Camps huye del metro
La agenda del presidente de la Generalitat se ha puesto a disposición de una desesperada estrategia personal: huir. Francisco Camps no sólo rehusó el compromiso que le exige su cargo de haberse puesto en el ojo de las Cortes Valencianas para afrontar como presidente el impacto parlamentario de un desgraciado acontecimiento, como el de la funesta línea 1 del metro de Valencia, ya con 43 víctimas, sino que sus compromisos se apartan de forma deliberada de una ciudad con el intestino ferroviario desgarrado y los sentimientos inflamados. El presidente tiene todos los días inverosímiles retos alejados del lugar de los hechos, mientras su cinturón administrativo lo protege de las preguntas incómodas, a la espera de que escampe el temporal. Ésa es ahora su misión: dejar pasar el tiempo hasta que el sol evapore la pesadumbre. Por lo que a él respecta, el asunto ha terminado. Los familiares de las víctimas están recibiendo con urgencia las compensaciones acordadas y la comisión de investigación se cerrará en agosto, no sin desviar hacia los socialistas la responsabilidad por haber impulsado durante su gobierno esa línea. Y en septiembre, a otra cosa. Sin embargo, hay una investigación judicial en marcha que, no habiendo depurado ninguna responsabilidad política táctica, puede convertirse en una pesadilla para Camps. La gestión política del accidente no pasará a la historia precisamente como un reflejo brillante. El presidente, antes que asumir el coste político que toda catástrofe tiene sobre cualquier gobierno (lo habría podido cerrar con un sacrificio preventivo en el segundo escalón), prefirió seguir la tradición del PP de blindarse en la impunidad y mirar hacia otro lado. Primero se aferró al absurdo infantil de negar que fuese una línea de metro y descargó sobre el maquinista muerto. Luego cometió la torpeza de poner al consejero de Infraestructuras en la diana con una improcedente exposición de méritos para así poder él escurrir el bulto. Y ahora huye mientras los sindicatos anuncian movilizaciones y los alcaldes y vecinos de la línea afectada se desesperan ante la falta de respuesta que siguen recibiendo sus antiguas denuncias sobre las deficiencias y la seguridad. El problema del Camps ya no son los 43 muertos que por ahora se ha cobrado esta tragedia incomprensible, sino todos los vivos que tienen la sensación de que eso mismo les hubiera podido ocurrir a ellos.
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