Reparto del botín en Mogadiscio
Una calma precaria reina en la capital de Somalia desde que cayó bajo el control de combatientes islamistas
¿Adónde han ido a parar las barreras de los milicianos? El lunes 5 de junio aún quedaban más de 20 jalonando los últimos kilómetros del alquitrán martirizado que lleva de Afgoye, al oeste, a Mogadiscio, la capital somalí. En el transcurso de una noche, los milicianos se volatilizaron y sólo dejaron tras ellos, el martes, los sacos de arena de sus líneas defensivas.
La liberación de esta carretera, en primera plana de las esperanzas somalíes, es ya un milagro. Desde el amanecer, camiones sin carrocería resucitan sus motores clínicamente muertos entre nubes de humo negro y se lanzan al camino, cargados de pirámides de mercancías. Algunas barreras sacaban unos 100 euros por cada paso. Ahora, circular es gratis. Ya nada ralentiza la marcha. Unos minibuses llevan a toda velocidad a Mogadiscio sacos de khat, tallos de una planta que, una vez machacados, actúan como anfetaminas.
Las alianzas se atan y se desatan por toda la ciudad en multitud de reuniones
Nadie puede predecir cómo evolucionará la coalición de las diferentes milicias
Esta ligera brisa de libertad es producto de las transformaciones que agitan la capital somalí, en guerra desde hace cuatro meses. Antes de desaparecer, los hombres de la carretera de Afgoye, que al anochecer aún registraban los vehículos afirmando que buscaban a "terroristas de Al Qaeda", pertenecían a la Alianza para la Restauración de la Paz y contra el Terrorismo (ARPCT).
Esta coalición de 11 señores de la guerra de Mogadiscio había recibido apoyo económico de Estados Unidos para expulsar de la capital a las fuerzas de la Unión de Tribunales Islámicos (UTI), en plena ascensión. Cuatro meses después, la Alianza ha fracasado. Sus jefes se han visto obligados a huir o a esconderse en Mogadiscio, obligados a liberar una carretera que desde hace 15 años era uno de los principales ejes de extorsión de la ciudad.
Éste será sin duda el único beneficio visible, porque en realidad el cambio es relativo. Los milicianos desaparecidos se presentaban por algunos dólares y unos kilos de khat (el estupefaciente nacional) ante un jefe de guerra, el antiguo comandante de policía Abdi Qeydiid. Al amparo de la noche, se reciclaban en milicianos... de uno de los tribunales islámicos que se abren en su barrio. ¿Pro estadounidenses de la Alianza o pro fundamentalistas? Estas consideraciones no tienen demasiado peso en el aire recalentado de la capital somalí que, aunque atestada de ruinas nunca reparadas y basuras nunca recogidas, es un inmenso pastel cuyos trozos van a ser repartidos de nuevo.
Los combates acaban de interrumpirse, quizás por poco tiempo, pero los tratos van a buen paso. En una multitud de reuniones por toda la ciudad, las alianzas se atan y se desatan y se esbozan los repartos del día siguiente.
La guerra ha salido cara. Se trata de recuperarse lo antes posible. Según los cálculos de los expertos de Naciones Unidas, que investigan las violaciones del embargo de armas, los dos bandos han gastado 45 millones de dólares [35,1 millones de euros] en equipos durante el año que precedió a los combates. Ahora se trata de llenar de nuevo las arcas de los inversores, básicamente los hombres de negocios de Mogadiscio, respetando equilibrios de clanes vitales.
Al norte de la ciudad, en Daynile, en el antiguo cuartel general de la Alianza, se encuentra el objeto de las discusiones del día. Mohamed Qanyare Afrah, cuyo feudo era la ciudad, ha huido de Mogadiscio hace unos días, en dirección a Johwar, 100 kilómetros más al norte. Antes de su partida se había llegado a un acuerdo discreto. Sus hombres notificaron su rendición entregando las armas a los hombres de la UTI.
Sin embargo, los vencidos no han perdido totalmente los pick-up, esos camiones equipados con plataformas sobre las que montan armas antiaéreas. Los vehículos están en manos del tribunal islámico de Daynile, uno de los más fundamentalistas, cuyos jefes prometen a quien quiera oírles que "muy pronto aquí todo será verde ". Pero se ha redactado un inventario y se ha dicho que esos vehículos servirán para defender a sus antiguos propietarios -enemigos de ayer en el seno de la Alianza- en caso de agresión por parte de otros grupos más poderosos.
Porque el mañana es incierto. Nadie puede predecir cómo evolucionará la coalición de las diferentes tendencias de combatientes y militantes reunidos en el seno de la UTI. El velo verde que se ha extendido sobre Mogadiscio aún está lleno de agujeros. Por ejemplo, el martes pasado por la tarde, en el barrio de Sii Sii, teatro reciente de combates especialmente violentos. Y en mayo, los duelos con armas pesadas entre los dos bandos por el control de la carretera estratégica que lo atraviesa provocaron al menos 150 muertos. En teoría, Sii Sii está ahora controlado por la UTI. Pero a la vuelta de una calle inundada por las lluvias diluvianas de los días pasados, ante una manzana de casas con fachadas labradas por los impactos, una reunión de detractores de los tribunales islámicos alcanza su punto culminante a la sombra de los cañones de los pick-up.
Es la hora en que el khat excita los malos pensamientos y la irrupción de un coche se considera enseguida una agresión. "Hay terroristas en el coche, tenemos que buscar a los terroristas", gritan los milicianos. Como fondo sonoro, un megáfono llama a la resistencia contra los milicianos de la UTI, cuyas primeras posiciones se encuentran a sólo unos cientos de metros. Los motores rugen, los gritos se mezclan y en la confusión, dos milicianos vapulean a un tercero a golpes de bastón sin que sea posible saber el porqué. En otro barrio de la ciudad, Musa Sudi Yalahow, que ayer anunciaba su rendición, llama a la resistencia.
Mogadiscio tiene los nervios a flor de piel. En el kilómetro 4, la avenida ahogada por el polvo está vacía. Media hora antes, unos milicianos islamistas que pasaban por casualidad a bordo de sus pick-up por delante del hotel Sahafi, lugar de reunión de la prensa durante los primeros años de la guerra civil, no se reconocieron y abrieron fuego con su ametralladora pesada Douchka.
La guerra dista mucho de haber desaparecido tan milagrosamente como las barreras de los milicianos de Afgoye. Los elementos más avanzados de la Unión de Tribunales Islámicos estaban a unos veinte kilómetros de Johwar, con posibilidad de tomar la ciudad de un momento a otro.
[El Gobierno somalí de transición, instalado en Baïdoa, envió ayer emisarios a Mogadiscio para dialogar con los dirigentes de los tribunales islámicos, que controlan gran parte de la capital desde el pasado lunes. Los tribunales islámicos han establecido tres nuevas jurisdicciones religiosas en la ciudad y niegan cualquier vinculación con el terrorismo, informa France Presse].
Traducción; Paloma Cebrián (News Clips)
© Le Monde / ELPAÍS
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