Lirismo iraní
"Maestro, ¿dónde está el mundo?", pregunta una cría a su profesor en una extraña clase situada a bordo de un enorme y ruinoso barco que cada día se hunde un poco más. Allí, anclada en alta mar, habita una comunidad de alrededor de un centenar de personas cuya vida se reduce a ese mastodonte mercante y cuyo horizonte no va mucho más allá de su endogámica relación con el grupo, comandado por una especie de capitán que ejerce más como dios todopoderoso que como alcalde ciudadano.
De forma simbólica, pero apegado en todo momento a una narrativa absolutamente realista, el iraní Mohammad Rasoulof reflexiona en La isla de hierro sobre la (des)esperanza de un pueblo engañado por sus gobernantes, sobre la necesidad de mirar un poco más allá de lo habitual, sobre el descubrimiento de un nuevo mundo que se sabe que existe pero que nadie les permite ver, sobre el aislamiento, la incomunicación y el miedo.
LA ISLA DE HIERRO
Dirección: Mohammad Rasoulof. Intérpretes: Ali Nasirian, Hossein Farzi-Zadeh, Neda Pakdaman. Género: drama. Irán, 2005. Duración: 90 minutos.
En su segundo largometraje (el primero, El crepúsculo, no llegó a estrenarse en España), Rasoulof ensaya con infinita garra una fábula en tono lírico que, sin embargo, no abandona el tormento más cotidiano, el drama a ras de suelo. Lo hace a través de un montaje preciso, un ritmo constante y personajes que producen una empatía natural abrumadora: un maestro que explica a los niños que la guerra ha terminado; un joven enamorado de una chica tapada hasta las cejas de la que sólo conoce la foto de su documentación; un niño que devuelve al mar a los despistados peces que se cuelan en los bajos del barco para salvarlos de una muerte segura. El barco es una suerte de arca de Noé en la que, sin embargo, parecen regir las mismas normas de la tierra más cercana. El fundamentalismo religioso no permite que se abran rendijas a la esperanza. La sumisión de la mujer al poder masculino es tan abrumadora como siempre. Los castigos por parte del capitán-dios-padre son salvajes, medievales, desproporcionados.
Premio especial del jurado del Festival de Gijón del año 2005, La isla de hierro aúna el drama pero también hay sitio para la ternura, para el amor, incluso para la comedia. Los niños que han nacido y crecido en el autosuficiente barco son la esperanza en un tiempo mejor que pasa en primer lugar por la educación, por un nuevo sistema didáctico, por unas reglas de comportamiento alejadas de la dictadura, de cualquier tipo de totalitarismo, ya sea religioso, político o simplemente de casta. ¿Dónde está el mundo?
Justo ahí al lado, un poco más allá del horizonte del fundamentalismo.
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