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Sin equívocos

Fernando Savater

Ahora que estamos en tiempos de memoria histórica, me acuerdo de un viejo y querido amigo republicano que me enseñó muchas cosas sobre aquella época convulsa. Solía asegurar que uno de los mayores aciertos del franquismo fue inventar el término "rojos" para englobar a todos sus adversarios, desde los liberales hasta los estalinistas: de ese modo simplificaba sus argumentos ideológicos contra ellos, cortándolos todos a medida de su conveniencia. De un abuso semejante se quejaba hace pocos días (EL PAÍS, 3-IX-06) José María Ridao al denunciar que hoy se cuenta la Segunda Guerra Mundial como si hubiera sido "un conflicto moral entre un único culpable, encarnación del mal y la tiranía, y una constelación más o menos amplia de inocentes, encarnación del bien y la democracia". Ambas interesadas y sectarias abreviaturas se asemejan mucho a otra de nuestra actual política doméstica, la que convierte cualquier objeción a las iniciativas gubernamentales en parte de un globo aborrecible, "lo que dice el PP". Y tras este telón pintado ya no hay que molestarse en dar más detenidas explicaciones. Creo que la tal normativa propagandística es especialmente evidente en lo que toca al llamado "proceso de paz" en el País Vasco.

Desde luego, varios de quienes no lo vemos todo claro en este asunto no compartimos los planteamientos más truculentos de la oposición: no creemos que el presidente Zapatero sea un nuevo avatar del traidor conde Don Julián y aún menos que Rubalcaba sea la Cava. Yo incluso considero con cierto optimismo el sesgo cauteloso adoptado este verano por el Ejecutivo en sus tanteos a la banda criminal sometida a desguace. Es muy buena señal que tanto la propia ETA como Batasuna y otros representantes del nacionalismo más radical hayan coincidido en lamentar el parón sufrido por el "proceso" y aseguren que estamos en crisis y ellos a punto de un ataque de nervios: está claro que no obtienen sin más lo que buscan, lo cual contribuirá positivamente a que se acostumbren a buscar cosas más a su alcance. Si les viésemos más satisfechos, ya sería cosa de irse preocupando seriamente. Como tampoco debemos congestionarles la cabeza con excesivas ideas, que por falta de costumbre en su manejo pueden provocarles encefalitis, parece acertado atenerse ahora a mensajes sencillos y reiterados: la legalidad no piensa aceptar a la Batasuna pro-terrorista; por lo tanto, es Batasuna quien tendrá que resignarse a aceptar la legalidad. ¿Que se niegan y amenazan con volver a las andadas? Pues mal asunto..., sobre todo para ellos, dado que fuera de la legalidad, sin subvenciones y con una ETA semijubilada, les va a caer una rasca que no veas. A fuerza de kale borroka fastidiarán a bastantes, pero cada vez asustan a menos y desde luego no persuaden a nadie. En cuanto a los presos... Pues eso, que están presos y -más cerca o más lejos de casa- lo van a seguir estando muchos años: para ellos la larga, larga cuenta atrás, no puede empezar hasta que de veras ETA se desmantele del todo, de modo que ya tienen claro lo que les conviene. Punto y seguido.

Así que lo preocupante no es tanto cómo van las cosas por el momento, sino los equívocos sobre el concepto mismo de lo que está en juego. Las suspicacias ante la expresión megalómana "proceso de paz" no son meros tiquismiquis terminológicos, sino que van más al fondo del asunto. Un proceso de paz no sólo implica dos partes enfrentadas en algo así como una guerra, sino sobre todo dos partes en principio igualmente distantes de lo que luego será llamado finalmente "paz". Lo cual poco tiene que ver con el caso que nos ocupa, donde la paz a conseguir es el disfrute sin coacciones ni amenazas de las garantías constitucionales vigentes en nuestro Estado de Derecho, que es lo que han defendido quienes han luchado contra ETA y sus servicios auxiliares. Dar a entender otra cosa, permitir que prospere el equívoco de que finalmente para acabar con la violencia hay que instrumentar algo distinto al terrorismo, pero también distinto a la legalidad constitucional (hablando, por ejemplo, de "normalización política", como si la política vasca hubiera sido hasta ahora "anormal" por algo distinto a las amenazas y atentados sufridos por los no nacionalistas), es desconcertante y desmoralizador para los demócratas, mientras que tonifica a quienes por medio de los crímenes o al socaire de ellos sólo han buscado reforzar el nacionalismo obligatorio en el País Vasco. Y permite el crecimiento de flores retóricas como la propuesta del menguante Madrazo, que recomienda consultas a los "colectivos sociales" antes, durante y después del proceso (con un cuestionario diseñado por él, supongo) para sondear qué quiere la gente en la "tabula rasa" de Euskadi. O sea que, gracias al sacrificio de ETA, por fin el pueblo va a ser escuchado... Por cierto, comprendo los remordimientos de Günter Grass por su pasado juvenil en las SS nazis: sin llegar a tanto, yo me muero de vergüenza al recordar que, siendo yamucho menos joven, aún votaba a Izquierda Unida.

