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LA COLUMNA
Columna
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El 11-S en la política española

¿MODIFICÓ EL 11 de septiembre el curso de la política española? Y si lo hizo, ¿en qué sentido? Cuando se plantea este tipo de preguntas, un ejercicio no del todo ocioso para encontrar respuesta es imaginar qué habría ocurrido si tal acontecimiento no se hubiera producido: un contrafactual llaman al invento; invento tan antiguo como la costumbre de pensar, y de lamentar, que las cosas que nos pasan en la vida siempre pudieron haber sido de otro modo; incluso que la vida misma pudo haber sido diferente si...

Dejándonos llevar por un momento de esa bien arraigada costumbre, no es difícil imaginar todo lo que no habría pasado en España si el 11-S nunca hubiera sucedido. Ante todo, las Azores no habrían servido de marco para una foto fatídica. Sin esa foto, el presidente del Gobierno español no se habría visto involucrado, con el otro líder mundial que arrastra desde entonces la pesada y bien merecida cadena que pronto acabará dando en tierra con él, en una guerra disparatada. Nos habríamos ahorrado, de rechazo, la emergencia de una corriente de neocons a la española, eufóricos en el momento de la proeza, repitiendo el mensaje de leña al moro, en una nueva versión de la leyenda del caballo blanco de Santiago.

Por supuesto, sin el viaje a las Azores, sin neocons bailándole las aguas, el presidente Aznar no se habría subido a la parra bélica, ni se habría ganado el rechazo mayoritario de los españoles, contrarios en cantidades sustanciales a la implicación de España en aquella cruzada contra el fantasma de las armas de destrucción masiva. En fin, pero no lo menos importante, sin implicarse en la guerra, tal vez Madrid no habría sido víctima del más brutal atentado de su historia o, en caso de haberlo sufrido, Aznar y su gente habrían reaccionado de otro modo, libres de la obsesión de buscar un culpable fuera del mundo islámico. De rechazo, los nuevos socialistas habrían contado con otros cuatro años para madurar, ellos mismos y sus políticas, sorprendidos por la insólita facilidad de su llegada a la cumbre cuando menos lo esperaban.

El 11-S trastocó este normal curso de la vida política e introdujo un elemento de distorsión que acabó por liquidar todo lo que de positivo se pudiera atribuir a las políticas del Partido Popular en los años de su primera legislatura. De todas formas, con esto de los contrafactuales siempre hay que andarse con cuidado: que el 11-S ocurriera no quiere decir que todo lo que pasó después fuera necesario. El PP y su presidente pudieron haber reaccionado de otro modo; Aznar pudo no haber ido a las Azores; el atentado de Madrid pudo no haber ocurrido; la reacción al atentado, una vez cometido, pudo haber sido distinta. En definitiva, otra política era posible tras el derrumbe de las Torres Gemelas.

Lo malo para el posterior desarrollo de los hechos es que los dirigentes del PP saben perfectamente que otra política era posible; más aún, saben que la política seguida por Aznar, desde su compromiso con Bush hasta su obsesión por implicar a ETA en el atentado de Madrid, constituye una catastrófica sucesión de errores. Y porque están convencidos de eso, porque saben que se equivocaron, pero carecen de arrestos para admitir su monumental error, digerirlo y expulsarlo, es por lo que se les ha subido al rostro, a la mirada, al lenguaje, el rencor acumulado tras su derrota: andan por ahí dando palos de ciego, reconcomidos por el amargo sabor de un fracaso al que fueron conducidos por sus propios errores más que por los aciertos del adversario.

Pero el rencor ciega y extrema la fanática convicción de que lo hecho está siempre bien hecho y que el mal resultado de lo bien hecho sólo puede atribuirse a perversas maquinaciones del adversario. Y en esas seguimos, con la pesada y permanente herencia del 11 de septiembre a cuestas; con aquel partido que presumía de liberal conservador mirando hacia atrás con ira, encerrado en una política del rechazo, dejándose inundar por la basura sobre golpes de Estado encubiertos que cada día vomitan sus voceros, sin atreverse a mirar hacia delante, sin capacidad para formular propuestas de futuro, diciendo a todo que no.

¿Resultado del 11-S en la política española? Un sistema político desequilibrado, con una derecha cegada por el rencor y una izquierda que llegó al poder cuando aún no estaba en sazón.

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