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Columna
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¿Vuelve el tren?

Dicen que vuelve el tren. Así rezan al menos numerosas noticias y comentarios de prensa aparecidos en los medios de comunicación vascos durante las últimas fechas. Hace unos días, se anunciaba a bombo y platillo que el viaje por ferrocarril desde Irún hasta Madrid se ha reducido en dos horas al abrirse un trayecto por Pamplona como alternativa a la vía de Aranda de Duero -la hace unas décadas calificada como "nueva"-, por la que discurrían los viejos Talgo. Y, por su parte, el Gobierno vasco ha dado a conocer que, además del próximo comienzo de las obras de la famosa Y, dicho sistema ferroviario enlazará también con Navarra a través de un corredor que discurrirá entre los parques naturales de Aralar y Aizkorri.

No hace falta ser ningún lince para adivinar que esta decisión (que en la práctica supone empotrar de mala manera una nueva barrera en nuestro ya suficientemente maltratado paisaje) levantará nuevas polémicas, que vendrán a añadirse a las que viene arrastrando la Y ferroviaria desde que fue anunciada hace algo más de una década. Y es que, pese al triunfalismo del que hacen gala nuestros gobernantes -según los cuales el 80% de la población respalda el proyecto-, las cosas distan mucho de estar tan claras. Las instituciones promotoras de la Y defienden la misma como una "oportunidad única de desarrollo y modernización" y se declaran ufanas ante lo que llaman la "vuelta del tren". Pero es que, partiendo de la vergonzosa situación en que se encuentran los trenes en el paisito, cualquier iniciativa que mejore las cosas puede ser considerada como una oportunidad de desarrollo. Por otra parte, ¿qué respondería usted, querido lector, si le preguntan su opinión sobre la posibilidad de viajar por ferrocarril de Bilbao a Vitoria o a Donosti en 30 minutos, sin darle más detalles, y sin proponerle otras alternativas, menos agresivas con el medio y más abiertas al conjunto del territorio?

Sin embargo, vincular el desarrollo del país a la tan cacareada unión de las tres capitales vascas en 30 minutos es, cuanto menos, una exageración. ¿Pasaría algo por tardar 50 minutos entre Bilbao y Donostia -ahora se tardan dos horas y media-, si ello permitiera que el tren se detuviera en al menos cuatro o cinco estaciones, contribuyendo así a unir y vertebrar el territorio? ¿No significaría ello bastante más desarrollo que el que puede generar un tren al que mucha gente no va a poderse subir, pues va a pasar de largo por la mayoría de los sitios? ¿No recibiría una propuesta de ese tipo un respaldo aún mayor que ese aducido 80%? ¿Tiene sentido planificar una red ferroviaria en Euskadi sin tener en cuenta las características propias de un país densamente poblado, cuyas carreteras están saturadas y en el que la gente se desplaza masivamente para ir a trabajar desde unos municipios y zonas hacia otros?

Por otra parte, lo de la vuelta del tren tiene su gracia. Resulta que desde las mismas instituciones que en el pasado reciente se dedicaron a cerrar líneas de ferrocarril o mantener bajo mínimos y sin apenas inversiones las existentes, nos dicen que es la hora del tren. Hace unos días, podía leerse en la prensa que el Gobierno vasco está planteándose la recuperación del ferrocarril del Urola, y que se considera fundamental esta opción para reducir el intensísimo tráfico de camiones que se registra en la zona. Es decir, que el mismo Gobierno que lo cerró y posteriormente desmanteló, en vez de convertirlo en una infraestructura moderna, nos dice ahora que es necesario. Y algo parecido -aunque entonces no existía el Gobierno vasco- sucede con el trayecto del antiguo vasco-navarro, que ahora pretende recuperarse para un tranvía que una los municipios del valle del Deba.

El tiempo da y quita razones. Quienes desde hace años venían reclamando la necesidad de no cerrar líneas ferroviarias, y sí de modernizarlas e invertir en ellas, estaban cargados de aquéllas. Como lo están ahora al reclamar un ferrocarril rápido y moderno, pero que sirva realmente al objetivo de vertebrar el país, descongestionando las carreteras, y favorecer un transporte público de calidad. Lástima que algunas fuerzas políticas se muestren tan distantes de estas preocupaciones e incapaces por tanto de liderar una alternativa más social y ecológica al transporte ferroviario.

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