El centro de estos equívocos es, claro está, lo del "diálogo". ¿Quién va a estar en contra del diálogo? Imaginen que alguien les pregunta si opinan ustedes que en Kakania los toruguenses y los cabricéfalos deben resolver su secular conflicto dialogando, en lugar de a cañonazos. Como ustedes no saben dónde está Kakania, ni conocen a toruguenses ni a cabricéfalos, ni tienen idea del conflicto que les enfrenta, responderán que sí, que naturalmente siempre es mejor dialogar que matarse. De modo que el diálogo es como el buen tiempo: todo el mundo está a favor, lo malo es que lo entienden de modo distinto el agricultor que espera lluvia para su cosecha y el excursionista al que le conviene que haga sol. A favor del diálogo están, por ejemplo, los miembros del grupo de apoyo al País Vasco del Parlamento Europeo, que pretenden que esta Cámara intervenga, "entre otros muchos actores", en la solución del problema de Kakania, digo del País Vasco. Según el portavoz de este grupo amistoso, que -¡oh, sorpresa!- es el Sr. Bernat Joan, eurodiputado de ERC, "la única solución válida es aquella que se acuerde entre todos a través del diálogo y el reconocimiento de todos los derechos individuales y colectivos de los que viven en el país, independientemente de si residen bajo administración francesa o española". Me encantaría saber cuáles son esos derechos cívicos y políticos que las tiranías española y francesa no respetan, así como qué tiene que ver esa fantasía con el cese de la actividad de ETA..., que, por cierto, no actúa en Francia, donde las cotas autonómicas son algo más bajas que en España. Pero eso en cuanto comience todo el mundo a dialogar, se aclarará enseguida. ¡Gran cosa, el Parlamento Europeo! Tiene un grupo de amigos de Cuba para apoyar a la dictadura castrista que pisotea los derechos cívicos y políticos en la isla y, para compensar, un grupo de amigos del País Vasco que solicita respeto a esos mismos derechos ante las democracias de España y Francia, haciéndose eco de las reivindicaciones de Batasuna. La verdad, no me explico por qué no hace más que disminuir el entusiasmo por las instituciones europeas... También ha mostrado mucha pasión por el diálogo Mayor Zaragoza en una conferencia dada el pasado agosto en San Sebastián: lo ha recomendado como una fuente de inspiración que fue capaz de resolver conflictos como por ejemplo el de Suráfrica. Así será, aunque yo no veo grandes similitudes entre Suráfrica y el País Vasco..., como no sea que bastantes vascos ya estamos "negros" de tanto oír pomposas vacuidades sobre nuestros males.

El diálogo suele recetarse "sin imposiciones": o sea, que si se suspende ETA, se suspendan también las leyes vigentes, salvo la de la gravedad y dos o tres más. Pues no, mire, que no haya equívocos: algunos queremos que siga vigente la imposición legal del Estado de Derecho y la Constitución. No queremos ni mucho menos un "Estado residual" que nos someta a caciques feudales de nuevo cuño. Por eso no nos gusta la famosa mesa en la que tendrá lugar el famoso diálogo, etc. En una película de Monty Pithon, el inolvidable Terry Jones inventaba la silla, según él, "un artefacto para sentarse en el suelo pero más arriba". La mesa de partidos es un artefacto para sentarse en el Parlamento, pero fuera y para buscar la legalidad saliéndose de ella. Que no haya equívocos; es por eso por lo que no nos gusta, no porque lo diga el PP. Y sería bueno que a los ciudadanos no se les alimentase con equívocos, por saludable que al principio pueda parecer esa dieta estupefaciente.

Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid.

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