Jóvenes en guerra
Teniendo en cuenta que aproximadamente la mitad de la población libanesa tiene menos de 25 años, y que una tercera parte de las bajas producidas por la contenida masacre colateral israelí se ha cebado en los menores, puede decirse que aún podemos esperar más. Podemos alcanzar la mitad. Ánimo, señores defensores de su pueblo: ustedes están en condiciones de lograrlo. Tienen de todo, hasta fósforo blanco, al estilo Faluya, como han atestiguado médicos del sur del Líbano. No se detengan.
Mientras tanto, entretengámonos un poco. Hablemos de cómo afrontan los jóvenes de Beirut -y del Líbano- la depresión. Aparte de aquellos que todavía buscan distracción en los cada vez más apagados reductos de placer situados de Junieh para arriba, en el país cristiano, se nos ofrecen tres formas de reaccionar.
La juventud libanesa llegó a creer que este país se había recuperado para siempre
Una. Esto no puede estar sucediendo, es un mal sueño, en cualquier momento todo volverá a ser como antes. En este apartado tenemos la modalidad, si esto sigue así, ¿qué voy a hacer con mi vida?, y otra todavía más pasiva: me quedo en casa en pijama, mordiéndome las uñas, con el ánimo por los suelos.
Dos. Chicos y chicas que han decidido actuar. Mónica Leiva, joven y muy experta en la zona enviada especialmente por la cadena SER, les llama los bulldozers. No sólo han elegido la acción, sino que están determinados a prescindir de los prejuicios sectarios y confesionales que tanto daño han hecho a este país. Trabajan con los refugiados, ayudan. En cada desdichado ven a un compatriota, no a un miembro de tal o tal otra comunidad. Por muchas razones -esta madurez a bombas que les está cambiando-, éste es el grupo en el que puede confiar el país, si queda algo en pie. El que reconstruirá el espíritu del 14 de Febrero (en alusión a las manifestaciones por la independencia), sin permitir que, esta vez y una vez más, les traicionen los políticos, tanto del Gobierno como de la oposición. Eso, poniéndonos en lo mejor.
Hay una tercera categoría, la de los trabajadores, sobre todo aquellos que, en hoteles y restaurantes, se distraen lo suficiente con jornadas de 10 o 12 horas que les dejan exhaustos, con poco tiempo para pensar en las familias de las que han sido desgarrados, los hogares que han perdido o en el mundo que se hunde a su alrededor.
En el capítulo de muchachos y muchachas que van en pijama como zombies en medio de una pesadilla, están aquellos que antes creyeron, y mucho, en el sueño libanés en su versión más light y moderna. Como N., que salió de su pueblo de la Bekaa hace años para triunfar en Beirut como actor y haciendo anuncios, pues es un chico guapísimo. Pero Beirut está llena de bellezas juveniles de todos los sexos que se pasean por los castings, que son usadas y tiradas y que, si tienen suerte, acabarán trabajando como peluqueros y maquilladores para bodas y bautizos de pueblo, aunque lo llamen estilismo. Si tienen suerte.
Están también aquellos que dan vueltas por la casa sin entender qué van a hacer con sus vidas, porque sus estudios se han visto interrumpidos. Chicas como Suyahla, que pronto acabaría sus estudios para maestra, una especialidad asumida como carrera menor, como en tantas partes; y que ahora se devana los sesos imaginando qué hacer. O como Ghassan, musculoso presentador de espacios deportivos en un canal privado que ya no tiene deportes que filmar y que ve asimismo cómo el segundo curso que tenía que realizar este verano en técnicas de comunicación ha sido suspendido. Sus amigos, además, se han ido al Chouf, a las montañas, en donde los refugiados chiíes duermen hasta en los jardines públicos. "Tengo que buscar algo que hacer", dice, vestido de riguroso chándal con camiseta de tirantes y exhibiendo una encantadora sonrisa y una musculatura que tumbaría a Schwarzenegger. Hace gimnasia para sacarse los nervios, pero delante de mí no deja en paz las articulaciones de sus dedos.
Estos jóvenes, y muchos otros que he ido conociendo: la magnitud de su tragedia es superior a la que sufren sus padres, pero por otros motivos. La generación de cuarenta y tantos años recuerda el horror de la guerra anterior, sufre y teme. Sus hijos llegaron a creer que este país se había recuperado para siempre. ¿Qué será de ellos? Pienso en Maya, repudiada por su familia de Trípoli, en el norte de Líbano, porque se vino a buscar la vida en la capital. Trabajaba repartiendo folletos y ofreciendo descuentos para atraer clientes a la puerta de un Starbucks. He perdido su pista, como ella su camino.
¿Qué daño habían hecho? Si algunos hasta admiraban la fortaleza y unidad de Israel. Todo lo que querían era una ilusión. Para ir tirando.
Nota de rectificación: por incalificable metedura de gamba ayer escribí mal la web de la organización de ayuda. Es http://mowatinun.blogspot.com (ustedes disculpen, pero si me vieran en mis momentos tipo dónde he puesto esto o lo otro, lo comprenderían).
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