La importancia de llamarse Alberto
Las comparaciones entre el teatro y la política son tan antiguas como el teatro y la política mismos y siempre resultaron odiosas y ofensivas para los profesionales de ambos oficios que se cuentan entre los más viejos del mundo: respondiendo a una pregunta del director y escenógrafo Calixto Bieito sobre sus dotes teatrales, en un diálogo veraniego publicado en este diario, el alcalde de la capital, Alberto Ruiz-Gallardón, asume el parentesco entre ambas actividades: "Acepto que tenemos que interpretar, pero el guión lo escribimos y, además, tenemos que improvisar. No se si serías capaz de montar una obra con actores a los que sueltas ahí...los políticos tenemos que hacer eso". Autor, director y protagonista de una función unipersonal que podría titularse "La importancia de llamarse Alberto", Ruiz-Gallardón desconfía de los guionistas, de los actores, e incluso de los apuntadores; si quitamos la comparsa y la tramoya, su obra es puro monólogo cuyas réplicas siempre corren a cargo de la oposición, una oposición escamada con las improvisaciones del monologuista que algunas veces se mete en su terreno y deja a sus rivales estupefactos y a sus partidarios confusos y alterados.
En una de sus últimas y más ruidosas perfomances, Alberto ofició un matrimonio homosexual y el rasgado de vestiduras de unos y otros ha puesto música de fondo al suceso. El hecho de que los contrayentes fueran fieles militantes del Partido Popular no le ha quitado hierro al asunto sino que ha servido para afilar más los cuchillos en su propio bando, su claque es la que más se ha afanado en el pateo. Mientras los analistas políticos debaten si ocurrencias como ésta le sumarán o restarán votos en las próximas elecciones, Alberto le desvela al escenógrafo Bieito y a los lectores del periódico algunas de las claves de su método de actuación, que no es el de Strassberg, ni el de Stanilavski, y que podría basarse en el distanciamiento brechtiano.
Distante y lejano, el primer actor Gallardón se explica: "Yo no puedo escribir mi texto en función de lo que quiera el público". Su público, somos en este caso los ciudadanos y vecinos de la Villa y Corte de sus repetidos milagros. El alcalde, ilustrado y despótico, trabaja para el pueblo pero sin el pueblo. El público, el pueblo, no pinta nada en la elaboración de su discurso y su programa; el público no sabe lo que quiere, el alcalde sí sabe lo que quieren; el pueblo desconoce cuales son sus necesidades, el alcalde las conoce al dedillo y por eso su discurso es a veces provocador: "¿Tu tienes una propuesta en la cabeza -pregunta a Bieito- y la presentas, aunque no sepas cómo la gente la va a recibir, aunque te pateen?. Él mismo se responde líneas abajo: "Eso es lo que deberíamos hacer los políticos también y no estoy seguro de que lo hagamos".
Inasequible ante el pateo y el pataleo, de unos y de otros, Gallardón comparte con el director de escena, especializado en polémicos y faraónicos montajes operísticos, el gusto por la provocación, la seducción, el éxito y el sentido del humor, que ambos, escenógrafo y alcalde aprendieron con los jesuitas. En la Compañía de Jesús, bajo los auspicios de Ignacio de Loyola, cuyos ejercicios espirituales son un texto dramático de primer orden precursor del Teatro de la Crueldad y el psicodrama, Alberto y Calixto aprendieron también a valorar el éxito y a buscar siempre la excelencia en este valle de lágrimas. En el teatro de la política nacional, como le advirtió su padre al gran Alberto, se pueden perdonar algunos fracasos pero los éxitos son siempre imperdonables. Jesuítica y filialmente, el alcalde tal vez intuye en los agravios y rencores de los suyos la grandeza de sus éxitos, ladran luego cabalgamos. 'Por sus obras les conoceréis', el alcalde de Madrid urge a sus brigadas de tramoyistas para que ultimen sus faraónicos proyectos antes de que la llamada de las urnas haga necesario de nuevo la ingrata opinión del público, las urnas son las taquillas que medirán el éxito de la función y la continuidad en el cartel del monologuista. En este año final y triunfal de su primer mandato, Alberto Ruiz Gallardón se dedicará, ha dicho, a embellecer, iluminar y adornar el escenario madrileño, a ponerlo bonito para la cita electoral. Con la ayuda de Bieito, casi están a tiempo de montar una versión de La Corte de Faraón para los Veranos de la Villa.
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