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Reportaje:POSTALES DE VERANO | Pont de Fusta de Valencia

El puente sobre el río 'crack'

JOAN M. OLEAQUE

Esta especie de estilizada pasarela peatonal -algo raro, con tanto puente en Valencia al servicio del coche- que se perfila sobre el antiguo y seco cauce del Turia, aún se conoce como Pont de Fusta y suele estar a tope a las horas punta de la mañana. Aunque ahora, en verano, no: a esas horas, se ve pasar bajo ella a alguna gente haciendo footing, poco más. La pasarela parte de la antigua estación de trenes eléctricos (la estacioneta del pont de fusta) y atraviesa lo que una vez fue el río dejando al caminante a pocos pasos de las Cortes Valencianas. Aunque se llame así, este veterano puente ya no es de madera, sino de materiales más duros y al uso. Pero en tiempos, lo era, hasta que fue arrasado por la atronadora riada de 1957. La evocación de su época verdaderamente "de fusta" es asociada hoy por personas mayores con el recuerdo de una Valencia lejana, en blanco y negro, más simple. En el nuevo milenio, por el día, en su nueva encarnación, hace de arco iris sobre pistas de fútbol en las que muchos inmigrantes han jugado partidos de domingo para pasar el rato y no gastar dinero en una ciudad que empuja a ello. Y por la noche, su forma, y el terreno bajo ella, han hecho de remanso extremo para el desespero metropolitano y han observado el paso decisivo de la heroína a la cocaína en el consumo yonqui de droga.

El viejo cauce se ha convertido en una sucesión de tramos sin ton ni son

Desde que hace más de tres décadas se desviara el Turia hacia otro cauce para evitar el peligro de desbordamiento, el viejo cauce se ha convertido en una sucesión de tramos sin ton ni son que sólo a veces están ajardinados. Si por el día, el paseo, el deporte y actividades de ese estilo son lo habitual, por la noche, este gusano gigante, aparte de para albergar celebraciones sociales eventuales y raras -como la jarana de sábado de los peregrinos jóvenes que vinieron a ver al Papa-, ha servido de lecho a personas sin techo de aquí y de allá, de encuentro para la prostitución homosexual, de espacio para venta de sustancias ilegales. Entre otras, la zona del puente de Serranos, bien cerca del Pont de Fusta, fue ganando fama como expendeduría de droga. Pese a las redadas, de manera muy abierta, se compaginó en ella la venta de cocaína con la de heroína. Y, por la moda, por los flujos comerciales ilegales, y por el miedo de la clientela a los males del caballo, se potenció la venta de los medios gramos de coca por encima de todo, hasta que la farlopa dominó con autoridad el mercado adicto y los antiguos heroinómanos cambiaron de enganche. En este ambiente se cocina el polvo blanco, se convierte en pasta, se calienta de nuevo y se inhala. Es lo que se conoce como crack de coca-base, y sus efectos son salvajes. Los clientes siempre han preferido fumar el resultado en el río. No pocos de los que han querido consumirlo con mayor introspección, lo han hecho apartados bajo el Pont de Fusta. Quizá porque han considerado su forma singular como la de un testigo reconocible que les mira desde lo alto. Algo capaz de cobijar los suicidios paulatinos de la noche con la misma parsimonia que el trote de los que hacen footing por la mañana.

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