Toda la historia
Tiene razón el Nobel alemán Günter Grass cuando desea que se cuente "toda la historia" de lo que ocurrió bajo el régimen nazi, y que la misma máxima sirva para conocer "todo el arte" que valió la pena y que fue contaminado por Hitler y los suyos. Grass opinaba así (en este periódico) a raíz de la polémica alzada con motivo de la exposición en Alemania, por primera vez desde la caída del nazismo, de la obra de Arno Breker, escultor famoso antes de que el sanguinario líder nacionalsocialista lo adoptara como su artista favorito, pero que llegó a identificarse con aquel régimen detestable. Son sobre todo sus esculturas de cuerpos atléticos las que adquirieron el carácter de símbolo del mito racial ario defendido por Hitler.
Antes y después de que esa contaminación tuviera efecto, el discutido artista (que vivió hasta bien entrado el siglo XX) hizo una obra importante, considerada por sus contemporáneos como un ejemplo de atención e innovación. Lo que se suscita ahora, y en Alemania la discusión está en todas partes, es que un artista de estas características y de esas concomitancias políticas no debería ser promovido sin sonrojo o vergüenza. Si se hiciera siempre así, si se eliminara de la historia del arte a aquellos que apoyaron de una u otra forma a los dictadores que en el mundo han sido, no tendríamos acceso a Ezra Pound, a Pierre Drieu de la Rochelle o a Louis Ferdinand Celine, por citar aquellos que apoyaron explícita o implícitamente a los nazis. La obra de arte, cuando es interesante, trasciende el contexto político que la alienta. La historia no se puede hacer sin todos sus elementos, y la historia del arte se hace mirando todo lo que se hizo que valga la pena ser conocido y expuesto.
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