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Perspectivas de crecimiento
Columna
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El camino europeo

El inicio del curso suele ser un buen momento para que uno se pregunte cómo pintan las cosas; si el año que viene será mejor o peor que el que termina. De un repaso a las previsiones que periódicamente nos brindan profesionales e instituciones puede uno deducir que, sin excepción, se espera que este año sea un poco menos bueno que el anterior, y 2007 un poco peor que 2006. Nada dramático: unas décimas menos de crecimiento, unas décimas más de inflación; nada que no quepa en el margen de error de cualquier cálculo estadístico; pero el conjunto sugiere que nadie confía en que los elementos de inestabilidad que han ido ensombreciendo la coyuntura vayan a desaparecer: en EE UU sigue aumentando el déficit exterior; China sigue creciendo a un ritmo probablemente excesivo; las grandes economías de la zona euro siguen estancadas. El tiempo va transcurriendo sin grandes cambios.

Hay que huir como sea de la 'estanflación', porque es económica y socialmente muy costosa

En este panorama que llevamos dos años contemplando hay que destacar dos elementos: la resistencia a bajar de la inflación, y los síntomas de fatiga del mercado inmobiliario norteamericano. La primera es una mala noticia; la segunda, por el contrario, puede presagiar que la burbuja inmobiliaria norteamericana se deshincha, en vez de reventar: quizá el preludio de un aterrizaje suave. La combinación de ambas -una inflación que no disminuye y un crecimiento que no aumenta- nos conduce a una constelación familiar, porque fue la dominante en las economías occidentales entre 1975 y 1985, y para designarla nació un bárbaro neologismo: estanflación. Éste es uno de los riesgos que la actual coyuntura presenta.

La experiencia de hace 30 años nos enseña que hay que huir como sea de la estanflación, porque es económica y socialmente muy costosa: la década de 1975-85 supuso el final de una época de prosperidad sin precedentes en el conjunto de las economías occidentales; el crecimiento se redujo a menos de la mitad; el paro llegó a cuadruplicarse. También nos enseña que de los dos males hay que empezar por atacar el primero, la inflación: estimular la economía sin haber reducido la inflación no resulta, no hay más remedio que empezar enfriando la economía. Para eso hay dos caminos: hacerlo de golpe o paulatinamente. Lo malo del primer camino es que el resfriado puede degenerar en pulmonía; lo malo del segundo es que el paciente puede no acabar nunca de curarse. El primer camino fue el elegido por EE UU en 1981: a costa de una fuerte recesión, la inflación descendió a menos de la mitad en dos años, y la economía se recuperó muy rápidamente; simplificando un poco, el segundo fue el seguido por Europa, que tardó cinco años más en volver a arrancar; de 1985 en adelante, la tasa de paro en Europa ha venido siendo más alta que en EE UU, al revés de lo que ocurría antes de esa fecha. Si atendemos sólo a las cifras de costumbre -crecimiento, desempleo, inflación- es difícil no inclinarse por la vía americana, la tomada por Reagan y Volcker en 1981.

Y, sin embargo, al no subir los tipos a principios de agosto, la Reserva Federal está eligiendo el camino europeo. En un país que celebra las decisiones contundentes; con una Administración que no ha vacilado en meterse en berenjenales sin saber muy bien cómo iba a salir de ellos, con un presidente la Reserva Federal que se había ganado una reputación de enemigo decidido de la inflación, ¿por qué será? No por una súbita conversión a los valores europeos por parte de la administración Bush -si bien el Presidente ha declarado haber leído L'Etranger, de Camus, este verano- ni porque los datos económicos fueran confusos, porque siempre lo son. La explicación es, seguramente, que la Administración republicana no quiere afrontar las consecuencias de una política monetaria más estricta, en una coyuntura electoral poco favorable; siendo esto así, las presiones que la Reserva Federal puede recibir de la Administración -que no equivalen a coacción, pero que pueden hacer pasar muy malos ratos a un presidente novato- pueden haberla llevado a la conclusión que nada se pierde con retrasar una eventual subida de tipos hasta pasadas las elecciones del próximo 7 de noviembre.

Como todas las apuestas, ésta puede salir bien, pero tendrá efectos secundarios: contribuirá a agravar el clima de indecisión en los mercados financieros, y, si ésta se prolonga, seguramente acabará por tener un efecto real en la inversión, mientras que el parón del mercado inmobiliario acabará afectando al consumo, todo lo cual nos irá acercando a la temida estanflación.

Por otra parte, el Banco Central Europeo acaba de anunciar su intención de seguir subiendo los tipos, si no advierte un cambio de tendencia en la inflación. Ahora que nos habíamos hecho a la idea que los europeos venimos de Venus, y los norteamericanos de Marte, es imposible no sentirnos desconcertados ante un cambio tan brusco.

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