Soledad femenina
Voces en el laberinto es la primera novela de la francesa Céline Curiol (Lyon, 1975). Pese a la relativa buena fortuna de su estreno literario, poco sabemos de Curiol. Parece ser que trabaja como corresponsal free lance del periódico francés Libération en Nueva York y que está escribiendo junto a Paul Auster el guión de una película de Patrice Leconte. Precisamente de Paul Auster es la frase, un extracto en realidad de la carta que Auster envió a sus propios editores animándoles a publicarla, con la que se ha promocionado Voces en el laberinto en los países donde ha sido traducida: "Una de las primeras novelas más hermosas que he leído en muchos años". Un elogio que, si bien matizado por el subrayado acerca de su carácter de debut (un reconocimiento implícito, parece, de algunas de sus imperfecciones), sin duda ha contribuido, viniendo de quien viene, a esa buena fortuna que mencionábamos de la novela.
VOCES EN EL LABERINTO
Céline Curiol
Traducción de Zoraida
de Torres
El Aleph. Barcelona, 2006
253 páginas. 18 euros
Poco tiene que ver, en cam
bio, esta aventura de una joven parisiense, aquejada del mal contemporáneo de la soledad, con el mundo literario de Paul Auster. Tiene que ver, sí, el sustrato existencialista, del que es reflejo asimismo la cita del Molloy de Samuel Beckett que abre la novela, pero difiere, como también de la obra de éste, en algo fundamental. Al contrario del norteamericano y del irlandés, que fuerzan conscientemente, cada uno a su modo, los márgenes del realismo, despreocupados del principio de verosimilitud, Curiol ha querido escribir una novela estrictamente realista, y de ahí vienen los principales problemas que presenta, pues una cosa es que se pueda prescindir de la verosimilitud como consecuencia de un pacto de partida con el lector, y otra muy distinta que, cuando el pacto era otro, la inverosimilitud se presente como resultado de la impericia para someterse a los rigores de una narración realista, con sus exigencias y limitaciones.
Curiol ha sabido crear (y
ahí reside su mayor acierto) un personaje creíble, universal incluso, un estereotipo de nuestro tiempo, el de esas mujeres, hijas de los sesenta y setenta, así como de los más variados traumas infantiles, que se han hecho mayores cuando aún jugaban a novios y a heroínas de novela y que, incapaces de sobreponerse al descalabro, han optado por renunciar a tomar las riendas de una realidad que no las satisface sin asumir del todo sus implicaciones; ha sabido proporcionarle una trama adecuada (la obsesión amorosa por un hombre casado); y ha sabido caracterizarla con una confianza casi suicida en la bondad del prójimo y un trabajo tan anodino, pero metafóricamente fértil, como el de informadora de megafonía de una estación de tren. Evidentemente, todo ello podía haberse hecho sin mácula con un planteamiento realista. Los deslices (debidos, ya decíamos, a la inexperiencia) provienen del tipo específico de narración realista, pegada a la conciencia de su protagonista, que Curiol plantea. Curiol lo narra todo, asediando a su personaje, siguiéndolo en cada acto cotidiano, en cada rumor de su pensamiento, sin servirse apenas de la elipsis, y el resultado es que no pocos de los episodios con los que rellena el tiempo de la narración resultan largos y muchos de ellos, por efecto de la acumulación de rarezas, inverosímiles. Nada de lo cual obsta para reconocer el pulso encomiable con el que se salda su titánico esfuerzo de recrear una personalidad desde el interior de su conciencia.
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