Israel tomó como ejemplo la guerra de Kosovo
El primer ministro Olmert se defendió con alusiones a los Balcanes de las críticas por las muertes de civiles en Líbano
En las primeras discusiones con funcionarios estadounidenses, según me han contado el experto en Oriente Próximo y el asesor del Gobierno, los israelíes citaban repetidamente la guerra de Kosovo como ejemplo de lo que querían conseguir. Las fuerzas de la OTAN al mando del general estadounidense Wesley Clark bombardearon y ametrallaron en operaciones metódicas no sólo objetivos militares, sino túneles, puentes y carreteras, en Kosovo y otros lugares de Serbia, durante 78 días, hasta que obligaron a las tropas serbias a retirarse de la región. "Israel estudió la guerra de Kosovo como modelo", dice el asesor del Gobierno. "Los israelíes dijeron a Condi Rice [secretaria de Estado]: 'Ustedes lo hicieron en 70 días; nosotros necesitamos la mitad, 35".
La Casa Blanca está cometiendo con Irán y Hezbolá los mismos errores que en Irak
"Los europeos atacaron Kosovo. Y sin padecer antes un solo cohete", dijo Olmert
Como es natural, hay grandes diferencias entre Líbano y Kosovo. A Clark, que se retiró del Ejército en 2000 e intentó, sin éxito, ser candidato demócrata a la presidencia en 2004, le molesta la analogía: "Si es verdad que la campaña israelí está basada en la estrategia estadounidense en Kosovo, entonces se equivocan. Nuestro objetivo era emplear la fuerza para obtener un resultado diplomático, no matar a nadie". En un libro publicado en 2001, Waging modern war, Clark decía que la amenaza de una posible invasión terrestre y los bombardeos fueron las dos cosas que obligaron a los serbios a poner fin a la guerra. "De acuerdo con mi experiencia -me dice-, al final, las campañas aéreas tienen que estar respaldadas por la voluntad y la capacidad de culminar la tarea sobre el terreno".
Varios funcionarios y periodistas israelíes se han referido públicamente a Kosovo desde que comenzó la guerra. El 6 de agosto, el primer ministro, Ehud Olmert, ante la condena europea de las muertes entre la población civil libanesa, dijo: "¿Qué les da derecho a sermonear a Israel? Los países europeos atacaron Kosovo y mataron a 10.000 civiles. ¡Diez mil! Y ninguno de sus países había tenido que padecer antes un solo cohete. No digo que estuviera mal intervenir en Kosovo. Pero, por favor, que no nos sermoneen sobre la forma de tratar a los civiles". (Según los cálculos de Human Rights Watch, el número de civiles muertos por los bombardeos de la OTAN fue de 500; el Gobierno yugoslavo habló de entre 1.200 y 5.000).
La oficina del vicepresidente [de EE UU] Dick Cheney apoyó el plan, y también lo hizo Elliott Abrams, un viceconsejero de seguridad nacional, según cuentan varios funcionarios en activo y retirados (un portavoz del Consejo de Seguridad Nacional niega que Abrams lo apoyara). Creían que Israel debía actuar rápidamente en su guerra aérea contra Hezbolá. Según explica un ex funcionario de los servicios de espionaje: "Dijimos a los israelíes: 'Si tenéis que atacar, os apoyaremos hasta el final. Pero nos parece que deberíais hacerlo cuanto antes; cuanto más esperéis, menos tiempo tendremos para evaluar los resultados y hacer planes respecto a Irán antes de que Bush termine su mandato".
El argumento de Cheney, según el antiguo alto cargo de los servicios de espionaje: "¿Y si los israelíes llevan a cabo antes su parte de la tarea y lo consiguen? Sería magnífico. Podemos aprender qué hacer en Irán observando lo que hagan los israelíes en Líbano".
El asesor del Pentágono me cuenta que la Casa Blanca está cometiendo con el manejo de las informaciones sobre Hezbolá e Irán los mismos errores que cometió en 2002 y principios de 2003, cuando acumulaba argumentos para demostrar que Irak tenía armas de destrucción masiva. "La gran queja de los servicios de información en la actualidad es que todos los datos importantes se envían directamente arriba -por insistencia de la Casa Blanca- y se analizan muy poco o nada", dice. "Es una política horrible que viola todas las normas de la Agencia de Seguridad Nacional, y, si alguien protesta, se queda fuera. Cheney ha tenido mucho que ver en esto".
El objetivo a largo plazo de la Administración era ayudar a establecer una coalición árabe suní -con países como Arabia Saudí, Jordania y Egipto- que colaborara con Estados Unidos y Europa para presionar a los mulás chiíes que gobiernan en Irán. "Sin embargo, el plan se basaba en la tesis de que Israel iba a vencer a Hezbolá, no salir derrotado", matiza el asesor vinculado a Israel.
Algunos funcionarios de la oficina de Cheney y el Consejo de Seguridad Nacional estaban convencidos, por conversaciones privadas, de que dichos países moderarían sus críticas a Israel y culparían a Hezbolá de haber creado la crisis que había causado la guerra. Aunque al principio lo hicieron, variaron su posición tras las protestas de sus respectivas poblaciones por los bombardeos israelíes.
La Casa Blanca se sintió claramente decepcionada cuando, a finales del mes pasado, el príncipe Saud al Faisal, ministro saudí de Exteriores, fue a Washington y, en una reunión con Bush, le pidió que interviniera inmediatamente para acabar la guerra. The Washington Post informó de que Estados Unidos confiaba en contar con los Estados árabes moderados "en un esfuerzo para presionar a Siria e Irán y obligarles a controlar a Hezbolá, pero la gestión saudí... pareció enturbiar esa iniciativa".
Este artículo fue publicado originalmente en The New Yorker. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia. © 2006 Seymour Hersh.
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