Los anarquistas vencieron en las calles de Barcelona
En Barcelona fue un día muy largo el 20 de julio; tan largo que había comenzado el 18: día de la gran victoria lo definió el dirigente de la CNT Juan García Oliver. Los anarquistas habían "vencido totalmente" al Ejército en las calles. Lluís Companys, líder de Esquerra Republicana y presidente de la Generalitat, llamó por teléfono a los vencedores para que una delegación de la CNT fuera a entrevistarse con él. Y a la Generalitat acudieron el mismo García Oliver, Buenaventura Durruti y Diego Abad de Santillán, enfundados en sus monos con correaje y pistolón al cinto. Eran los dueños y podían ir a por el todo. Como García Oliver había aleccionado a una mujer presa al abrirle las puertas de la cárcel: nadie os va a castigar, ahora mandamos los anarquistas. Los anarquistas, o sea, los más radicales enemigos de toda forma de mando.
Sobre esa contradicción transcurrió la célebre escena de aquellos anarquistas que consideraban a Companys un despreciable burgués pero ante el que renunciaron a hacerse con el todo. Bastó que el burgués reconociera el triunfo de la CNT y les ofreciera la Generalitat entera para que se echaran atrás y le rogaran que siguiera en su puesto, conscientes quizá de que no sólo ellos se habían echado a la calle para derrotar a la insurrección. También habían salido la Guardia de Asalto y los Mossos d'Esquadra y los comunistas del PSUC y del POUM y hasta la Guardia Civil, que se dirigió hacia la plaza de España al mando del coronel Escobar. Así que después del día más largo, los tres dirigentes de la CNT aceptaron formar con el resto de las fuerzas políticas, y bajo la presidencia de Companys, una especie de gobierno de coalición con la pomposa denominación de Comitè Central de Milícies Antifeixistes. Era 21 de julio, día de lo que el mismo García Oliver llamará más adelante el comienzo de la gran derrota.
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