La cena de los idiotas
La investigación no lo ha demostrado, pero imaginen que Juan Antonio Roca y sus amigos constructores celebraban una vez al mes la comida de los idiotas. Esa cita podría ser similar a la de aquella película francesa, basada en una obra de teatro, donde un grupo de amigos ricos que se aburrían invitaban cada uno a cenar a un idiota para divertirse. Una cena en la que competían a ver quién se presentaba con el más imbécil de todos. En cierto modo, Roca y sus amigos ricos tenían capacidad de hacer lo mismo. En esa cita imaginada el ex gerente de Urbanismo pediría a los constructores que acudieran al encuentro con el talonario para comprar cada uno al concejal más idiota del Ayuntamiento de Marbella, y así ganaría el que se hiciera con los servicios de un edil poniendo menos dinero. Un buen día llegaría Roca a la comida entusiasmado, creyendo haber encontrado un ejemplar único, una tonta de solemnidad con la que él iba a ganar la apuesta para siempre. Pero sin saber, como en el caso de la película, que esa campeona del mundo de los idiotas iba a ser luego capaz de provocar apoteósicas catástrofes a los comensales.
Fantaseen y piensen que cuando la policía detenía en Marbella a la que fuera concejal del PA y dirigente de la ejecutiva nacional María José Lanzat, esta formación política estuviera celebrando en Sevilla el desayuno de los idiotas. Y que mientras Lanzat hacía las maletas para la cárcel, Julián Álvarez amenazara con la deserción de los representantes andalucistas de la gestora de Marbella ante la supuesta dejadez de la Junta hacia este órgano. Se me ocurre divagar que ese día Álvarez llegaría entusiasmado y le contaría a sus compañeros de partido que había logrado la cuadratura del círculo político: el PA estaba en condiciones de lograr el mismo número de representantes en la gestora que tiene que salvar Marbella que de dirigentes del partido en la cárcel o condenados por su gestión en la localidad.
La segunda fase de la Operación Malaya está también a punto de certificar que en la Diputación de Málaga no hubo comida ni desayuno, pero vuelvan a imaginar que allí se firmó el pacto de los idiotas. Piensen que el PSOE, a cambio de tener la presidencia del órgano, hubiera ofrecido al PP el mismo número de representantes. Y entonces para que ninguno de los dos tuviera mayoría, el PP hubiera exigido también que Izquierda Unida y el PA coincidieran en el número de vocales. Y que en ese sueño nadie planteara que el PA había participado en la moción de censura que permitió a Marisol Yagüe convertirse en alcaldesa. Ni que los andalucistas no picaron el anzuelo por ser idiotas, sino que aquello fue realmente una conjura de necios. Eso sí, de unos necios muy listos.
La Operación Malaya está sacando a la luz el esperpento de los comportamientos humanos más deplorables. Como la realidad supera la ficción, supongan ahora que llegue un día en que las asociaciones de promotores, urbanizadores, constructores y demás bailaores del tablao del cemento celebren una cena anual de los idiotas. Y que a esa cena cada empresa acudiera con su idiota, dispuesta para conseguir el premio de haber llevado al campeón de los idiotas. Uno llegaría con su alcalde, otro con su concejal o su notario, o con su periodista, o con su juez o su director de banco, o con su arquitecto o su registrador. O también sería fácil que algunos se presentaran creyendo tener al personaje ganador. Al representante del Banco Central Europeo que se preguntó porqué casi todos los billetes de 500 euros circulaban por España; a una pareja de jóvenes buscando piso con sus contratos precarios; al adjudicatario de una VPO que creyó que no le iban a salir grietas y goteras a su casa en el primer año; o a ese que fue a pagar la entrada de un piso y no llevaba dinero negro. Y finalmente ese otro que dio un anticipo a una constructora para un piso inexistente en un suelo imposible. Total: valiente película esta la del ladrillo, en la que nos han reservado a los ciudadanos el papel protagonista. El de idiotas.
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