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Guía universitaria para bachilleres

Pablo Salvador Coderch

Casi amortizado, conmemoro mis primeros cuarenta años de vida universitaria, con esta guía, malévola y sincera, para uso de los bachilleres que ingresarán en nuestras universidades dentro de unos años: ¿qué estudiar?, ¿dónde? y ¿cómo destacar?

El qué está condicionado por el bachillerato escogido en 4º de ESO: están el científico y tecnológico (que se solapan), el humanístico y social, y el artístico. Por el primero, el más versátil, apuestan buenos estudiantes vocacionales, quienes, si luego saben jugar con la elección de asignaturas obligatorias en selectividad, podrán optar por estudios de ciencias y de tecnologías. El bachillerato puramente tecnológico abre las puertas de las ingenierías, de legendaria seriedad, o de arquitectura, mezcla fascinante de tecnología y arte, pero con futuro profesional incierto. El bachillerato humanístico o social es el de quienes quieren ser bachilleres porque hay que serlo; sus salidas más notables eran, tradicionalmente, derecho y, ahora, administración de empresas, carrera de defecto que está cambiando inexorablemente la arquitectura mental de la juventud universitaria española: a diferencia del estudiante de leyes, que tiende a pensar en términos de administraciones, derechos y papeles, el de ADE aprende a orientarse hacia el mercado. Por último, el bachillerato artístico es minoritario, apasionante para los hábiles y frustrante para quienes acuden a él buscando lo fácil: da muchos abandonos. En la Universidad, Bellas Artes es una enseñanza conservadora, pero cuida la excelencia. Comunicación Audiovisual, aviso, es su Ersatz.

¿Dónde estudiar? De entre las enseñanzas públicas, más baratas que las privadas, destacan las politécnicas, las de medicina y, en ciencias duras, no hay color: ahí, las privadas sencillamente no están. De entre éstas, destacan las católicas, vinculadas con los jesuitas o dependientes del Opus Dei: las primeras son franquicias de la Compañía, pero alguna, como ICADE, es un inmejorado vivero de opositores a los grandes cuerpos del Estado, que ha sabido aprovechar Madrid, rompeolas de España; las segundas incluyen escuelas de negocios de posgrado de nivel mundial -como el IESE, en Barcelona-, o alguna facultad de medicina extraordinaria -Navarra-, pero la irrefrenada propensión de sus regentes a prohibir leer la mitad de la literatura universal pone sal en las alas y plomo en la cola a todo aquel que quiera pensar por cuenta propia.

Este curso, había en las universidades públicas casi un millón trescientos mil estudiantes, con tendencia a la baja. Nuestro Ministerio de Educación y Ciencia detesta informar sobre las mejores universidades, omisión tan lamentable como natural: ningún político profesional osará jamás malquistarse con sesenta rectores para quedar bien con los diez que gestionen las ganadoras. Los interesados en saber cómo están las cosas encontrarán aproximaciones razonables consultando en la web del Ministerio las notas de corte de selectividad. Google Scholar, por su parte, ofrece información, burda, pero ya imprescindible, sobre los profesores: escriban entre comillas el nombre y primer apellido de uno de ellos y comprobarán que Albert Einstein sale más de 80.000 veces e Isaac Newton, más de 20.000. Digamos que un catedrático español con presencia internacional debería salir unos puñados de veces, pero si un químico autolaureado suma dos únicas referencias, es un genio ignorado o un tipo discreto.

En la pública hay perlas: las dobles licenciaturas, organizadas por la Universidad Carlos III (derecho y economía), la Autónoma de Madrid (Ingeniería Informática Matemática) y algunas otras están rompiendo el mercado. Su punto débil es que, en ocasiones, no ofrecen dos auténticas licenciaturas, sino sólo dos mitades. En el futuro, primen ofertas de dos enseñanzas sucesivas: una licenciatura de pregrado, seguida -no acompañada- de otra de grado y verán cómo, a poco que hagan bien las cosas, se llevan el gato al agua. Al efecto, las facultades de ciencias son auténticas minas de oro, pero sus gestores habrán de saber situar al final cursos de grado profesionalmente relevantes: una joven pregraduada en físicas dispone de una potencia instalada incomparable y sólo precisa que le ofrezcan una pasarela digna para asombrar a cualquier empresa de buen nivel.

Algo de eso podría traer la cacareada Declaración de Bolonia, una vaga manifestación de intenciones sin fuerza jurídica vinculante y que pretende organizar, de arriba abajo y para 2010, un Espacio Europeo de Enseñanza Superior a partir de una división de los estudios en pregrados de tres o cuatro años seguidos de otro de grado (máster oficial). Las cosas se van a torcer, pues es una insensatez troquelar a lo vivo las universidades, desde Estocolmo hasta Sevilla, en lugar de dejar que las gentes se organicen a su aire. Además, Bolonia tiene mucho de coartada para profesores comodones que, tras observar horrorizados cómo sus alumnos se volatilizan, proclaman la imposibilidad metafísico-pedagógica de enseñar derecho a grupos de más de veinte estudiantes, cuando, en Harvard, lo hacen sin problemas conocidos a cientos: exijan entonces poder elegir a su profesorado -cambiar de grupo- y busquen grupos con profesorado que provenga de fuera de la universidad y capaz de enseñar en inglés. Hace poco, este diario criticaba que el 70% de los profesores titulares (=vitalicios) ganó la plaza en su universidad de proveniencia ("la plaza de Juan") y que sólo el 20% sale a trabajar fuera de las fronteras (EL PAÍS, 20 de junio de 2006, página 56). No se dejen embaucar.

Por eso toco el pito y les prevengo: el actual anteproyecto de ley orgánica que modificará la vigente Ley de Universidades es un texto peronista que devuelve las llaves de la universidad a los gremios sindicales de profesores y administrativos (quienes podrán elegir a su candidato a rector desde el claustro), que suprime la exigencia de que los doctores no puedan ser contratados por su universidad si no han pasado unos años fuera de ella y que elimina el requisito de que los tribunales de habilitación estén compuestos por investigadores con tramos evaluados externamente. En la población de entre 24 y 64 años de edad, España cuenta ya más universitarios que Finlandia: sepan buscar calidad. Suerte.

Pablo Salvador Coderch, Universitat Pompeu Fabra

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