Necesitamos amplitud de miras
Ginebra.
Señor ministro de Comercio:
Es posible que el trauma generado por el colapso de las negociaciones sobre el comercio mundial no se perciba todavía en las calles de Nueva York, París o Tokyo, pero los cultivadores de algodón del África Occidental, los arroceros de Tailandia y los productores de carne vacuna de América Latina ya están sintiendo sus consecuencias.
Si el revés del pasado domingo se transforma en una incapacidad para reanudar las conversaciones, no habrá ganadores. Todos pagaríamos un precio. Perderíamos oportunidades de ampliar el comercio, de aumentar el crecimiento económico y de impulsar los esfuerzos de desarrollo en los países pobres. También pagaríamos al debilitarse el sistema multilateral de comercio a favor de acuerdos comerciales bilaterales mucho menos eficaces. El fracaso de las negociaciones sería, además, muy celebrado por los proteccionistas.
Los países pequeños y pobres quedarán marginados en los acuerdos bilaterales
Sí, todos pagaríamos este fracaso, pero son los más pobres y débiles los que pagarían el precio más alto. La Ronda de Doha se inició hace casi cinco años como un medio para mejorar la integración de los países pobres en la economía mundial. El comercio puede ser un instrumento poderoso para el desarrollo y ha desempeñado un papel determinante para sacar a cientos de millones de personas de la pobreza en países como China, India, Corea del Sur y Malasia. Muchos otros países desearían seguir este ejemplo y obtener los beneficios de un crecimiento económico impulsado por las exportaciones. Pero las normas en vigor juegan en su contra debido a que, en la producción de bienes, en que son más competitivos, el comercio se ve restringido por diversos obstáculos a las importaciones.
Esto resulta particularmente cierto en el caso de la agricultura. No era posible llegar a ningún acuerdo sin reducir sustancialmente los aranceles, que restringen considerablemente el comercio de productos agrícolas, y las subvenciones que perjudican a los agricultores de los países pobres, al alentar a sus interlocutores en los países ricos a inundar los mercados mundiales con excedentes.
El debate que obstruye las arterias de esta negociación desde hace algún tiempo se centra en la proporción de esos recortes. Los que estaban a favor de recortes profundos en las subvenciones eran menos ambiciosos en lo que respecta a la apertura de sus mercados, mientras que los que deseaban lograr una apertura mucho más importante de los mercados no estaban dispuestos a pagar el precio de aumentar los recortes de las subvenciones agrícolas. Y, entre tanto, se ha prestado poca atención a los aranceles sobre los productos industriales o los servicios, ¡que representan más del 90% del comercio mundial!
La Ronda de Doha para el Desarrollo está en un atolladero y las negociaciones se han interrumpido. Nos hemos dado un "tiempo muerto" para que todos puedan reflexionar. La consecuencia más obvia de todo esto es que no finalizaremos la ronda este año, como acordamos en Hong Kong en diciembre pasado. No tenemos tiempo para completar nuestra labor en lo que respecta a la agricultura y a los productos industriales, y muchos otros sectores importantes de las negociaciones, incluidos los servicios, las subvenciones a la pesca, las medidas antidumping y el medio ambiente, que han quedado en suspenso mientras los miembros esperaban un resultado en la agricultura.
Es una lástima, porque lo que actualmente está sobre la mesa supone el mayor avance visto hasta ahora en desmantelamiento de subvenciones agrícolas y reducción de aranceles. Incluso las propuestas menos ambiciosas habrían recortado las subvenciones agrícolas que distorsionan el comercio dos o tres veces más que la última vez. Se habrían eliminado las subvenciones a la exportación. Por primera vez, los miembros habrían limitado las subvenciones a la pesca que contribuyen a esquilmar nuestros océanos. Se habría acabado con las subvenciones que afectan a los productores africanos de algodón. Los potentes recortes arancelarios que estaban a punto de ser aprobados habrían abierto los mercados mundiales como nunca antes. Y las negociaciones sobre los servicios auguraban nuevas oportunidades empresariales en sectores como la banca, los seguros, los servicios informáticos y las telecomunicaciones o el turismo. ¿Será posible conservar esta base tan considerable? En gran parte depende de usted, señor ministro. Hay indicios claros de que el fracaso de esta semana ha dado pie a dos fenómenos que amenazan el sistema multilateral: un cambio en las prioridades, que se decantan hacia los acuerdos bilaterales o regionales, y un resurgimiento de las amenazas de obtener, a través de nuestro muy eficaz sistema de solución de diferencias, lo que no se ha podido alcanzar mediante las negociaciones.
Los acuerdos bilaterales no ofrecen ni la cobertura geográfica ni la amplia gama de negociaciones necesarias para abordar las distorsiones del comercio. Los países pequeños y pobres quedarán marginados, y esos foros nunca abordarán de manera adecuada las subvenciones agrícolas.
Es posible que muchos de ustedes, frustrados por la falta de progresos, recurran cada vez más al sistema de solución de diferencias de la OMC, y están en todo su derecho. Pero existe el peligro de que al dar prioridad al contencioso frente a las negociaciones dañemos el frágil equilibrio entre la interpretación de las normas existentes y la creación de nuevos y mejores acuerdos en la OMC.
Nuestros esfuerzos destinados a crear un sistema comercial más equitativo y válido han recibido un duro golpe, y nos enfrentamos a un futuro lleno de incertidumbre. Todos ustedes, especialmente los que representan a los países más grandes e influyentes, tienen que hacer todo lo posible para que no empeore aún más la situación. Les ruego que, cuando reflexionen sobre cuál es el camino que hay que seguir, tengan en cuenta las consecuencias más amplias que puede tener su incapacidad para pactar un acuerdo. Les ruego que no retiren de la mesa las ofertas que se han presentado y que pongan fin a las acusaciones mutuas que dificultan los avances en la negociación.
Por último, les ruego que tengan amplitud de miras, en lugar de preocuparse únicamente por sus intereses defensivos. Tengan en cuenta a quienes viven en la pobreza, que veían en estas negociaciones una esperanza para mejorar sus vidas. En este momento de grave inestabilidad política, la OMC tiene la posibilidad de contribuir a hacer este mundo un poco más justo y más estable. Les ruego que reflexionen sobre ello durante este tiempo muerto.
Pascal Lamy es director general de la Organización Mundial del Comercio.
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