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Reportaje:CINE DE ORO

El esplendor de Rita Hayworth

EL PAÍS presenta mañana, sábado, por 8,95 euros, 'Gilda', la película de Charles Vidor que convirtió en estrella a su protagonista

El paso del tiempo le ha dado a Gilda una nueva dimensión, al menos, en España. Queda muy lejos la amenaza tridentina de aquellos curas de púlpito que condenaban al fuego eterno a los españoles que fueran a verla. El clero se puso muy nervioso ante la irresistible seducción de una pecadora fascinante y libre que proclamaba sin recato que ella hacía lo que quería, cuando quería y con quien quería. Rita Hayworth fue la bomba erótica que desencajó la puritana moral católica del franquismo. Cuando Gilda cimbreaba su cuerpo de mujer fatal, enfundada en un estrecho vestido de satén negro, y se iba despojando de sus largos guantes con tanta provocación que ponía el ambiente a hervir, Rita Hayworth estaba mostrando un desnudo total sin necesidad de quitarse la ropa. Pocas secuencias en la historia del cine han hecho tanta historia como aquella.

Con motivo de su estreno en España, se organizaron piquetes de falangistas que intentaban destruir las copias de la película o que, como recordaba Francisco Regueiro en su película Madregilda, lanzaban cubos de pintura contra los carteles de las fachadas. Al contrario que en Italia, donde el pobre ladrón de bicicletas de la película de De Sica se ganaba la vida pegando carteles precisamente de Gilda por las calles de Roma. Sea como fuere, Rita Hayworth se convirtió a través de esta película en el símbolo erótico de la segunda mitad de los años cuarenta, entre los consuelos estéticos que el cine americano creó para soportar las secuelas de la Guerra Mundial. Permaneció en la cima durante otros 20 años, sin volver nunca a provocar tal estruendo, aunque en películas más que notables, La dama de Shangai, de su entonces marido Orson Welles, entre otras.

Vista hoy, sin católicos sentimientos de pecado, Gilda cuenta una tórrida pasión amorosa envuelta en los oscuros términos del cine negro, pero en la que finalmente es obligatorio castigar a la pecadora, y hacer que las aguas vuelvan a su cauce. No le faltan a la película episodios sadomasoquistas, de violencia o de delirio psicológico, tan propios del momento en que se hizo, 1946. El director, Charles Vidor, un inmigrado más en la larga lista de europeos que acabaron realizando el mejor cine de Hollywood, fue apto para todos los géneros del cine, y en Gilda acertó de pleno. Fue, sin duda, su gran película, convertida en leyenda por la turbadora belleza de Rita Hayworth, cuya efigie llevaba pintada la bomba lanzada sobre el atolón Bikini, y cómo no, por la famosa bofetada que Glenn Ford atiza al delicado rostro de Gilda, o por la supuesta ambigüedad sexual entre los dos personajes masculinos, que algunos historiadores del cine han analizado con ahínco, o por la versión de la canción Amado mío en la que Rita Hayworth deleita con su esplendor sensual. Fue una de las mejores bailarinas del momento, hija de un bailarín español (ya se sabe que el auténtico nombre de la estrella era Margarita Carmen Cansino); en cualquier caso, ella fue la más libre, excitante y famosa de todas. Y la película, Gilda, el punto álgido, inolvidable, imprescindible, de la carrera de Rita.

Rita Hayworth, en <i>Gilda. </i>
Rita Hayworth, en Gilda.
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