Sónar despliega en Barcelona los seductores tentáculos de la modernidad
Éxito de Beatmaster G y The Knife en el tramo diurno de la primera jornada del festival
Envuelto en calor, emoción, vibraciones sónicas, tecnología punta y hedonismo, el festival Sónar volvió ayer a desplegar los seductores tentáculos de la modernidad. El Sónar de Día vivió ya en su primera jornada momentos grandes con la fascinante actuación de los tenebristas suecos The Knife, que numeroso público hubo de seguir desde una pantalla al abarrotarse el Escenario Hall. Poco antes, Beatmaster G, un chico que es un artista del human beatboxing -reproduce todos los sonidos del tecno sólo con su cuerpo-, protagonizó un recital asombroso.
Beatmaster G, armado con un micro, extrajo de su caja torácica, su garganta y su boca sonidos increíbles: girar de platos, scratching, chorros de sonido. Vamos, que el chico lleva una rave dentro. ¡Tanta devoción a la tecnología y resulta que el tecno lo puede hacer un chaval solito! Ríete tú de Petoman. La gente se lo pasó en grande, pero él se quedó sin saliva.
Extraordinaria fue la actuación de los hermanos suecos The Knife, cuyo sonido estremecedor, oscuro, marmóreo, se tiñe a veces de un goticismo tan emotivo que hace saltar las lágrimas. De entrada, suena un pelín a Magna Carta -aunque ayer no parecía tener nadie la edad para reconocerlo-. La pareja se recrea en una apariencia fantasmagórica: él bate la percusión como un ninja electrónico oculto tras una máscara digna de Santo, el enmascarado de plata, y ribeteada con fluorescencias. A ella sólo la ves en determinado ángulo: parece una sombra conjurada por su propia voz. El espectáculo visual que presentan es formidable: imágenes y dibujos se materializan en el espacio (sobre telas diáfanas delante y detrás del escenario), con efectos como de láseres que componen fractales. La música es cambiante, de melódica pasa a una vibración sucia que amenaza reventarte los empastes, aunque da gusto.
El público fue inundando paulatinamente los espacios del Sónar de Día desde la apertura de las puertas y pronto quedó compuesta la maravillosa imagen de la gente desperdigada sobre la hierba artificial del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, un déjeuner sur l'herbe tecno y empapado de cerveza.
El dj Bruna empezó a soltar un sonido poderosamente áspero, ondas de choque untadas a veces de melodía, y los plátanos del recinto, estresados, comenzaron a despojarse de sus hojas, lo que tuvo un feliz paralelismo en el público, en el general desprenderse de la ropa. A ratos, dada la concurrida presencia de japoneses y la cantidad de occidentales sudorosos con el torso al descubierto, aquello parecía El puente sobre el río Kwai. Había sitio junto a un árbol para derrumbarse, pero resultó que estaba libre porque al lado estaba la basura. Un tipo tan tatuado que lo hubieran expulsado de los yakuza por prolijo sacó de la mochila un auténtico festín que se puso a devorar con sus colegas, no sin antes haber extendido una esterilla.
En vestuario, este año en Sónar todo vale. El sombrero de paja modelo Opá, la camisa de flores, las pantuflas. Reina un descuido premeditado entre los exploradores del ritmo. Se ven incluso camisetas de las selecciones de fútbol y hasta una con la cara de Bob Dylan. Sonarmática permite vivir una experiencia de cariz casi sobrenatural: pasearse con un equipo a cuestas que distorsiona el sonido ambiente, haciéndolo llegar más tarde al oído.
Babelia
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