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Tribuna:
Tribuna
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Perplejidad ante la Ley de Igualdad

Supongo que la gota de agua que colma el vaso mediante el cual medimos, de forma coloquial, nuestra paciencia y la de quienes nos rodean no sólo cambia con los años, sino también con las personas. De ahí que, en ocasiones, como la que paso a comentar, nos encontremos con que iniciativas y propuestas que son consideradas por un grupo de personas adecuadas, progresistas y claramente favorecedoras para una determinada causa, no sea lo sean totalmente suficientes para otras. De ahí también que, con ocasión de la Ley de Igualdad recientemente aprobada por el Gobierno español, que a mí me ha producido descontento e incluso indignación en algunos aspectos de su formulación final, me encuentre con que mujeres a las que aprecio y admiro la hayan juzgado, sin matizaciones, como un paso adelante y como una regulación positiva.

Hay presidentas y primeras ministras. ¿Por qué lo que vale en el sector público no vale en el privado?
Debe haber alguna otra explicación para una resistencia que ha acabado venciendo al Gobierno

La idea de la gota que colma el vaso me surgió cuando vi las diferentes reacciones y me hice la inevitable pregunta. ¿Por qué me siento enfadada por algo que muchas personas que han tenido posiciones mucho más exigentes en esta materia, que han sentido la marginación en el puesto de trabajo con mayor intensidad o han apoyado medidas activas con mayor entusiasmo, la han valorado como positivo? O, sensu contrario, ¿por qué no ven ellas en esta ley lo que yo vislumbro?

Ya sé, sería estúpido negarlo, que en la causa histórica de la lucha por la igualdad de género esta ley es un instrumento que nos favorece. Pero ha habido aspectos en su tramitación, y que a la postre se han reflejado en el texto, que francamente me han sorprendido y, en una primera reacción, como antes decía, enfadado.

Sentí como indignante que el Gobierno tuviera que ceder ante las empresas en el tema de la participación de las mujeres en sus centros de decisión o consejos de administración. ¿Cree alguien que en ocho años las empresas van a cambiar de actitud cuando no están dispuestas a hacerlo en cuatro? ¿Cree alguien que lo van a hacer, a no ser que la incorporación de mujeres funcione en su propio interés? Y es esta última pregunta la que me preocupa, porque, llevando la argumentación al extremo, no puedo menos que plantearme porqué, si no sirve al propio interés de las empresas del sector privado el que las mujeres participemos en lo órganos de decisión, hemos de asumir sin vacilación que el hecho de que las mujeres tomen decisiones al máximo nivel en el sector público es bueno y positivo

Bastantes de los gobiernos en el mundo son paritarios y las listas para otros muchos parlamentos lo son también. En Europa tenemos presidentas, cancilleres, primeras ministras, ministras, consejeras autonómicas y no digamos parlamentarias. Y sus decisiones son correctas; lo hacen bien, tan bien como los hombres, como es lógico y normal. Sin embargo, en el caso de la Ley de Igualdad, el Gobierno ha tenido que rebajar las aspiraciones planteadas en la norma para satisfacer a los empresarios. Me quedo perpleja. ¿Por qué lo que vale en el sector público no vale en el privado?

Ya sabemos desde hace mucho que las actividades en las que las mujeres destacan son todas aquellas en las que lo que cuentan son habilidades como capacidad de trabajo, inteligencia emocional, capacidad de superar pruebas objetivas, flexibilidad. ¿Es que en el sector privado este tipo de competencias o atributos no sirve? ¿Si podemos tener una vicepresidenta del Gobierno efectiva y eficaz, porqué hemos de conceder ocho años a las empresas privadas para que consideren la posibilidad de incluir mujeres, la que ellos quieran, en sus consejos de administración? ¿Qué hay de diferente entre las decisiones que hay que adoptar en el sector privado y en el público para que lo que es bueno para el segundo no lo sea para el primero? ¿Sólo el hecho de que el sector público se ocupe del bienestar colectivo y las empresas privadas exclusivamente de su propio interés? ¿Es esto todo? No puedo creérmelo.

Francamente, necesito que alguien me lo explique. Necesito que alguien me diga porqué una mujer inteligente y bien formada no puede llevar adelante, en la empresa privada, una carrera profesional que le sitúe en el máximo puesto de responsabilidad. Necesito que alguien me aporte las razones de la resistencia mostrada por, al menos, parte del mundo empresarial. ¿Es que piensan que las mujeres necesitamos ocho años más para poder estar a la altura de los hombres que copan los consejos de administración de las empresas?

Es imposible que ésta sea la razón última. Tiene que haber alguna otra que sirva de explicación para una resistencia que ha acabado venciendo al Gobierno.

Soy de las convencidas de que para cada posición, para cada situación, hay que elegir a quien tenga una mejor capacidad para desarrollar la tarea, independientemente de su sexo. Y soy también de las convencidas -para algo soy economista- de que las empresas actúan en su propio interés, maximizando beneficios, valor para el accionista o cualquier otra variable similar. Sin embargo, en esta ocasión, ninguno de los dos argumentos que se me han aportado para justificar esa demora en aplicar la Ley de Igualdad en las empresas son de utilidad en ese aspecto.

Me pregunto si es que he estado equivocada hasta el momento. Confío en que no. Confío en que exista algún factor, que no alcanzo a comprender, que explique esta tozuda resistencia. El hecho de que el Gobierno haya tenido que ceder en esta materia me parece, como antes decía, incomprensible y, como todo lo que es incomprensible, amén de injusto, me genera descontento e incluso indignación.

-EHU.

Mª Carmen Gallastegui es catedrática de Fundamentos del Análisis Económico de la UPV

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