"El móvil sonaba y sonaba, pero no contestaba"
Los familiares de las víctimas fueron trasladados al Instituto de Medicina Legal para identificar a los fallecidos y recibir atención psicológica. Varios allegados que recorrieron los hospitales protestaron por la falta de información
Un centenar de familiares de los fallecidos en el siniestro de la línea 1 del metro de Valencia, y de aquellos que no lograban localizar a sus allegados y sospechaban que podían viajar en el convoy accidentado fueron ayer trasladados en dos autobuses de la Empresa Municipal de Transporte (EMT), cerca de las siete de la tarde, hasta el Instituto de Medicina Legal, ubicado en la Ciudad de la Justicia. "¡La meua xicona! ¡No, senyor! ¡La meua xicona!" ("¡Mi hija! ¡No, señor, mi hija!"). Vestida de negro y cogida por dos personas descendía repitiendo esa frase una de las madres de las víctimas. Los autobuses trasladaron al grupo desde la estación de la tragedia al anatómico forense de Valencia.
"Dar apoyo y dejar que desahoguen su dolor," fue la primera acción de los psicólogos
"Sólo quiero que me digan dónde está mi esposa", repetía entre lágrimas un hombre
Los familiares de las víctimas descendieron entre llantos y con los rostros crispados de los vehículos para acceder al lugar al que habían sido llevados los fallecidos. Una lista como primer filtro tras dar a los agentes judiciales y policías los nombres y apellidos. Después, 15 psicólogos dispuestos en despachos individuales para ayudarles a pasar el peor de los tragos. Y en el sótano, las víctimas, la mayoría identificadas. A las puertas del anatómico forense, un dispositivo especial de policía local y nacional, tres ambulancias y voluntarios de Cruz Roja, los encargados de acompañar a los familiares al interior de las instalaciones.
A las siete de la tarde todos los familiares y las víctimas se encontraban en el instituto de medicina legal. La identificación física sólo fue necesaria para unos pocos. El resto iba documentado. Uno de los psicólogos del equipo desplazado a la Ciudad de la Justicia resumía las primeras medidas a adoptar con cada una de las familias: "Darles apoyo y seguridad. Transmitirles que no están solos. Permitir que desahoguen su dolor". "Incrédulos, desorientados, asustados y rotos" fueron los calificativos con los que describió el estado en el que llegaron. Pegados a la puerta donde trabajan los forenses, pendientes de una lista, con agua, con café y con permiso para fumar esperaron no confirmar la peor de sus sospechas.
La angustia de algunos de los familiares comenzó poco después del siniestro, cuando intentaron comunicar con ellos por teléfono. "Venimos aquí para descartar lo peor", decía Elía Bataller poco después de llegar al Instituto de Medicina Legal, a las cinco de la tarde. Buscaba a la prima de su novio, a Eva Moles. "Se fue a hacer un examen, tiene 25 años, estudia enfermería, cogió el metro en la universidad. No contesta, no está, no ha llegado a ninguna parte y el teléfono de emergencia no responde". Eva Moles, además de estudiar trabajaba como terapeuta. "Sus padres se han quedado en la estación del metro. No está en el hospital de campaña".
Al Hospital Universitario Doctor Peset, donde se atendió a 14 de los heridos, según fuentes del centro sanitario, fueron llegando, poco después de las dos de la tarde, familiares de las víctimas que habían sido avisados de que sus allegados se encontraban ingresados en él. Era el caso de Pura Roig, cuyo hijo, Juan José Tudela, profesor de Primaria de 26 años, había sufrido un traumatismo cranoencefálico y rotura de clavícula y, según los médicos, había comenzado a recuperar la consciencia. Juan José Tudela, explicaba su madre visiblemente afectada, volvía de hacer algunas compras en un centro comercial antes de partir, ayer mismo, de viaje a Berlín.
El hospital habilitó el salón de actos de la primera planta como lugar de espera de los familiares, donde los psicólogos debían ofrecerles una primera atención.
Los más desesperados eran aquellos que no conseguían averiguar si sus allegados habían sido afectados por el siniestro y, en tal caso, adónde habían sido trasladados. "Sólo quiero que me digan dónde está mi esposa" repetía entre lágrimas el marido de María José Ruiz. Ni él ni su hija lograban apenas hablar, y no tenían noticias de la mujer, que solía coger la línea 1 del metro, a la hora del accidente, para volver de trabajar. María José Ruiz no llevaba teléfono móvil, "pero siempre llegaba a casa antes de las dos" de la tarde, decía su marido pasadas las 15.30.
El marido y la hija de Ruiz trataban de comunicar sin éxito con los teléfonos de atención a las víctimas habilitados por la empresa Ferrocarriles de la Generalitat Valenciana y por el propio Gobierno autonómico. Lo mismo le ocurría a María Vera, ecuatoriana, que llegó al hospital desencajada en busca de alguna noticia sobre su prima Marcia Zambrano. "Al principio la llamé al móvil, pero no contestaba. Sonaba y sonaba pero no contestaba. Y luego ya dejó de sonar", explicaba Vera, que tras llamar al teléfono de información decidió recorrer personalmente las puertas de urgencias de los hospitales que acogieron a heridos en el siniestro.
Presa de los nervios, Beatriz Gil llegó al Hospital General, tras visitar otros en busca de su madre Beatriz Cano. En ninguna le dieron señas de Cano, que tenía que haber llegado a casa a las tres y no sabían nada de ella. Sí sabían que siempre coge el metro de la línea 1 que ayer se accidentó. Cuando en el Hospital General le dijeron que tampoco sabían nada, explotó: "No hay derecho. Nadie sabe nada en ningún sitio. No me cogen el teléfono de emergencias o comunica. Para el Papa [en referencia a la visita del sábado] sí que hay medios".
El padre de Laura Edo también estaba desesperado. El móvil de su hija parecía desconectado. Y desde hacía horas no sabía nada de ella y nadie le daba información. Su hija cogía esa línea los lunes, un día como el de ayer.
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