"Cuando llegas a un lugar, has de adaptarte a su forma de vida"
Hijo de un mecánico y una comercial en el sector textil y joyero, además de madre de diez hijos, Amadou Gaye (Dakar, Senegal, 1969) vivía bien en su ciudad natal. Se dedicaba a jugar al fútbol y a estudiar, con la ayuda de sus padres, pero también gracias al dinero que enviaban los hermanos que habían emigrado a Europa y Estados Unidos. Pero Amadou se aburría: quería ver mundo, conocer Europa. "Como todos los jóvenes del mundo, también los de Senegal quieren ver cómo se vive en otros lugares", apostilla.
"Mis primeros planes tenían como destino Italia, donde estaban mis hermanos. Pero en Dakar estuve hablando con un amigo que vivía en Vitoria y, por asegurar el primer paso de mi estancia en Europa, me vine con él hasta aquí, para estar acompañado en el caso de que se presentara algún problema en el aeropuerto". Una vez en la capital alavesa, y sobrepuesto al frío siberiano de Vitoria ( "y eso que llegué en abril", apunta), Amadou se quedó a vivir unos días para conocer la ciudad.
"En casa, me hago la comida de Senegal, pero disfruto con el bacalao al 'pil pil"
"Las cosas están muy mal en mi país; por eso, la gente se juega la vida a la desesperada"
El caso es que el lugar le convenció. Pero, claro, hay que pagar el piso, porque una cosa es estar de invitado y otra cuando la estancia se prolonga durante unas semanas. "Se lo comenté a mi amigo y me dijo que, si me quería quedar, podía trabajar en la venta ambulante". Todo un compromiso para este joven espigado, de aspecto frágil y tímido sobre todo. "No me quedaba más remedio, porque quería seguir aquí durante unos meses. Estaba muy asustado, pero hay que asumir las consecuencias de tus propias decisiones. En una semana aprendí el plano de la ciudad y a moverme por el ambiente de los bares. Afortunadamente, había estudiado tres años de español en el colegio".
En poco tiempo, llegó el top manta. Amadou Gaye se adaptó a la nueva mercancía con mejor ánimo; no en vano, la música es una de sus pasiones. Fue entonces cuando conoció a la gente de los locales de moda en la capital alavesa, sorprendidos por las buenas maneras de Amadou. "Lo cierto es que me dejé llevar por el ambiente, por la gente. No soy de hablar, a mí me gusta escuchar". Poco tiempo después pasó a atender detrás de la barra en bares como el Estitxu, el Juke Box, el Plaza o el Dublín. Y, ahora, en el Cube, la última referencia gastronómica de la ciudad, en el Artium.
En estos últimos cinco años ha pasado etapas duras, con mucho trabajo, en las que no faltaban las críticas de conocidos que le decían que le estaban explotando. "Pero aquellos que me contrataron entonces hicieron más por mí -sin ir más lejos, el que pudiera legalizar mi situación-, que todos los que metían cizaña", argumenta Amadou. Su seguridad tiene poco que ver con la de aquel joven que llegó entre asustado y expectante.
El ambiente de la capital alavesa no le disgusta, ni mucho menos: "Los primeros días, te choca cómo son los vascos, pero al poco tiempo ya te acostumbras. Sobre todo, porque siempre he pensado que, cuando llegas a un lugar, tienes que adaptarte a sus formas de vida. No me gusta el vino: bebo cerveza sin alcohol. En casa, me hago la comida de Senegal, pero disfruto con el bacalao al pil pil, porque la gastronomía vasca me gusta mucho, a excepción del cerdo, evidentemente". Sólo al hablar de este tema inevitable descubre sus creencias religiosas.
Amadou Gaye acaba de casarse con una chica alavesa. Su boda se convirtió en un fiel reflejo de las posibilidades de viajar hoy en día: vinieron sus hermanos que viven en Francia e Italia; desde Estados Unidos sólo llegaron las cuñadas, los hermanos no lograron el permiso. Y sus padres tampoco pudieron acudir, ya que es imposible conseguir un visado desde Senegal a España. "Así y todo, fue toda una fiesta: el encuentro de la familia repartida por el mundo; por ejemplo, yo no conocía a mis cuñadas americanas", recuerda.
Trabaja mucho, lo que le ha obligado a abandonar temporalmente la música, aunque no ha roto con su grupo Teranga, que en su lengua materna, el wolof, significa hospitalidad. "Volveré a hacer música; quiero aprender a tocar el bajo", asegura Amadou, que ha presentado los ritmos de su país en Vitoria en numerosas audiciones. Es más, hasta ha conseguido el triunfo en el fútbol, eso sí, a través de su sobrino, Papa Sarr, que jugó la temporada pasada en el Alavés.
Pero no es ajeno al drama que sufren sus compatriotas en estos días. "Cuando hablo con la gente que me pregunta cuestiones sobre la inmigración, siempre digo: antes de hablar hay que conocer qué es lo que ocurre". "En agosto", cuenta, "estuve de vacaciones en Senegal y la situación es desesperante. Las cosas están mal, muy mal. Todo el mundo tiene derecho a tener una vida digna: por eso, la gente se juega la vida, a la desesperada, porque no tiene otras posibilidades de venir a Europa".
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