Más allá de la fiesta gay
Su clase de Sociología de la Sexualidad en la Facultad de Sociología de la Universidad de Barcelona es, a diferencia de otros países, única en España desde 1995. "¿Por qué no puede la sociología estudiar la sexualidad como una estrategia de control social y construcción de identidad que afecta a todos los individuos?", dice. Parece obvio, pero académicamente la sociología de la sexualidad aquí aún se tiene como especialidad menor. Sociólogo, antropólogo e historiador, profesor titular de la Facultad de Sociología, desmenuza los hábitos, las costumbres, las identidades, los mitos y las realidades del eros y el sexo humano, con sus verdades, sus mentiras, su caos, sus malentendidos, sus intereses y su historia casi siempre oculta.
Guasch, de 44 años, no oculta que, hasta ahora, su vida, "como hombre" y como investigador, gira en torno a la homofobia. Sostiene que la experiencia es una forma legítima de conocimiento científico que él materializó en su tesis de licenciatura, en 1987, y en la doctoral, en 1991, que abordaban la sexualidad alternativa. Ha escrito dos libros de referencia: La sociedad rosa (Anagrama, 1991) y La crisis de la heterosexualidad (Laertes, 2000). Cierra esta trilogía, en la que confluyen ciencia y conciencia, lo objetivo y lo subjetivo, un inmediato título: Héroes; científicos; heterosexuales y gays (Bellaterra).
Explica a sus alumnos qué tienen en común la sociología, el marxismo, el feminismo y el movimiento gay: "Son formas de pensar el mundo que nacen para transformarlo, pero pueden anquilosarlo. Si se olvida esta apertura emancipatoria, la sociología ofrece un orden falsificado, el marxismo se queda en impresentable socialismo real, el feminismo se institucionaliza como feminismo de Estado y el movimiento gay se encastilla en un gueto macdonalizado". Es tajante en su diagnóstico: "Hay que conservar estas enseñanzas, pero hay que ir más allá si queremos que no limiten la vida de las personas: tal es el caso del movimiento gay, que ha fracasado en su lucha contra la homofobia porque ha sido incapaz de incorporar a ella al conjunto de los varones".
Nacido en Tarragona, fue un niño inocente, bueno y bien educado para asombro de las amigas de su madre. "La sociedad que me crió era gris y reprimida, e hizo de mí un niño aterrado": creía en los Reyes Magos a la vez que le gustaba jugar a meter mano a sus compañeros. "Me sentía culpable de mi orientación sexual, temía a un dios terrible para los catalanes como yo". La mezcla de placer, culpa y castigo logra que no se le note nada su homosexualidad, pero lo cuenta a su madre. Fue su padre quién mostró mayor comprensión. Quedaba mucho por conocer.
"La promesa del paraíso gay me llegó a los 20 años. Y no entendí que era mentira hasta los 35", ha escrito en unas notas sobre su vida. "Tenía tan interiorizados los estereotipos masculinos que despreciaba a los que, como yo, ocultaban socialmente su orientación sexual". Para pagarse los estudios y las tesis trabajó de camarero, vendedor, vendimiador: apenas había ocasión de nada más. Se doctora y logra un sueldo estable de profesor sustituto el año que Barcelona celebra los Juegos Olímpicos, "que consuman la institucionalización del mundo gay en Cataluña".
Esto abre otra etapa de su vida: un frenesí, sexo, droga, locura. "Me salvé por los pelos (del sida) y tengo suerte de estar vivo. El conservadurismo actual de lo gay hace que se olviden aquellos muertos poco respetables. Pero alguien tiene que contar a los jóvenes el precio emocional y mental que se paga por la adicción a lo frívolo y superficial. El universo gay hoy no es una fiesta. Su configuración de mercado conduce a la corrupción del alma: los homosexuales nos hemos traicionado tanto que somos incapaces de verlo". Analizar lleva a otro horizonte moral.
Su evolución es la de un rebelde que ha aprendido en carne propia: tras una monumental depresión y la "lucidez del dolor", concluye: "Ya no me odio por ser quien soy. Busco combatir el sexismo que me envuelve con otros aliados y estrategias". Y enumera: "Hombres -y mujeres- que tomen la responsabilidad de cuidar a la gente, de acoger las emociones, de ser críticos -también con el sexo de mercado- y valientes para darse cuenta de que mientras los hombres mantengamos nuestra autocomplacencia de poder no entenderemos lo que es la solidaridad y el respeto. Bastaría ese acto político que reconoce en el otro la plena humanidad. Esto es respeto". Asegura que el poder de la gente común reside hoy en "la renuncia" a que otros piensen por nosotros, por ejemplo.
m.riviere17@yahoo.es
PERFIL
Profesor titular en la Facultad de Sociología de la Universidad de Barcelona, su asignatura Sociología de la Sexualidad es desde 1995, al contrario de lo que ocurre en otros lugares, única en España. Antropólogo, escritor de libros de referencia como 'La sociedad rosa', toma su propia vida como referente y experimento científico para desmenuzar cómo "las ideas sobre la sexualidad suponen una estrategia de control social que afecta a todos los individuos"
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