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Aste Nagusia
Columna
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Bilbainazas

Acabo de hacer un paradójico descubrimiento que no entiendo cómo no se ha producido hace ya tiempo, habida cuenta los años que uno lleva haciendo en agosto estas crónicas de la Aste Nagusia. No sé cuándo, ni cómo, pero he descubierto que mi programa de tratamiento de textos, en el ordenador, corrige el término "bilbainadas" cada vez que quiero escribirlo, y lo transfigura en "bilbainazas". En serio, es así.

Como soy poco más que un párvulo en cuestiones informáticas, ignoro si el fenómeno se corresponde con uno u otro programa o con versiones concretas de los mismos; ignoro si la culpa es del software o del hardware; en fin, que no sé por qué demonios mi ordenador me impide escribir "bilbainadas" a la primera y se obstina en "bilbainazas". Pero invito a algún curioso lector (si es que lectores me quedan) a que haga la prueba en su propia máquina y compruebe lo que ocurre. En serio, es divertido: te poner a escribir "bilbainada" y el ordenador se rebela. Sólo tras una terca corrección el artefacto se resigna y admite tu intención de escribir el término castizo.

Es una pena que dentro de las bilbainadas no se englobe también la gesta sexual

Del término bilbainada podríamos entresacar varias acepciones. La primera sería la de canción popular característica de Bilbao y de su entorno, un género que ha dado algunas piezas renombradas, aunque la mayoría permanecen desconocidas para el gran público. También la Aste Nagusia es una buena oportunidad para disfrutar de ellas, o al menos para conocerlas mejor: la Pérgola está siendo, al mediodía, escenario cotidiano del género.

Claro que bilbainada también alude a otra cosa, algo que yo explicaría, en definición muy libre, como "cualquier majadería que se nos ocurra a los bilbaínos, especialmente si se vincula con la desmesura, económica, volumétrica o tonal". En efecto, un claro sentido de la fanfarronería exige que los bilbaínos relaten gestas más o menos verídicas que tengan que ver con el tamaño de las cosas, con la fuerza de la voz o con el gasto de dinero. Ahí sí que la bilbainada adquiere su verdadero sentido y nos señala como individuos torpemente orgullosos y bien pagados de nosotros mismos. Es curioso, sin embargo, que la bilbainada, el ejercicio de esa estridente fanfarronería, nunca alcance el temario sexual. Los bilbaínos presumen de dinero, de monumentalidad o de agudeza, pero se ahorran el relato de heroicidades sexuales.

La razón de esta excepción no puede ser otra que nuestro legendario pudor, ahormado por la educación religiosa, pero también por el rigor de las amatxus, la castidad de las cuadrillas y la timidez de los eternos mutilzarras. Desde luego, mucha bilbainada económica, pero poco machismo celtibérico. Al menos, de tan mustios, eso que nos ahorramos.

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Pero, por otra parte, es una pena que dentro de las bilbainadas no se englobe también la gesta sexual, el do de pecho erótico. Al fin y al cabo, ¿qué nos quiere decir el ordenador rechazando el término "bilbainada"? Como siempre nos corrige, sin duda quiere señalar que más importantes que las "bilbainadas" son las "bilbainazas". Yo creo que es así. Bilbao está lleno de atractivas, sugerentes bilbainazas. Hay bilbainazas como la copa de un pino. Pues es una pena que mientras tanto ellos, los hombres, estén allí, en la Pérgola cantando.

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