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DESDE BEIRUT | Escalada militar en Oriente Próximo
Columna
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Un mapa en el mundo

Abbas, un hombre de unos 25 años, se abrió paso entre un grupo de periodistas y preguntó si alguno de nosotros se dirigía a Dahiye (las municipalidades del sur de Beirut que han sido arrasadas por los israelíes). Su casa se encuentra cerca de la maltrecha autopista que conducía al aeropuerto. Quería saber si el edificio seguía en pie. Él y los suyos habían tenido que abandonar su piso a todo correr, y necesitaba recuperar los pasaportes, algunas pertenencias. "Mis CD", añadió. Le dije que yo ya había estado en los alrededores y que no pensaba volver a poner los pies: así son las desolaciones, vista una vistas todas.

Pero no es verdad. Cada ojo ve lo que ve. Y un par de periodistas, se los señalé, pretendían visitar esa mañana la zona devastada. Inquirí dónde vivía exactamente antes de esta descomposición. Me preguntó si tenía un mapa. Respondí que disponía de algo mejor: una guía de Beirut y su extrarradio pomposamente bautizada Greater Beirut Atlas. Tras afanosa búsqueda dimos con la página y con la situación del inmueble, que no voy a repetir aquí porque hay en Beirut mucho espía israelí y mucho colaboracionista que señala blancos.

Las calles, la gente: han retrocedido 20 años en una semana
Allá donde hay personas dispuestas a acoger, se conduce a los refugiados

Esta guía de Beirut y su contorno data de sólo hace un año, y constituye un esfuerzo notable para detallar las 34 municipalidades que irradian desde la ciudad propiamente dicha, con los nombres populares de sus calles, cosa que resulta verdaderamente útil porque, excepto sobre Beirut, apenas existía información cartográfica de los abigarrados distritos que tanto al norte como al sur se acoplan a la urbe madre. Sobre todo al sur.

Durante días he tratado de localizar al director del proyecto de esta guía, Bahi Ghubril, para felicitarle por su trabajo. Mi Beirut ha sido siempre una ciudad de mapas traicionados. Cuando te llegaba uno ya se diluían los contornos, desaparecían las calles, se borraban los comercios. Este Atlas tenía mucho que ver con la esperanza, y lo adquirí por 10 dólares en el hotel Riviera, al pagar la cuenta, después de haber vivido 10 días de lujo para un reportaje sobre turismo destinado a la revista de agosto de este periódico.

Hoy el Atlas ya no sirve. Es más, continúo intentando dar con Ghubril, pero ahora para pedirle que rompa delante de mí, con sus propias manos, los distritos que han sido bombardeados, las calles que ya no existen, los puntos señalados con signos que distinguen mezquitas de iglesias, hoteles de restaurantes, cines, salas de fiesta... Un mundo de ayer.

Otro mapa de la ciudad, éste más clásico, clavado en la pared de una vieja casa tradicional árabe situada frente al parque de Sanaya y cedida para la ocasión por su propietario, muestra los puntos hacia los que se expande la solidaridad de la organización Mowuatinum (ciudadanos, en árabe), surgida espontáneamente por el esfuerzo de libaneses que han conseguido ayudar, civilizadamente y sin histeria, a un puñado de compatriotas huidos del sur. Les voy a dar su página web (no se asusten si no la encuentran rápidamente: está medio en construcción, insistan), porque necesitan ayuda y la necesitan lo antes posible. Es: http://mowatinun.blogspot.com y el trabajo que estos jóvenes realizan -ayudados por algún español, algún francés- consiste en dirigir a los refugiados que llegan al parque a los lugares señalados con chinchetas en el mapa. Allá donde hay personas dispuestas a acoger, se les conduce. Unos ponen sus coches, otros sus manos. Las ayudas se invierten en alimentos imprescindibles y en objetos de primera necesidad -mantas, colchones, ropa para los que tuvieron que abandonar su vida con lo puesto-, pañales para bebés, papel higiénico, piezas de tela para que las mujeres se cubran... Estoy hablando de gente que lo ha perdido todo, no de libaneses bienestantes que ahora pasan por una mala racha pero que tienen un apellido, una familia, un negocio detrás para afrontar el futuro tarde o temprano. Los refugiados que reciben la solidaridad de Mowuatinum carecen rotunda y absolutamente de todo y, desde luego, no parecen esconder cohetes Katiusha entre sus pobres ropas. Necesitan leche para niños, leche en polvo para adultos, té, jabón, champú, pasta de dientes, medicamentos, frutas y verduras frescas, latas de atún, el bendito pan... Por favor, traten de ponerse en contacto, son gente seria, estos chavales de gran corazón. Y muy bien organizados. Por sus manos pasan de 500 a 600 familias, y cuentan con tres refugios en Ashrafie (zona cristiana: contra el sectarismo, fraternidad), cuatro en Hamra y alrededores, y cuatro más en Basta y hasta el límite con las municipalidades llamadas Dahiye.

Hoy, mientras cruzaba la calle Hamra preguntándome cómo es posible que el cambista de la esquina de enfrente del Wimpy's se parezca tanto a Charlie Rivel pero con el pelo teñido de azabache, un amigo periodista me ha llamado para contarme que anoche vieron a Abbas entrando, rutilante, en su lugar de trabajo -que tampoco voy a detallar-. Lucía una camiseta moderna, olía a agua de colonia y sonreía de oreja a oreja. Su edificio aún estaba en pie. Había conseguido entrar, él sabrá cómo y yo no pienso preguntárselo, y recuperar documentos, ropas... Y sus CD más preciados.

Las calles, la gente: han retrocedido 20 años en una semana. Pero no renuncian a su mapa en el mundo.

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