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Reportaje:MÚSICA

Kepa Junkera, a fuego lento

Repantingado en su caserío de Busturia (Vizcaya) y jugueteando con esos tres chavalines, entre dos y siete años, que lo tienen todo manga por hombro, la estampa del acordeonista bilbaíno Kepa Junkera se aproxima bastante a la de la placidez hogareña. Pero tampoco nos llevemos a engaño. "Sigo siendo una persona muy activa, impulsiva y pasional, sólo que ahora me he propuesto descubrir un nuevo tempo vital, no ser tan ansioso", confiesa el más reconocido intérprete de la trikitixa, ese pequeño acordeón diatónico que en sus manos ha recorrido todo el mundo. Y algo de ese nuevo espíritu, sosegado y reflexivo, alienta los surcos de Hiri (Elkar), su largamente esperado nuevo álbum y a buen seguro el trabajo más minucioso en estas dos décadas de intensa actividad discográfica. Son las cosas de "tener ya 41 años, acumular experiencia y seguir mirando hacia adelante", resume su autor.

Cinco años han transcurrido desde Maren (Emi, 2001), el anterior disco en estudio, y tres desde aquel doble álbum en directo, bautizado con una solitaria K, que le reportó un Grammy Latino. Entre medias, Kepa ha cumplido el sueño de poner en marcha un estudio de grabación propio, Balea ("ballena"), en el que este Hiri se ha ido cocinando a fuego lento, a lo largo de cientos de horas. "Es la gran ventaja de no andar con prisas", corrobora el trikilitari del barrio de Rekalde. "Cuando sabes que dispones de diez días para acabar un disco, improvisas y escoges lo mejor que te ha ido saliendo. En esta ocasión, por vez primera, he conseguido que el resultado se parezca bastante a la idea original que tenía".

Los temas de Hiri (Ciudad) aluden en muchos casos a las metrópolis que los alumbraron o inspiraron: Buenos Aires, Napoli, Tbilisi, Agadir, Nagoya, la finlandesa Kokkola... Y es que Junkera no ha parado de imaginar nuevas melodías en cualquier latitud. "Escribo en hoteles, furgonetas o en las servilletas de las cafeterías. A veces, cuando se me ocurre algo prometedor, llamo a casa y me lo grabo en el contestador automático. Luego, a la hora de dar forma al disco, casi no sabía por dónde empezar...".

Al final, optó por una entre-

ga generosa en duración (casi hora y cuarto de música) y en intensidad, con desarrollos más complejos y una avalancha de colaboradores. "He querido conservar la inocencia en las melodías", aclara Junkera, "pero arropándolas mejor que otras veces. Me aburren los adornos y los giros rebuscados: prefiero la sorpresa desde la sencillez. Y al contar con tantos músicos amigos, con tantos timbres y talentos, he podido estructurar y colorear mejor las piezas".

La zanfona de Gilles Chabenat, las cuerdas del Alos Quartet, las mandolinas del Melonious Quartet, las percusiones inverosímiles de Glen Vélez, las flautas de Budiño, el steel drum de Andy Narell, los timples de Benito Cabrera y José Antonio Ramos, las voces de Mercedes Peón, Eliseo Parra y las mujeres de Bulgarka... La nómina de cómplices e invitados resulta, una vez más, apabullante. "A veces me prometo que el próximo disco será sólo de triki y pandereta, pero aún no lo he podido cumplir",dice entre risas. "Nunca he concebido las colaboraciones como una fórmula para vender más discos o abrumar con unos créditos repletos de nombres propios. En realidad, son una manera casi egoísta de exprimir la riqueza de tantas músicas y músicos. Tocar con ellos es como invitar a casa a unos amigos y sentarlos a comer. Y me apetecía cocinar algunos platos diferentes y originales, con independencia de que también estén muy ricos un par de huevos con chorizo...".

Hay mucho de espíritu integrador, ecléctico y mestizo en un disco tan cosmopolita como éste, donde conviven percusiones napolitanas, brasileñas y hasta programadas por ordenador, y en el que los cantantes alzan la voz en euskera, castellano, azerbaiyano o búlgaro. "Siempre he reivindicado la música como un elemento que rompe barreras y supera pesimismos y estrecheces mentales. Hiri es un disco sereno, pero a la vez pasional y vitalista".

Junkera sabe que sus palabras pueden entenderse como una metáfora de la actual situación política en Euskadi. "Sí, hay muchos temas que reflejan ese anhelo de paz. Me encantaría que una melodía como Lurkoi, que concluye con unos coros infantiles, sirviera como un canto de esperanza y alegría con el que ir superando poco a poco, tantos años de sufrimiento". Y concluye: "A los vascos nos corresponde ahora dar una lección de solidaridad, aportar nuestro granito de arena por un mundo más normalizado. Pueden contar conmigo para lo que haga falta".

El acordeonista vasco Kepa Junkera.
El acordeonista vasco Kepa Junkera.

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