¿Es el mundo más seguro a cinco años del 11-S?
El mundo es más seguro, pero no gracias a la guerra contra el terrorismo. La guerra global contra el terrorismo se basó en una valoración errónea: que las raíces del terrorismo se encuentran en Oriente Próximo y que Irak era el país más preocupante y problemático para Occidente. Por tanto, había que "remodelar" Oriente Próximo, lo cual significaba sustituir a los regímenes existentes por democracias. La prioridad era derrocar a Sadam Husein, instaurar un régimen estable, democrático y pro-occidental en Irak cuya existencia desencadenaría una oleada de democratización que cambiaría o desestabilizaría a los regímenes autoritarios sin necesidad de llevar a más soldados estadounidenses a la zona. Este plan no funcionó, pero tuvo muchos efectos secundarios negativos.
La primera consecuencia es que se han desviado soldados y dinero de Afganistán, que era (y probablemente siga siendo) el verdadero problema. El segundo error fue el no utilizar la guerra sencillamente como una metáfora, sino como una estrategia real: el envío de tropas para ocupar territorios. Fracasó. Osama bin Laden sigue bien y vive en Pakistán. No se ha apresado o asesinado a peces gordos del terrorismo mediante operaciones militares (a todos se los atrapó o bien a través de información de espionaje o de la acción policial clásica). La razón es sencilla: Al Qaeda no es una organización territorial, y no depende del apoyo estatal.
La guerra contra el terrorismo ha sumido a la mayoría de los ejércitos occidentales en conflictos locales prolongados en los que las cuestiones de esa región son más importantes que el terrorismo global (nacionalismo, territorio, guerras civiles, etcétera). Los ejércitos occidentales no dan más de sí, y sin un reclutamiento son incapaces de abordar las nuevas amenazas o los desafíos a largo plazo.
Por el contrario, la guerra contra el terrorismo ha agravado las tensiones en Oriente Próximo, potenciado el radicalismo religioso y el nacionalismo árabe, y promovido a Irán como el principal país de la zona, al aplastar a sus archienemigos (Sadam Husein y los talibanes) y llevar al poder a sus aliados chiíes en Irak. La democratización ha sido un completo fracaso por la sencilla razón de que ha pasado por alto que no es un proceso abstracto para construir un sistema político jeffersoniano desde cero, sino que debería arraigarse en los dos elementos que podrían dar una legitimidad política a todo el proceso: el nacionalismo y el islam. No cabe duda de que el proceso de democratización ha acercado más a los partidos islamistas al poder, sin impulsar a unas fuerzas laicas que al final parecen tener una mentalidad más nacionalista que democrática.
Las consecuencias de esos errores no asumidos son el discurso contradictorio de la Administración de Bush: no cede ni un ápice en la guerra contra el terrorismo, y por consiguiente se niega a atraer a las fuerzas políticas regionales calificadas de "terroristas" (Hamás, Hezbolá e incluso el régimen iraní), y sin embargo tampoco está dispuesta a plantearse ningún incremento real de la presión militar contra ellas. El ejército israelí ha sido incapaz de desarmar a Hezbolá, los soldados de la ONU no pueden ni están dispuestos a hacerlo, la guerra civil se está recrudeciendo en Irak e Irán parece tener bastante mano libre en la zona.
Pero en Washington no existe un empeño real por sacar conclusiones prácticas y atraer a los actores locales con un programa político claro. La mezcla de arrogancia e impotencia lleva a una profecía destinada a cumplirse: los conflictos que tuvieron orígenes concretos (Palestina, Líbano, Irak) y que podrían y deberían abordarse por separado ahora se han agrupado en una yihad global. Esto juega directamente a favor de los líderes iraníes y de Bin Laden, que precisamente quieren aglutinar todos los conflictos existentes con el fin de movilizar en todo el mundo una umma con una causa global.
Pero el mundo es más seguro a pesar de la guerra contra el terrorismo. La verdadera lucha contra el terrorismo está funcionando: la batalla en la que no hay ejércitos, aviones de combate ni grandes discursos, sino una movilización prolongada de policías, expertos, organismos de espionaje y poder judicial que vigila a las redes y células concretas, en su mayoría establecidas en Occidente y que intentan fomentar la marca Al Qaeda. De este modo se han frustrado muchas tramas en Occidente, gracias a la labor policial y la cooperación internacional.
La última cuestión es cómo impedir que los jóvenes musulmanes airados movilicen a sus correligionarios convencionales. La respuesta estriba precisamente en acometer por separado las distintas cuestiones: el conflicto palestino-israelí, la democratización de Oriente Próximo y el islam en Occidente.
Olivier Roy es politólogo francés, director de investigación del Centro Nacional de Investigación Científica de París y autor de El islam mundializado (Bellaterra). Traducción de News Clips.
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