Sobre 'Arte y crimen'
En la tribuna titulada Arte y crimen (20 de agosto de 2006), Rafael Argullol habla de Arno Breker, el escultor de Hitler, y se refiere a la polémica sobre si exhibir o no sus obras, dado que la ideología o sistema político al que éstas están rendidas era repudiable. Tras repasar varios casos similares -Leni Riefenstahl, Albert Speer-, Argullol concluye que la obra de estos autores debe mostrarse, pero como ejemplo de la "ausencia de espíritu" del arte que se convierte en propaganda: "Hay que enseñar a Arno Breker como lo que es: un buen escultor, el cómplice de un crimen, un traidor al arte".
No estoy de acuerdo con el autor. Cuando somos coetáneos de un fenómeno artístico nos es muy difícil separarlo de sus motivaciones. Las películas de Leni Riefenstahl fueron financiadas por el partido nazi, gozaron de aceptación en la sociedad del momento y, tras la caída del régimen que las engendró, sufrieron el mismo rechazo que éste. Pero la sociedad que dio la espalda a Riefenstahl y a los otros citados no lo hizo basándose en que los tres hubiesen traicionado el ideal de artista como experimentador crítico.
Más bien, una parte de la sociedad había sufrido la persecución nazi, mientras que otra había sido cómplice. Perdida la guerra, y ante la necesidad de volver a convivir, todo lo relativo a esta época histórica se encerró bajo la losa de un tabú cultural que llega hasta la actualidad.
Pero las consideraciones morales son más livianas que las artísticas, y el tiempo lima las asperezas. ¿Estaría de acuerdo Argullol en aplicar su criterio a las pirámides de Egipto, al Escorial, a las obras auspiciadas por los Medicis? Si marcamos un criterio ético para valorar el arte, acabaremos cayendo en el maniqueísmo de las zonas oscuras de la Historia, sin reparar en que llegará una generación para la cual los nazis serán tan malos como lo son hoy para nosotros los aztecas. ¿Fue Velázquez un traidor al arte.
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