Bomberos y pirómanos
Lleva camino de convertirse en clásico: el tema del bombero y el pirómano. Seguro que han leído más de un reportaje, editorial, columna o suelto con este mismo título. No es nada original, lo sé, pero se trata de uno de esos temas con vocación de eternidad que no hay manera humana de orillar. La realidad tozuda se encarga diariamente de hacer que no lo olvides, es decir, que no pierdas de vista la existencia de incendios, bomberos y pirómanos que mutan y permutan sus papeles hasta indiferenciarse. Es como el tema del traidor y el héroe, tan querido por Borges. Todos llevamos dentro (piensa Borges) un héroe y un traidor. La cuestión no es saber quién vencerá, sino quién traicionará a quién, quién de los dos (el héroe o el traidor) se verá traicionado por el otro, es decir, por sí mismo.
Todos llevamos dentro (eso parece y eso, seguramente, opinaría Borges) un heroico bombero y un abyecto pirómano. Al chiquillo que fuimos, conviene recordarlo, hagan memoria, le fascinaba tanto la épica del bombero montado en su camión con escalera, campanas y mangueras kilométricas como el emocionante mundo clandestino de la piromanía. ¿Quién no jugó de niño con cerillas provocando algún fuego presuntamente no premeditado? Pocos se salvarían de la quema si se investigasen nuestros antecedentes infantiles. El fuego nos atrae, sencillamente, sea por atavismo o por mera afición pirotécnica. Todos tenemos reservado en nuestro subconsciente, como diría la poeta Amalia Iglesias, un lugar para el fuego. Luego toca apagarlo o sofocarlo, aunque algunos sospechan que las brasas nunca dejan de arder.
De momento, en Donostia, la semana pasada ha ardido un microbús. Cuando la pax etarra nos dejaba disfrutar de un verano plenamente turístico en Euskadi, han llegado de nuevo, igual que las oscuras golondrinas (ésas que siempre vuelven) los muchachos de la kale borroka, conocidos también como los chicos de la gasolina. Por sus incendios los conoceréis. Los conocemos demasiado bien. También Arnaldo Otegi los conoce, pero no se desmarca de sus fuegos. Antes de ser bombero fue pirómano, o quizás ahora ejerce de ambas cosas. Nada extraño en un país donde el Gobierno ejerce, por el mismo precio, como gobierno y como oposición. Esta vez fueron media docena de chavales, encapuchados como mandan la tradición y el canon, quienes impunemente convirtieron en ceniza un microbús y varios coches en San Sebastián. Los comensales que a esa hora se encontraban en un restaurante cercano tuvieron que salir, como suele decirse, por patas para huir de la quema. Buen reclamo turístico. Los jóvenes pirómanos patrióticos se dieron a la fuga y los bomberos llegaron al lugar un poco tarde, cuando no era posible evitar que el fuego devorase el microbús.
Es el joven abertzale incendiario o es el hombre que incendia los pinares que cantó don Antonio Machado o es el viejo que quería matar a todos los lagartos y que nos presentaba Manuel Rivas el pasado domingo en un precioso artículo sobre el fuego en Galicia. Algo de todo hay. Todos tendrán, supongo, su parte de traidores y de héroes, su parte de bomberos y pirómanos, pero lo sustancial es lo que todos ellos tienen de delincuentes a los que es necesario detener, sancionar, disuadir si es posible. "¿A quiénes beneficia quemar el propio país?", se preguntaba Rivas. Eso nos preguntamos desde hace varias décadas en el país de los vascos, arrasado por tres generaciones de incendiarios. ¿Quién se ha beneficiado de la quema? "Cuanto peor, mejor", ése fue el lema, durante mucho tiempo, de nuestros indeseables salvadores. Ochenta mil hectáreas en doce días; mil muertos en treinta años. Hay un secreto hilván que lo une todo: agua y fuego, hombres y árboles, bomberos y pirómanos. "El incendio no genera ninguna otra economía que apagarlo. Da pérdidas para todo el mundo, menos para el que lo apaga". Eso lo dice José Luis Barreiro, ex vicepresidente de la Xunta. De la misma manera que para recordar es preciso haber olvidado antes, para apagar un fuego es preciso que alguien lo haya encendido previamente. Es un mundo confuso y deslumbrante. El pirómano ve que ha llegado el momento de meterse a bombero, un oficio con mayor beneficio y hasta más divertido, con su gran camión rojo con campana, escalera y mangueras kilométricas.
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