encuentra la tramitación de la proposición de ley de reforma estatutaria y al mismo tiempo seguir diciendo que al final votará sí. Cualquier no a partir de este momento es ya prácticamente irreversible. Si el PP quiere estar en la reforma estatutaria y acabar pidiendo el sí en el referéndum, tiene que empezar a actuar parlamentariamente de manera distinta a como lo viene haciendo.

Parece que así está siendo entendido. Es posible que a lo largo de los meses de julio y agosto se haya ido produciendo un trabajo de aproximación de posturas con la vista puesta en la negociación que se tendrá que producir entre la Comisión Constitucional del Congreso de los Diputados y la delegación del Parlamento andaluz. En todo caso, lo que sí resulta distinto es el tono en el que se están expresando los portavoces de todos los partidos en general y del PSOE y del PP en particular. Esperemos que esta vez el acuerdo sea posible y que se pueda pasar página de manera pacífica.

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