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Escalada militar en Oriente Próximo

Hasan Nasralá, el clérigo chií que hace temblar a Israel

El jefe de Hezbolá es la 'bestia negra' de Tel Aviv, pero los palestinos le veneran

A Hasan Nasralá, líder de Hezbolá desde 1992, le toman en serio en Israel. No es dado a las bravuconadas. Reapareció el domingo en televisión con su mismo verbo amenazante de siempre, aunque con ánimo más sosegado. Su cuartel general en Beirut había sido arrasado y trataba de dejar claro que seguía al frente del partido-milicia chií. Habló de "la entidad sionista" y de "sorpresas amargas contra el enemigo".

Ayer, en Haifa, comprobaron, por segunda jornada consecutiva, que no bromea. Advirtió de que "sólo ha sido el comienzo", se vanaglorió por la incapacidad de los servicios de inteligencia israelíes para infiltrar su organización, y aseguró que ignoran la capacidad militar del grupo islamista.

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Dos son las piezas más codiciadas por las Fuerzas Armadas israelíes: Jaled Meshal, líder de Hamás en el exilio en Damasco, y, por supuesto, Nasralá.

El clérigo -jefe carismático del Partido de Dios tras el asesinato por Israel de su antecesor, el jeque Abbas al Musaui- es omnipresente en los barrios chiíes de Beirut. Compite con el imán Jomeini.

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Se ha convertido en un elemento imprescindible del engranaje que se extiende desde Teherán al sur de Líbano, pasando por Damasco. Y su prestigio en los territorios palestinos no deja de crecer. Rara vez en sus discursos deja de aludir a la "Palestina ocupada".

En enero de 2004, miles de enfervorecidos fieles de Hezbolá inundaban la carretera que une el aeropuerto internacional de Beirut, ahora de nuevo reventado, con los barrios del sur de la capital. Los fuegos artificiales iluminaron el cielo. Festejaban el regreso a casa de 23 milicianos libaneses excarcelados por Israel. Otros 400 volvían ese mismo día a sus hogares en Cisjordania y Gaza. A cambio, Hezbolá entregaba a un soldado judío y los cadáveres de otros tres. Nasralá jugó un papel clave en el canje. Ahora trata de repetir la jugada.

La operación desatada por Hezbolá el 12 de julio, en la que murieron ocho soldados hebreos y dos fueron capturados, no ha hecho sino acrecentar su carisma en el mundo árabe hasta convertirle en uno de los líderes más reverenciados.

Aunque parte de la clase política libanesa está de uñas con Nasralá por la crisis que ha desatado a sus espaldas, nadie en Líbano, ni en Israel, duda de que fue Hezbolá el que forzó la expulsión de las tropas israelíes el 25 de mayo de 2000. Hoy los 25 de mayo son fiesta nacional.

Nacido en 1960 en Beirut, Nasralá regresó tras el estallido de la fratricida guerra civil en 1975 a Al Bazuriyah, el pueblo de sus ancestros en el sur de Líbano, la zona que ahora es su bastión. Estudió en los años setenta en Nayaf (Irak), ciudad santa del chiísmo. Fue expulsado del país por el régimen de Sadam Husein y en la década de los ochenta se trasladó a Qom (Irán) a estudiar jurisprudencia islámica. Como tantos musulmanes, proclama que del Corán se pueden extraer las enseñanzas para organizar la vida en comunidad. En los suburbios ahora derruidos del sur de la capital reside junto a su esposa y cuatro hijos -su primogénito murió en un choque armado contra los soldados hebreos en 1997-. Es probable que una bala o un misil israelí acabe con la vida de Nasralá, pero su impronta perdurará.

Seguidores de Hasan Nasralá, líder de Hezbolá, muestran un cartel con la imagen del dirigente.
Seguidores de Hasan Nasralá, líder de Hezbolá, muestran un cartel con la imagen del dirigente.REUTERS

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