El mundo está bien hecho
¿Qué tienen en común Justo Navarro, Juan Bonilla, Almudena Guzmán, Marcos Giralt Torrente, Martín López-Vega, Andrés Barba, Antonio Manilla, Xuan Bello, Juan Carlos Mestre y Martín Casariego? Dos cosas: que son escritores y que fueron becarios de la Academia de España en Roma, ese lugar decimonónico que dirigió Valle-Inclán en los años treinta y que todavía sigue abierto sobre la colina del Janículo, a tiro de piedra del Trastevere, con la Ciudad Eterna a sus pies y el Templete de Bramante metido en el patio de su casa.
Esa academia es casi un sub-
CIUDADANO ROMANO
Antonio Portela
Prólogo de Juan Bonilla
El Gaviero. Almería, 2006
118 páginas. 14 euros
género, en prosa y verso, de la literatura española reciente y a él acaba de sumarse una de sus contribuciones mayores, este Ciudadano romano. Su autor, el poeta Antonio Portela (Huelva, 1978), ha puesto en forma de diario sus jornadas de "pensionado", las que fueron de septiembre de 2004 a junio de 2005. El resultado, hay que decirlo ya, es espléndido. Portela ha escrito un libro que destila amor por la vida. De hecho, en este cuaderno sólo parecen caber los momentos felices. Y los retratos felices. Acaso el único reproche que un escéptico podría hacer al libro es el optimismo de los retratos que el autor hace de sus compañeros de estancia. Estarán encantados: todos salen guapos, sensibles y listos en la "foto". Además, el autor de ¿Estás seguro de que no nos siguen? (DVD Ediciones, 2002) es de los pocos escritores capaces de llamarse a sí mismo poeta sin resultar ridículo. "Un escritor vive para escribir y un poeta vive para vivir", avisa desde muy pronto alguien que, entre la discoteca y la biblioteca, se alimenta de los discos de Rufus Wainwright y las obras completas de Pablo García Baena, alguien que defiende "una forma epicúrea y posmoderna de estar" y que sentencia: "La mayoría de mis lecturas se han librado ya del copyright".
Ciudadano romano es un li
bro de paseos por la Roma previsible y por la imprevisible. Una y otra, no obstante, parecen inéditas leídas con los ojos de alguien que ha sabido aplicar su inteligencia y su ingenio a las calles más pateadas de la historia. Y de la historia de la literatura. Así, el Panteón es el "Cinemax primero de los dioses"; la basílica de San Pedro, "un hipervínculo con la sacralidad. Matemática santa. Cada milímetro suyo está espectacularizado, como en una Disneylandia de la penitencia", y el italiano, "un idioma de juguete" lleno de palabras que son "piezas simples de colores, como un Lego de la lengua". Con todo, lo mejor del paisaje pintado por Portela son sus figuras: el portero de la academia, la asistenta, sus compañeros (una musicóloga, una pintora, otro pintor, un escultor, una arquitecta, una fotógrafa, un novelista...). Este libro de viajes viene, además, salteado de poemas en verso y prosa y repleto de momentos de gran narrador: la muerte de Juan Pablo II, una anciana en un restaurante japonés, el coqueteo de un vendedor de corbatas, mil delirantes fiestas y el baño final en el fontanone del Acqua Paola, a la espalda de la academia. A lo largo de un centenar de páginas, por una vez, el mundo parece estar bien hecho.
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