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Columna
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Oficinas de empleo

Supone mucha incomodidad para una mujer trabajadora saber que la empresa en la que presta sus servicios con toda dedicación y lealtad está buscando a otra persona que la sustituya. Y más si su jefe, bromeando con la competencia, dice que va a fichar a alguien potente para su puesto.

Pero resulta todavía peor si el jefe la descarta expresamente al hablar sólo de candidato. Antes se decía un candidato y bastaba, podía ser uno o una. Ahora, sin embargo, se dice un candidato, y si no se dice candidato o candidata, sólo candidato, es porque de un hombre se trata.

Y mientras, ella, que ponía su alma en el puesto, que no le negaba horas ni pasión a su trabajo, venga a oír nombres de rebombo y a soportar miraditas irónicas.

Eso es acoso, por menos que eso va uno o una a los tribunales y denuncia a su empresa. Pero el problema de la mujer de la que hablo es que su jefe era, además, su amigo, de modo que se veía obligada a no reprocharle nada en público y seguía dispuesta a jurar que se quedaba cuando estaba convencida de que la cambiaban.

Éstas han sido las tribulaciones de la trabajadora Trinidad Jiménez, que se ocupaba de Madrid, que se había ganado la confianza de buena parte de sus habitantes y, que en medio de la incertidumbre, se llevó la agradable sorpresa de que su jefe y amigo, José Luis Rodríguez Zapatero, tenía para ella otra plaza guardadita en la que era imprescindible: Iberoamérica.

¿Le importa más a Zapatero Iberoamérica que Madrid?, se preguntaron en seguida los vecinos de Carabanchel, antes de que se le ocurriera a Esperanza Aguirre hacerle al presidente la pregunta estrambótica.

Pero no se trataba de eso, sino de la particular política de empleo de José Luis Rodríguez Zapatero: acaba de traerse a su Gobierno al alcalde de Barcelona, está a punto de enviar a uno de sus ministros más queridos a una autonomía lejana y promueve la candidatura de una de sus ministras a un alto organismo internacional. Le gustan los trasvases.

En sus oficinas de contratación, además de contar con plazas en toda la España plural con sus autonomías, las tiene en el exterior. El mérito de Aguirre es otro: sólo en su Comunidad, que es la nuestra, consigue colocar a la mayor parte de los altos cargos desempleados del Partido Popular.

Lo que está por ver ahora es si José Luis Rodríguez Zapatero ha decidido que otro de sus ministros compita con Alberto Ruiz-Gallardón.

Pero, decida el presidente del Gobierno lo que decida, no es probable que Mariano Rajoy repita la acertada iniciativa de José María Aznar, cuando se trajo a Ruiz-Gallardón del Gobierno regional al Ayuntamiento de Madrid, y acabe Aguirre de candidata del Partido Popular a la alcaldía, si no es que, ya puestos, se trae al mismo José María Aznar y lo quita de los negocios.

La presidenta detesta los personalismos y está convencida de que los nombres por si solos no son la solución.

Pero Rafael Simancas que, por sistema, le lleva la contraria, cree que los nombres importan y ha asegurado que el candidato socialista será un conocido de los madrileños.

Lo importante, sin embargo, no es eso, aunque ahorre tiempo, sino que el elegido conozca Madrid. Javier Solana Madariaga lleva tantos años fuera que, cuando vuelva, no va a reconocer Madrid, ni Madrid a él. Por eso dice que entre sus proyectos vitales no está esta Villa.

El ex presidente del Gobierno, Felipe González Márquez, a quien alguien lo quiso alcalde, ha contestado que con él no cuenten.

Josep Borrell Fontelles se reía con la ocurrencia de que Madrid lo quisiera para sí, como si se tratara de una extravagancia.

Qué necesidad tendrá Madrid de estos desdenes. Nadie le ha preguntado a Madrid si entre sus proyectos vitales está Javier Solana Madariaga, si necesita a Felipe González Márquez o si estaría por darle la vara de mando a Josep Borrell Fontelles.

En cualquier caso, no son aconsejables las quinielas: tío que metes en ellas, tío que le hace a Madrid el feo de tomarla por poca cosa.

Sólo faltaba que nadie quisiera ser alcalde y fuera necesario convocar oposiciones para la plaza.

Menos mal que en la oficina de contratación de Ferraz, no sin cierto misterio, se asegura que el headhunter, José Blanco, ha fichado a un profesional de éxito en lo suyo, lo cual no sé si basta en el caso de que al PP se le ocurra presentar a Aznar de candidato a la alcaldía.

Pero, como cunda el rumor y le pregunten al ex presidente si le gusta, responderá a esa ofensa con la simpatía que en él es natural. Otra vez Madrid recibirá un bufido.

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