Estados Unidos multiplica los controles en los aeropuertos
Desde que se supo de la amenaza que venía de Reino Unido, los niveles de seguridad en los aeropuertos de Estados Unidos no hicieron sino crecer. A unas estrictas medidas de vigilancia se sumaron guardas armados con rifles en los accesos de control. El gobernador de Massachusetts, Mitt Romney, mandó a la Guardia Nacional al aeropuerto de Boston.
Vuelos suspendidos o retrasados durante horas. Ésa era la constante ayer en los aeropuertos. En el Washington Dulles International, unos agotados agentes de seguridad entregaban tarjetas a unos no menos agotados y frustrados pasajeros con las que se les informaba del tiempo que todavía les quedaba por esperar.
"Nada de líquidos o geles. Nada de cremas de afeitar o líquido de lentillas. Todo debe ser facturado". Ésa era la consigna. Los futuros viajeros tiraban frascos de colonia, lociones, champús o cremas bronceadoras. También se veían obligados a desprenderse de zumos, botellas de agua, refrescos... Cualquier líquido. Si alguien intentaba viajar con alguno de esos productos, se le advertía de que no podría embarcar.
"Es 100.000 veces peor de lo normal", explicaba a Associated Press Keith Brinkley, de 33 años, de Arlington, quien viaja con frecuencia. Al habitual quitarse los zapatos, el cinturón, el reloj, sacar el ordenador portátil para aun así seguir sonando la alarma al pasar por el detector, ayer se unía tener que bucear en los objetos personales en busca de líquidos.
Diez minutos de revisión
Según informó Zayna Topallar, jefa del servicio de inspección de maletas de American Airlines, el proceso de revisión en el aeropuerto Reagan de Washington a través de los detectores dura unos 30 segundos. Ayer por la mañana se alargaba hasta los 10 minutos.
Había sólo una buena noticia. Debido a que los vuelos habían sido retrasados, aunque se tardara horas en pasar los continuos controles de seguridad, los viajeros podrían llegar a tiempo de embarcar.
Aunque no todo el mundo veía un lado optimista. El fatalismo se apoderó de Antonio Lindsey, que viajaba desde Washington a Orlando con su mujer y sus gemelas: "No se puede hacer nada, lo que tenga que pasar, pasará".
"Mejor vivo que muerto", declaraba a Associated Press Bob Chambers, un pasajero cuyo vuelo de Baltimore a Detroit se retrasaba y se retrasaba. "Es incómodo, pero saldremos de ésta", contaba con humor. En las cabinas de teléfono, encima de los aparatos, encima de los bancos, encima de las mesas, encima de cualquier cosa que pudiera albergar utensilios, se hallaban pilas ingentes de botes de crema de manos, colirios, tubos de pasta de dientes y botellas de coca-cola.
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